15. El epílogo

279 27 12
                                    

El epílogo

(Marcus)

Sentí un tierno beso en la comisura de los labios, que automáticamente se me curvaron en una escueta sonrisa, incluso antes de abrir los ojos y mirar al culpable de que me despertara de tan buen humor. No necesitaba hacerlo. Sabía perfectamente de quién se trataba.

Acababa de amanecer, y Sean ya estaba desnudo e inclinado sobre mi. Se acurrucó junto a mi cuerpo en la cama, envolviéndome en un cálido abrazo. Y enterró la nariz en mi clavícula.

–Buenos días—musitó sobre mi piel.

Yo le rodeé con mis brazos también, y aspiré el aroma de su coronilla.

–Muy buenos.

–No quiero irme a trabajar—dijo con tono infantil.

–Pues no vayas.

–Tengo que hacerlo.

Con la misma que dijo eso, se separó de mi cuerpo y me sorprendí a mi mismo siguiéndole con los brazos en alto, esperando que volviera a estar entre ellos. Sin embargo, no ocurrió. Se metió en la ducha y no tardó ni tres minutos en salir con la toalla sobre los hombros.

Sacó su impecable ropa del armario y se la puso a pesar de que yo no dejaba de propinarle besos en la espalda sin soltar su cadera. Con todo, se fue.

Entonces me estiré con los brazos en cruz sobre la gran cama.

Era mía ahora. La casa también, pues la compartía con Sean. Su impresionante ático con maravillosas vistas a la ciudad.

No había sido demasiado complicado el ponernos de acuerdo sobre lo de vivir juntos. Dado que ya habíamos convivido durante incontables semanas. Aunque esta vez, era mejor que entonces.

Ahora nos comportábamos como cualquier pareja normal. Salvo por lo de yo beber su sangre y él convertirse en lobo por las noches; todo lo demás, era lo habitual en dos personas enamoradas.

Yo también había cambiado hasta límites insospechados.

La vergüenza había desaparecido. Los sentimientos de dudas e incertidumbre también. Quería amar y ser amado, y me dejaba llevar por la corriente a sabiendas de que todo era mejor en la orilla.

Miré a la mesilla de noche, donde estaba el reloj despertador de Los Simpsons que había traído yo de mi antigua casa. Marcaba las 8:30 de la mañana. Una hora que para los seres humanos indicaba que debían marcharse a trabajar, o ya estarían de camino como Sean. Sin embargo, yo no.

Me levanté con calma. Tomé un baño y bajé para encender el televisor y la videoconsola. Durante la madrugada, había dejado a medias una partida con mis amigos por haberme ido a dormir, así que en cuanto estuve conectado, les hablé por el micrófono integrado en los auriculares.

–Buenos días, Marcus—dijo Kyle al otro lado de la línea.

–¿Llevas toda la noche jugando?¿Cuántas bebidas energéticas te has metido en el cuerpo? –. Se me hacía extraño verle jugar a esas horas de la mañana. Por lo normal, no era así. Y si lo era, tenía que haber una explicación lógica.

–Con la que me estoy tomando ahora... Llevo tres—dijo como si nada.

–¿Y Liam y Jim?

–Durmiendo, supongo.

–¿Sólo estamos tú y yo? –. Pregunté mientras preparaba mis personajes.

–Por lo visto. ¿Y Sean?

–En el curro.

Parecía que me había escuchado, porque nada más mencionarlo, cruzó la puerta y dejó el maletín en el suelo.

–Pues no... Está aquí.

Me sorprendí de verle, y me quité los auriculares, ignorando a Kyle por completo.

–¿Qué..?

–Repartí mis citas entre un par de veterinarios—dijo dejándose caer junto a mi en el sofá y aflojándose el nudo de la corbata.

–Podrías haberlos llamado por teléfono y haberte quedado conmigo en la cama.

–Así me deseas más—dijo guiñándome un ojo y cogió los auriculares para ponérselos. –Buenos días, Kyle.

Me mordí el labio inferior con los colmillos para evitar gritarle lo mucho que me gustaba el sexo mañanero. Aquello era como suplicarle, y no le daría el gusto. Él sabía perfectamente que en cuanto uno de los dos despertara, empezaba la marcha. Además, Kyle me escucharía por el micrófono. No quería traumatizarle. Aún no se acostumbraba a mi nuevo estado civil de no soltero.

Así que en silencio, arrebaté los auriculares a Sean, dejándolos caer al suelo por un costado del sillón. Al tiempo que me sentaba encima de sus muslos, con ambas rodillas a cada lado de su cuerpo.

Me lancé sobre su cuello, lamiéndolo de arriba abajo, erizándole la piel en el proceso. Él soltó un gemido ronco y eso fue el detonante para que yo ya no quisiera parar.

Le besé con intensidad, dejando que mi lengua inspeccionara su boca de lado a lado, mientras sus manos palpaban la piel de mi torso por debajo de la camiseta.

A tientas, terminé de aflojar su corbata, dejándola deshecha y perfecta para tirar de él por la nuca ayudándome de ella.

–Mereces un castigo por lo que me hiciste esta mañana. Dejarme con las ganas. No te lo perdonaré tan fácilmente—dije contra sus labios. Él trataba de recuperar el aliento que yo le había arrebatado, pero se permitió el lujo de sonreír con descaro.

Me acerqué a su rostro para besarle de nuevo, pero empezamos a escuchar una melodía. Era mi teléfono. Que estaba sobre la mesita de centro, a mi espalda.

–¿No vas a cogerlo?

–¿Ahora?

Me encontraba en un dilema. Sexo, o una llamada que podría ser importante.

–Responde. Yo no me moveré de aquí—dijo pícaro.

Sentía que mi sangre hervía como lava de un volcán, aunque fuera físicamente imposible.

Me puse en pie y cogí el dichoso teléfono de la mesita. El número que se mostraba en la pantalla me resultaba desconocido.

–¿Diga? –. Pregunté al descolgar.

–Hola, Cus.

Fin


*Ya está publicada la segunda parte de esta historia. Se llama ''Colmillos rotos''.

Colmillos de Plata (Slash//Yaoi)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora