Capítulo 11

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Por decimoséptima vez Elena desarmó a Félix frustrándole otra vez. Aunque solo pelearan con débiles espadas de madera, el joven estaba tan magullado como agotado.

— Otra vez- dijo la mujer seriamente.

— ¿No podemos descansar? -suplicó.

— ¡¿Cuánto tiempo te crees que tenemos?! Ahora mismo tus amigos podrían ser llevados a otro mundo para ser asesinados –dijo prácticamente gritando.

Félix se estremeció ante aquella idea, no quería imaginar a sus amigos en aquella situación, simplemente no podía. Con un sobreesfuerzo se levantó y volvió a empuñar aquella débil arma, mientras que dirigía su filo hacia aquella mujer. Elena sonrió ante aquella actitud y sin mediar palabra empezó con una embestida de espada.

Horas y horas pasaron, y el joven no dejaba de ser derrotado una y otra vez. Finalmente la mujer lanzó la espada hacia un lado y se sentó en una silla cercana.

— Y bien, ¿he mejorado mucho? ¿Podré vencer a esos dos locos? -dijo el chico entusiasmado, casi dando saltos.

— Siendo sincera -comenzó ella- Ahora mismo no podrías vencer a una hormiga ni aunque ella tuviera solo una pata y los ojos vendados.

Los ánimos del joven cayeron en picado directos al infierno.

— Aunque... -dijo Elena dándole vueltas a algo- a lo mejor podemos hacer algo al respecto.

— Lo que sea con tal de rescatar a mis amigos -casi suplicó.

— En nuestro planeta existieron una vez unas espadas hechas de un metal especial, cualquiera que las empuñara se convertía en uno de los más grandes espadachines... Si la codicia no les consumía antes.

— ¿¡Espadas que te enseñan a pelear sin esfuerzo!? ¿¡Por qué no me la has dado antes!? ¡Nos habríamos ahorrado todo esto!

— La razón principal es porque no poseo ninguna de esas espadas. Cuando la guerra estalló tanto ángeles como demonios vieron en ellas un gran peligro y atacaron todos los santuarios donde se guardaban y las destruyeron... Uno de esos santuarios era el palacio donde Rodrigo vivía con sus padres.

Félix se sorprendió, todavía no se creía nada de lo que estaba ocurriendo, aquella mujer era la tía de su tan querido amigo y conocía su historia y la de sus padres. Algo que sabía que era lo que Rodrigo más ansiaba saber desde años atrás.

— Y, ¿entonces qué hacemos? -se atrevió a preguntar el joven.

— Aquella espada iba a ser enviada a esta dimensión tras nosotros, pero quedó perdida entre dimensiones por culpa del fallo en el ritual. En otras palabras, la última espada mágica se perdió así que más te vale ponerte las pilas porque no hay trucos que valgan - dijo desechando su idea.

Félix suspiró y se dispuso a seguir luchando, o eso intentaba.

Mientras tanto en el piso franco:

Keyla caminó hacia su habitación lo más rápido que podía con los recuerdos aún en su cabeza. Al llegar al cuarto, cerró la puerta de un golpe y se encogió en la cama abrazándose a sí misma. Le echaba de menos. Ella creía que lo había superado, cada vez que alguien hablaba de su padre no se derrumbaba, pero ese momento fue distinto, el recuerdo la atacó profundamente, dañándola. Unos minutos más tarde su respiración se calmó y se limpió las lágrimas intentando concentrarse en la misión y sacó del bolsillo de su pantalón un papel desgastado y amarillento en el que estaba reflejada toda la información sobre su misión.

En la otra punta del pasillo Dom escuchó el portazo mientras terminaba de realizar el conjuro en la celda de Rodrigo. Suspiró un momento y cerró su mano, finalizando así el encantamiento. Rodrigo soltó todo el aire que había retenido en sus pulmones hasta el momento y sintió un poco de calma. Para sus ojos, la habitación donde estaba retenido se había convertido en una inmensa pradera llena de colores vivos y alegres, verde, amarillo, rojo... El cielo de la ilusión estaba totalmente despejado, se podía ver un bonito y brillante azul.

Luz en la oscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora