Capítulo 4

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Al día siguiente desperté sintiéndome extrañamente bien, no había tenido ningún tipo de visión, solo un profundo y oscuro sueño que me tranquilizó demasiado. Quizá pronto dejarían de estar en mi cabeza.

Me senté sobre la cama, advertí la presencia de Hadrien en la habitación, mas él no se hallaba a mi lado como lo estuvo antes de quedarme dormida, sino que se encontraba sentado en un sofá frente a mi cama.

Noté que había algo bestial en su mirada oscura; matices rojos aparecían en ella y tuve la impresión de que no era a causa de la sed.

—Hola —murmuré con cautela.

Él no me respondió, se me quedó mirando, bajó la vista al collar y luego de nuevo posó sus ojos sobre mí fijamente; usaba la misma ropa con la que se fue anoche, estaba arrugada y tenía sangre, lo que no había notado anteriormente.

—¿Por qué usas la misma ropa? —Pregunté al tiempo que él se levantaba y caminaba de un lado a otro por la habitación.

No obtuve respuesta de nuevo, lo miraba dar paso tras paso, tensaba la mandíbula, contraía sus músculos, como si estuviese conteniéndose.

—Hadrien, me estás asustando —susurré levantándome de la cama. Él detuvo sus pasos y me cogió del brazo, el mismo que anoche se hallaba herido, pero que ahora no mostraba ni un ápice de haberlo estado.

—Ven conmigo —ordenó autoritario.

Me sacó de la habitación prácticamente a la fuerza, tiró de mi cuerpo con prisa por el pasillo mientras mantenía una postura seria, sin embargo, palpaba su furia, la irradiaba por cada poro de su cuerpo y yo seguía sin entender el porqué.

No había hecho absolutamente nada para molestarlo, nada para que se comportara de esta forma conmigo.

En poco tiempo arribamos hasta los calabozos del castillo; al entrar creí por una fracción de segundo que me dejaría aquí, lo que me aterró. Hadrien era tan impredecible en ocasiones.

Instintivamente recordé cuando me mantuvo prisionera dentro de esas paredes oscuras y sucias, la tortura a la que me sometió, lo que sucedió dentro de ellas.

Mi cuerpo tembló y me vi desechando esos recuerdos amargos que no tenía caso guardar más en mi memoria.

Percibí el olor a sangre inundando mi nariz, llegó a ella de forma abrupta, despertó en mí la sed; su olor era denso, así que podía jurar que el cuerpo de la persona que la derramaba seguía herido y vivo... Además de comprobármelo el suave, pero fuerte latido de su corazón.

¿Acaso me traía aquí para alimentarme?

No obstante, todas mis dudas quedaron resueltas cuando entré al calabozo donde un hombre estaba sentado sobre una silla; sus manos se hallaban atadas al igual que sus piernas por gruesas cadenas que le cortaban la piel, le causaban heridas tortuosas de donde salía la sangre que llenaba aquel lugar. Sin contar con las que había en su cuello, que más bien se trataban de mordidas profundas, pero que no buscaban quitarle la vida. Al menos no todavía.

—¿Para qué me traes aquí? —Apremié confundida.

El hombre levantó la vista al escucharme, me percaté entonces de que era el cazador que me había disparado anoche. Andrea se encontraba detrás de él, tenía sus manos apoyadas en los hombros del cazador y sonreía con malicia, clavaba sus uñas dentro de la carne blanda del humano derramando así más de su sangre. A ese paso acabaría muerto pronto.

—Vaya, veo que fue por ti para reafirmar todo lo que le dije —se burló el cazador, esbozó una sonrisa pérfida.

—¿De qué estás hablando? —Exclamé molesta— ¿Qué demonios está sucediendo, Hadrien? —añadí mirándolo, pero él no respondió, tenía la vista fija sobre el cazador.

Quédate ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora