12. El hombro sobre el que llorar

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El hombro sobre el que llorar

(Benjamin)

Ver salir a Sean desnudo de la habitación no debía sorprenderme en absoluto.

Todos en aquella casa sabíamos a la perfección lo que pasaba entre él y el vampirito con el que compartía dormitorio. Aquella intocable criatura a la que ninguno alcanzábamos a comprender porqué el lobo que había en Sean no atacaba.

Lo que sí me extrañó, fue la cara de mi amigo en cuanto abandonó el cuarto. A pasos apresurados, esquivando las miradas de los demás, y bajando los escalones con tanto ahínco que era raro que no se rompieran bajo sus pies.

Sean estaba enfadado, y lo que parecía peor, dolido.

No me equivocaba al pensar que lloraba. Antes de darme la espalda y desaparecer por el pasillo, una lágrima había caído por su mejilla.

Lo seguí dispuesto a saber lo que ocurría, con la esperanza de que se hubiera peleado con aquel vampiro y tener vía libre para reírme en su cara mientras se marchara con el rabo entre las piernas de vuelta a su casa, lo admito.

Sean continuó su camino ignorando a todo el que se cruzaba con el. Cuando llegué al recibidor, John me miró con ojos interrogantes, pero yo solo pude responderle con un leve encogimiento de hombros y seguí el rastro de mi amigo. Hasta la lavandería.

La lavandería era una de esas habitaciones de la casa que parecía sacada de una serie de televisión de los noventa. Con lavadoras y secadoras abiertas por todas partes, y junto a la pared, una hilera de sillas para los que tuvieran tan pocas cosas que hacer que podían esperar a que su ropa terminara de lavarse. Además, olía a suavizante y era agradable.

En la mansión había servicio de limpieza y de cocina, pero la lavandería estaba para los que quisieran hacerse sus propias coladas. Y yo era de los que pensaba que no había nada como lavar los trapos sucios uno mismo.

Sean estaba de pie junto a una secadora cuando yo entré, y estaba metiendo la pierna izquierda en unos pantalones arrugados que evidentemente acababa de sacar de allí.

–¿Estás bien?

Precavido, le hice la pregunta nada más cerrar la puerta detrás de mi, alejando a cualquier curioso que pudiera pasar por la zona.

Él ni alzó la cabeza para ver quién le había dirigido la palabra. Reconoció mi timbre.

–Sí—dijo seco. Eso era una gran mentira.

–¿Algún rastro de las heridas?

Cuando el vampiro recibió aquellos disparos dentro de la casa de su hermano, y la sangre comenzó a salir de manera descontrolada por el pecho de Sean, todos los que estábamos presentes sentimos que nuestro amigo se moría. Por fortuna no fue así. Pero habían sido muchas heridas, y perdió demasiada sangre.

–No.

–¿Vas a hablarme sólo con monosílabos?

Bromeé, pero él no sonrió ni por compromiso. La cosa era grave.

Cerré una de las lavadoras que estaba vacía y me senté encima de la carcasa. No pensaba salir de la habitación hasta que no me explicara lo que le ocurría. Y eso lo sabía yo, él y todas las personas de la mansión.

–Le dije a Marcus lo que siento por él. Que le quiero.

Su voz era apenas perceptible, pero mi sentido auditivo extra desarrollado me había beneficiado para no tener que pedirle que me lo repitiera.

Colmillos de Plata (Slash//Yaoi)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora