Capítulo 2: Libertad. Parte 2

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–Parte 2–

La sombra del tiempo

No puedo creer que todo lo que hemos logrado en tantos años, todo lo que hemos construido, todo lo que hemos alcanzado se redujese a cenizas en tan poco tiempo. Todo nuestro esfuerzo se derrumba junto con nuestras esperanzas. Todo lo que una vez fue ya dejó de ser. Ya no nos queda nada.

Memorias del Hundimiento. Pasaje extraído de un diario anónimo.

Al igual que la gran mayoría de los días, el cielo se encontraba opacado por un voluminoso y oscuro manto de nubes grisáceas que se extendían más allá del alcance de la vista. Era como si la peor de las tormentas pudiese ocurrir en cualquier instante, casi siempre anticipadas por el feroz rugido de los truenos y el arrasador soplido de los vientos. Las débiles olas que se formaban en los gastados mares de la vieja y maltratada playa apenas servían para augurar la llegada de los vientos de tormenta. Había pasado mucho tiempo desde que los mares habían tragado gran parte de las masas de tierra que antes solían acariciar con tanta suavidad, arrastrando consigo más que sólo antiguas arquitecturas y dejando sólo restos y recuerdos atrás.

El joven muchacho, cuyo negro y oscuro cabello cubría la mitad de su rostro, se encontraba realizando una importante tarea cerca de la desolada costa de aquella playa. El frío y húmedo viento proveniente del océano parecía abrazarlo notoriamente cada vez que aullaba, aunque su largo poncho reducía en gran medida aquella sensación gélida. Era de un color sumamente intenso, un rojo casi irreproducible, tanto así que sería imposible no notarlo desde la lejanía, sobre todo porque las oscuras ropas que llevaba debajo, parecía camuflarse con el entorno. La única compañía que tenía en ese momento eran los leves silbidos de la naturaleza. Era más que suficiente.

El joven recorría una a una las pocas plantas que se mantenían de pie a unos cuantos metros del mar. Era uno de los pocos territorios en los que sería posible ver algo crecer. A pesar de todo el esfuerzo que habían realizado, no les era posible mantener muchas plantas vivas el último tiempo. Apenas contaban con los recursos suficientes para lograrlo, por lo que debía aprovechar al máximo mientras durara su buena fortuna. Lo único que debía hacer era recolectar los frutos que aquellas plantas producían. En determinadas épocas, lograba obtener un mayor o menor número de producción, dependiendo de cómo haya sido el clima en ese lapso y del esfuerzo que su gente hubiesen hecho. Ese día, fue capaz de recoger diversas bayas, como arándano, frambuesa, fresa y moras. Incluso fue capaz de recolectar un par de manzanas y naranjas del huerto que había unos metros más atrás. La calidad de los frutos solía variar en cada ocasión; incluso, de vez en cuando, solían arruinarse por completo o pudrirse antes de tiempo debido a causas más allá de su voluntad.

-Con esto será suficiente.

El muchacho levantó la cesta donde depositó todo lo que había recolectado esa mañana y tomó el camino más cercano de nuevo a casa. Todas las sendas de aquella zona era puramente de tierra, rodeadas ocasionalmente de diferentes plantas marchitas y árboles descompuestos que obstruían la vista hacia el más allá. Parecía que conducían hacia una densa y laberíntica jungla a la que no se le había prestado ni la más mínima importancia desde hacía muchos años y que formaban la entrada a una trampa segura para cualquiera que se atreviera a adentrarse en ella. El correr de los años y el lamentable estado del terreno hacían casi imposible que creciera hierba sana en aquella zona. Había muchos que no se atrevían siquiera a pasar cerca de ese lugar, al menos no si debían viajar solos. Muy para su infortunio, la mayoría de las zonas en las que aún crecía algún tipo de alimento se hallaban en zonas aledañas a aquellos territorios inexplorados.

Celestia, 523 d.H.Where stories live. Discover now