Capítulo 24

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Acomodé mis gafas de sol mientras sonreía a los vampiros que nadaban en la piscina. Hacia un día precioso y nosotros lo aprovechábamos.

Harry y Alba estaban aquí, en un momento más llegaría Marco. Hadrien cocinaba algo para mí en la cocina, si bien, bebía de su sangre, también probaba esos deliciosos platillos que preparaba. Me sentía en el cielo al poder tener lo mejor de los dos mundos, tanto el humano como el vampírico. Ciertamente no cambiaría por nada mi situación, sólo elegiría eliminar ese problema que me estaba absorbiendo la vida día a día.

Transcurrieron dos semanas desde que llegamos aquí, y mi vientre creció como si cada tres días hubiesen sido meses. El desarrollo de Victoria era rápido, muy veloz. No me daba tiempo a nada. A la vez que su vida se fortalecía dentro de mí, la mía se debilitaba. El correr ya no era propio para mi salud, los dolores que amenazaban con un infarto iban en aumento, se volvieron continuos y más fuertes. Tanto que debía beber del té tres veces al día para lograr ponerme de pie y estar como lo estaba ahora.

Por las noches cuando Hadrien dormitaba o se ausentaba, buscaba en libros, internet o en lo que estuviera a mi alcance, una cura para poder sobrevivir. Pese al pronóstico de Alba, no me daba por vencida. Sin embargo, no hallaba nada, porque esto no era normal y sería la primera vez que sucedió. Ni siquiera los más antiguos pudieron ayudarme. Para ellos esto también resultaba un total enigma.

—¡Gabrielle! ¿No quieres entrar? —Habló Alba. Sonreía al tiempo que Harry la abrazaba por detrás. Aquel gesto no me sorprendió, desde el inicio dieron indicios de la atracción que sentían el uno por el otro.

—No, estoy bien aquí —dije. La sombra del árbol caía sobre mí, el viento se colaba por las grandes y tupidas ramas repletas de hojas. Eran como un suave vaivén que me calmaba.

Alba asintió y siguió en lo suyo con Harry. De pronto, Marco apareció en el umbral de la puerta. Traía un paquete en sus manos. Me acomodé sobre la silla, enseguida lo tuve sentado a mi lado.

—Hola —lo saludé contenta—. ¿Qué tal? ¿Te gusta mi nueva casa? —Inquirí. Él no había venido a verla. Hadrien le encomendó un par de tareas.

—Es pequeña y sencilla, pero muy bonita. El hogar perfecto para ustedes —murmuró contento echando un vistazo a su alrededor.

—Lo sé. Quedé fascinada. —Él sonrió, desvió sus ojos a mi barriga. Extendió el brazo siendo cauto hasta tocar mi vientre abultado.

—Está enorme. Qué fascinante —susurró emocionado.

—Sí. Pronto llegará mi pequeña —musité con melancolía. El tono de mi voz no pasó desapercibido para mi amigo.

—¿Por qué lo dices en esa forma? —Cuestionó. Apartó la mano, clavó su mirada en mí— ¿Ocurre algo que no me has dicho?

Desvié la mirada hacia los árboles. Luego volví el rostro hacia la piscina, Harry y Alba acababan de salir, ésta última dirigió sus ojos a mí, apenas me dedicó una sonrisa y entre risas se llevó a Harry dentro de la casa, probablemente buscaba darme algún tipo de privacidad con Marco. Además, que el hermano de Hadrien no era consciente aún de mi estado y quizá no lo sabría por ahora.

—Estoy enferma —susurré regresando mi atención a él. La incredulidad resplandeció en sus ojos. Apretó las cejas.

—¿Cómo que enferma? —Repitió confundido— Eres inmortal, no puedes enfermar. No tiene lógica alguna lo que me dices.

—El que Hadrien se haya alimentado tantas veces de mí cuando era humana, me hizo enfermar —le expliqué calmada—, sin embargo, no de lo que yo pensé que sería, como anemia o leucemia, sino que mi corazón comenzó a fallar. Ignoro si se trataba de algo que ya padecía antes de que él llegara, o si en realidad fue por la pérdida de sangre.

Quédate ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora