9. El culpable

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El culpable

(Marcus)

–Jamás seré uno de los vuestros. –Sentencié.

Si el hombre que decía ser mi padre se sintió ofendido o no por mis palabras, no dio señal alguna de ello. Sin embargo, hizo un gesto con las manos y los vampiros que nos rodeaban se hicieron a un lado, dejando el espacio suficiente para que Sean y yo nos largáramos de allí por donde habíamos venido.

El pobre Sean eran un despojo humano. Sangrando por el borde del labio inferior y también por la nuca. Magullado, y andando con torpeza, se dejó guiar por mi hasta la salida sin oposición alguna. Respiraba con pesadez y soltaba leves quejidos esporádicos. Viéndole así, era un alivio saber que al día siguiente todas las posibles marcas habrían desaparecido de su hermoso e inmaculado rostro.

Y pensar que habíamos salido de allí con vida. Eso era un milagro.

Hice que Sean se me enganchara en la espalda, como una simple mochila. No era pesado, al menos no con mis nuevas habilidades. Y sin dificultad alguna, y extrema rapidez, subí las escaleras de vuelta a la superficie.

Ben abrió las planchas metálicas justo antes de que yo se lo pidiera desde el otro lado, y sin esperar ni un instante, tiraron de los brazos de Sean que rodeaban mi cuello.

–¿Qué ha pasado allá abajo? –preguntó John aterrorizado mirando a su amigo con los ojos desorbitados.

Pusieron a Sean en el suelo para examinarle.

–Estoy bien—dijo Sean con voz rasgada por el dolor. No se apartaba la mano del estómago, justo donde le había asestado la patada uno de los enormes vampiros. Era fuerte aún en su forma humana. Nadie común hubiera aguantado ni la mitad que Sean allí dentro.

Me había seguido a pesar de saber a la perfección a lo que se exponía, y no podía evitar sentirme culpable por sus heridas. Él no dejaba de mirarme, con aquellos ojos rasgados casi cerrados por completo. Intentando no quejarse. Con la frente empapada en sudor y los labios tan tensos que parecían apenas una imperceptible línea.

David le echó un rápido vistazo y lo alzó cual princesa recién rescatada.

La cabeza de Sean cayó hacia atrás por su propio peso, y habría jurado que se sumió en la inconsciencia. Quise ser yo el que lo cargara de nuevo, pero Ben me detuvo antes de que alzara siquiera los brazos.

–Ya has hecho suficiente –dijo tajante y enfadado.

Ahí estaba otra vez la mirada de hielo. Aquello era tan cierto, que no dije nada. Simplemente los seguí sumido en el mutismo.

Solicité que nos llevaran a casa de Sean, pero estando herido, no me hicieron el menor caso. Así que volvimos a la mansión. Donde como era de esperar, el Señor Láng nos aguardaba. Tan quieto frente a la puerta de entrada, que parecía tallado en piedra. Con los largos cabellos negros ondeando al viento, pero con la ofensa marcada en todas las facciones de su cara.

No había crimen sin castigo, y el mío fue alejarme de Sean por esa noche.

El Señor Láng me obligó a quedarme encerrado en su despacho hasta que la mañana siguiente llegara. La habitación más alejada de la casa y también la más alta. Aquella donde los demás lobos difícilmente captarían mi olor.

Y allí me quedé. Obediente como el que más. Deseando con todas mis fuerzas que Sean se hubiera recuperado para entonces.

Aparté el sillón de cuero de detrás de la mesa, y encajé mi cuerpo en el hueco que quedaba debajo. Abrazando mis propias piernas. Como un niño que jugase al escondite.

Colmillos de Plata (Slash//Yaoi)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora