8. El nido

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El nido

(Sean)

Fue de lo más sencillo salir de la mansión.

Los guardias apenas dieron importancia a nuestra presencia, mientras hacían bromas con los demás chicos y les daban recomendaciones de sitios a los que ir a tomar un buen desayuno.

Subimos a la furgoneta sin preocupaciones de que nos fueran a seguir y partimos rumbo a Las Cloacas con David al volante.

En la parte trasera nos apiñamos los demás.

Marcus y yo aprovechamos y nos cambiamos de ropa, a una más de combate. Lo mismo que hicieron John, Ben y Josh, con la vestimenta negra de pies a cabeza. Parecíamos un grupo de rateros con clase.

Rifles de asalto estaban perfectamente apilados en sus maletines en el asiento del copiloto, esperando a ser llevados de cacería.

Todos los hombres que vivían bajo el amparo de mi padre, sentían un gran afecto por las armas, sobretodo con aquellas con las que se habían entrenado. Por eso la gran mayoría, llevaban grabadas las iniciales de sus respectivos dueños.

Mi grupo de amigos más allegado eran conocidos como los husmeadores. Expertos en localizar y eliminar a los objetivos potencialmente peligrosos con un variado armamento. Por eso siempre había tenido contacto con ellos. Mi padre los mandaba en ocasiones a rondarme, y como eran mis compañeros, me habían comunicado ese hecho que tenía de lo mas asimilado aunque ellos no me lo hubieran dicho. Como padre no era muy cariñoso, pero le gustaba tener todo bajo control, incluso a su propio hijo.

Podía imaginar a la perfección su cara cuando descubriera lo que acabábamos de hacer y no pude controlar que una leve sonrisa naciera en el borde de mis labios durante todo el trayecto.

David estacionó la furgoneta en el mismo lugar donde la tenía el día que nos recogieron de El Matadero y nos apeamos con rapidez.

Lo bueno de Las Cloacas, es que hasta el más variopinto grupo de personajes pasaba desapercibido, incluso los que llevaban maletines con mas forma de violín que de fusil y no tenían aspecto alguno de músicos de orquesta.

No reconocí la calle por la que nos adentramos en el lugar, así que supuse que la última vez habíamos cogido una paralela.

Al recordar, inevitablemente me miré la mano izquierda. En la palma todavía era bien visible la media luna regalo de la hechicera blanca. Confiaba de verdad en que fuera una especie de amuleto o algo protector, porque el hecho de que hubiera quedado grabada en mi piel como tatuaje perenne me hacía dudar al respecto.

–Por aquí –. Ben iba a la cabeza del grupo y nadie osaba a rechistar sus indicaciones, por muy extrañas que fueran. Lo considerábamos el sabueso del equipo.

Nos hizo pasar por un estrecho espacio entre dos edificios, tan angosto, que solo pudimos atravesarlo de perfil y uno a uno en fila india.

Luego nos condujo por varias trastiendas, con lo que nos ganamos improperios de los propietarios que nos pillaban. Y finalmente, llegamos a una puerta metálica en la planta baja de un edificio de fachada sucia.

Una de las características de Ben, es que, en apariencia, no parecía temer nada ni a nadie. Era una cualidad que siempre había admirado de él, porque a pesar de ser el más flacucho y de verlo como el más enclenque; aquella faceta de su personalidad le confería dureza y aumentaba nuestro respeto hacia el.

No hay nada que asuste más que el miedo a la muerte, y Ben no la temía. O eso hacía creer a los demás.

Era de esperar pues, que aquella puerta la abriera él. Sin atisbo de duda.

Colmillos de Plata (Slash//Yaoi)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora