La casa de campo miraba hacia el horizonte, imperturbable, mientras el cielo cambiaba lentamente de celeste a naranja intenso. Casi tan lento como el sol bajaba, una camioneta se acercaba desde el horizonte por el desolado camino. La camioneta y la casa eran lo único que delataba la presencia de humanos en cientos de kilómetros. Marta y Romualdo habían elegido esta ubicación para la casa por ese mismo motivo. El aislamiento era parte de su estilo de vida, y habían decidido pasar sus últimos años llevándolo al extremo. No habían recibido visitas en cinco años y de pronto, esta ruidosa camioneta roja era el segundo vehículo en llegar en el mismo día.
Carmen salió de la casa a fumar al lado de la enorme piscina de agua verde cuando vio que se acercaba la camioneta. La distancia era tanta que casi llegaba a la mitad del cigarro cuando la camioneta finalmente se estacionó al lado del sedán blanco de Carmen. En eso salió Claudia de la casa a recibir a los nuevos visitantes. Claudia era una versión menos delgada y más joven de Carmen. El parecido llegaba sólo al físico, ya que sus personalidades eran casi antónimos.
Del asiento de chofer camioneta bajó Roberto, quien abrió la puerta trasera para dejar que Felipe, conocido por la familia como Felipito, se bajara corriendo. Roberto levantó sus brazos y corrió detrás de Felipito, quien gritaba "¡Tommi, tommi!" Ambos corrieron, el adulto imitando un rugido hasta que Felipito se lanzó a los brazos de Carmen. Ella se veía joven, pero sus sesenta años los notaba cuando Felipito, de tres, la obligaba a tomarlo.
-¿Quién es Tomy?-preguntó.
-¡No! Un tommi.- respondió el niño.
-¡Un zombie!- Gritó otra mujer desde la camioneta.
Era Natalia, quien descendía con su hijo pequeño en brazos. El pequeño Ignacio de un año dormía plácido en los brazos de su madre.
Roberto le arrebató a Felipito de los brazos de Carmen y lo levantó con el estómago descubierto hacia su boca, haciendo la mímica de que lo mordía mientras el niño se deshacía en risa. Carmen, entendiendo finalmente el juego, rió también, mientras saludaba a su hermana y a su cuñado. Claudia los saludó también, y ansiosa le preguntó a Roberto si había traído algo para ella. Él sacó un libro arrugado de su mochila y se lo entregó.
-Este libro es más viejo que yo, así que cuídalo.
Ella lo tomó y no pudo evitar sonreír al ver el título "Libros de Sangre".
-Si quieren la pueden adoptar- dijo Carmen intentando ser divertida. -Lee los libros de Roberto y se pinta el pelo de igual que la Natalia. No sacó nada de su mamá.
-Ay mamá, pero es que tú eres aburrida- respondió Claudia molesta-. No voy a andar con intentos de convencerte.
Roberto quiso eliminar la tensión y preguntó cómo estaban sus suegros. La tensión derivó en una incómoda tristeza. Luego de un silencio demasiado largo, Carmen respondió.
-No le queda mucho a mi papá. Y mi mamá no se separa de él. Tiene la casa hecha un chiquero. Vamos a tener mucho que hacer las tres para hacer que esto parezca un hogar.
-Yo también puedo ayudar. No soy de los que se quedan leyendo el diario-. Interrumpió Roberto.
-Te vamos a mandar a limpiar la piscina. El resto lo hacemos nosotras no más. No me vengan con esas cosas modernas. Mi mamá me enseñó que el hogar lo construyen las mujeres mientras los hombres las dejan tranquilas un rato, porque cuando quieren ayudar arruinan más de lo que ayudan.
Nadie dijo nada más. Las palabras de Carmen eran filosas y definitivas. No invitaban a ninguna respuesta, aunque eran muy debatibles. Entraron todos a la casa a instalar a las nuevas visitas. Las tres mujeres eran tan parecidas que podían pasar como trillizas. Lo único que delataba la edad mayor de Carmen era su ropa. Natalia y Claudia se veían mucho más jóvenes con sus jeans ajustados y cabello de colores.
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El bar de las almas perdidas
HorrorImagina un día horrible de esos que te dan ganas de borrarte del mundo y no hablar con nadie de nada . Entonces decides irte a un bar por unos tragos a olvidarte de todo y reírte un rato . De repente entras a un tipo de bar bastante peculiar en dond...