Epílogo.xxx
Candy no sabía cómo había llegado hasta ese punto. Después de varios días de permanecer descansando por fin se había levantado y había empezado a dar pequeños paseos por el pasillo e incluso había salido al exterior. Las miradas, las sonrisas, los gestos de asentimiento que veía a su paso y el exquisito trato que le dispensaban Emma, Ellynor, Annie y Terry la emocionaron más allá de las palabras. Annie, que había llegado hacia uno días, estaba muy agradecida por la hospitalidad de Ellynor y los GrandChester asombrosamente habían empezado a llevarse bien con Terry y Emma. En más de una ocasión los había descubierto hablando distendidamente sobre diversos temas, e incluso alguna carcajada se había escuchado en dichas conversaciones que ya carecían de la tensión de antaño.
Jamás había pasado tanto miedo como la noche en que la hirieron. No por ella misma, sino porque pensó durante los pocos segundos en los que vio a Susana apuntar con el arma a Emma. Al recordarlo todavía se estremecía. No sabía ni siquiera cómo había llegado a tiempo, pero no lo pensó. Solo sabía que tenía que salvarle, que tenía que retirar el peligro de su camino. ¿Cómo había podido sentir tanto por alguien en tan poco tiempo? Esa era una pregunta que no estaba todavía preparada para contestar. Le aterraba pensar en que pudiese amar a alguien de esa manera, con tal intensidad como para dar su vida. Eso sí que era una locura. Porque el hecho de que ella le amase de aquella manera solo significaba que amaba a Emma como si fuera su hija, sintió un nudo en la garganta y el corazón le dio un vuelco. Una idea se asentó en su mente, irrumpiendo con fuerza, con voz propia. Ella amaba a Emma y quería que fuese feliz con una familia, con ella.
Terrence era el mejor hombre que había conocido. Ahogó sus sentimientos no sin que estos se revelaran clavándose en su pecho con un dolor tan intenso que pensó que no podría volver a respirar, sin embargo la solución estaba tan clara, era tan evidente que no podía obviarla. Con Terry, estaría segura. La trataría con respeto, con ternura. De eso estaba segura. Solo debía dejar que los acontecimientos siguieran su curso. Cuando vio en la mirada de Terry la comprensión, la absoluta resolución de no dejarla sola en esos momentos, Candy hizo algo que no había hecho en mucho tiempo. Se rindió a sus emociones, se lanzó a los brazos de su prometido y lloró. Un quejido apenas audible salió de sus labios y las lágrimas se deslizaron por sus mejillas casi en absoluto silencio mientras temblaba por los sollozos que intentaba acallar. Terry la abrazó fuerte, y le dio un beso en la cabeza mientras dejaba que ella terminara de desbordar el rio emocional que salía a borbotones de su interior.
—Te amo, Terry —dijo Candy casi en un susurro. —Lo sé, pecosa —le dijo Terry separándose un poco de ella , lo suficiente para que Candy lo mirase.
Las últimas palabras estaban dichas con el orgullo y el amor que se profesa cuando se quiere de verdad, de corazón, a otra persona. No había en ellas palabras ni una pizca de envidia ni de rencor. Por eso Terry quería tanto a sus mujeres. Eran nobles y generosas y lo daban todo por los que amaban. Era cierto que él tenía mucha confianza con Emma, y su hija también con él. Se lo solían contar todo, significaba que él estuviese ahí para ella incondicionalmente.
Dos meses después.
Estaba todo preparado para la boda. En solo unos instantes entraría la novia y padre oficiaría la ceremonia, quedando Terry y Candy legalmente casados para siempre.
Candy inspiró y expiró el aire de sus pulmones en un intento de controlar los nervios por lo que iba a hacer. Sabía que en la sala contigua estaban Terry, Ellynor, Emma, y los docientos invitados Solo faltaba la novia.