11. El rechazo

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El rechazo

(Marcus)

El primero que despertó fue David.

Le escuchamos en la cocina, gracias al ruido que hizo al levantarse de entre los pedazos de madera.

Le siguió Josh, que se quejaba de haber dormido en mala postura, aunque se había clavado en la espalda las piezas del interior de la televisión. John apareció adormilado por la puerta, diciendo que tenía la boca seca como la suela de un zapato y Ben, lo primero que hizo al abrir los ojos, fue preguntarle si se encontraba bien. Como buen novio preocupado.

Sean me había contado que lo más probable es que sus amigos no hubieran salido de la casa porque se habían atacado los unos a los otros. Había habido una pelea de hombres lobo allí dentro. Eso explicaba la cantidad de sangre por todas partes y los destrozos generales.

Pero pronto el lugar estaría atestado de policías. Así que, apresurados, se vistieron con las primeras prendas que les dio por coger del dormitorio y salimos en tropel a la furgoneta. No éramos los más indicados para dar explicaciones a los agentes de la ley, aunque John me comentó que cuando se trataba de cosas sobrenaturales, la policía hacía la vista gorda. No sabían lidiar con ello. Simplemente lo tapaban para que los ciudadanos vivieran más tranquilos.

Esa era la causa de que yo no supiera de la existencia de criaturas extrañas hasta que me convertí en una.

El rostro del Señor Láng recuperó su color cuando nos vio aparecer, sobretodo cuando su hijo se bajó de la furgoneta.

Le abrazó con tanto entusiasmo, que por un momento llegué a pensar que no se trataba de Wei Láng, sino de otra persona.

Le cogió la cara con ambas manos y se la examinó a conciencia, como para creerse que estuviera vivo y en buen estado.

–Me tenías muy angustiado, Sean—dijo afectuoso. Tono nada acostumbrado en el.

–Estoy bien, padre—dijo escueto. A pesar de que las ojeras bajo sus ojos eran demasiado pronunciadas y el tono de su piel era más pálido de lo común.

–Cuando Benjamin llamó y me explicó la situación... –. Sus ojos me buscaron mientras hablaba y me juzgaron severamente cuando me encontraron. Esa noche lo más seguro es que me castigaría de nuevo encerrándome en su despacho. O peor, en el dormitorio de alguno de los lobos para que me descuartizara.

Poco me importaba, sinceramente. Estaba realmente hundido. Por la noche sentiría el peso de lo acontecido en las últimas horas y sería más devastador si cabe.

El Señor Láng no me dijo nada al respecto y dejó que entráramos en la casa. Nos diéramos una ducha y nos vistiéramos adecuadamente.

Tras el baño de agua caliente me dejé caer en la cama, vestido únicamente con unos anchos pantalones de chándal azules. Deseando que se abriera el colchón bajo mi espalda como en Pesadilla en Elm Street, y desparecer de la faz de la tierra.

Sean estaba en el cuarto de baño y yo hundí la cabeza en la almohada.

Olía a su cabello. Y enterré más la nariz en ella para empaparme de ese embriagador aroma. Sintiendo que me estaba comportando como colegiala enamorada.

–¿Qué haces?

Lancé la almohada tan lejos al escuchar la voz de Sean que chocó contra la pared y cayó al suelo.

Pero no pude responderle cuando le vi. Desnudo, salvo con la toalla anudada a la cintura. El cabello húmedo pegado en la frente y el perfume de su cuerpo saliendo de todos los poros de su piel como vapor de una olla e inundando mis fosas nasales.

Colmillos de Plata (Slash//Yaoi)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora