El suave olor de la comida me hizo despertar. Mi estómago protestó instintivamente recordándome lo hambrienta que me hallaba; ciertamente necesitaba sangre, añoraba beberla, pero tendría que conformarme.
Mi mano se movió sobre la cama. Abrí los ojos encontrándome con un espacio vacío. Me senté sobre la cama sin ver a Hadrien en la habitación, él apareció en el umbral de la puerta con una bandeja en sus manos repleta de comida.
Enarqué ambas cejas mientras él se acercaba de lo más normal. Sin embargo, para mí no era normal en lo absoluto despertar y que él me trajera el desayuno, mucho menos que lo cocinara, porque no había nadie más en este lugar que lo hiciera por él. Pero incluso así pregunté:
—¿Tú... cocinaste? —Sonrió ante la incredulidad de mi voz.
—Sí —corroboró como si fuera lo más habitual en él—, y deja de mirarme así, me gusta cocinar, pero nunca antes tuve para quien hacerlo —añadió.
—Me resulta un tanto difícil.
—Lo sé. Siempre he sido un tipo frío, despiadado y cruel. Pero te mostraré un lado bueno de mí que pocas veces has visto —me interrumpió. Guardé silencio. Me dejó sin palabras.
Ahí estaba mi vampiro psicópata sentado a un lado de mi cama con sus ojos negros escudriñándome con diversión a la vez que esbozaba una sonrisa disfrutando plenamente de mi rostro lleno de confusión e incredulidad. Porque cada día que transcurría él me sorprendía más que el anterior.
—No sé qué decirte. Siempre deseé esto de ti y ahora no encuentro una forma de reaccionar —gesticulé seria. Él sonrió de nuevo, esta vez ampliamente. Me tocó la mejilla con suavidad y negó con la cabeza.
—No digas nada y comienza a comer —le restó importancia.
Me tendió la bandeja y la sostuve sobre mis piernas; en ella había comida que hace mucho no probaba y que posiblemente nunca antes tuve el placer de probar, ya que todo parecía hecho por alguien profesional, todos eran platillos que no conocía y que tal vez debían ser típicos de estos sitios.
—De verdad que te gusta cocinar —dije con una pequeña sonrisa asomando mis labios.
—Si no fuera un vampiro, que además es el Gobernador de toda la especie, me habría gustado ser chef —confesó encogiéndose de hombros.
Apenas y pude sostener el cubierto sin llevar bocado a mi boca que se desencajó al oírlo. Es que no era nada de otro mundo lo que él decía, pero insistía en lo inusual que resultaba, me hacía sentir incómoda y extraña escuchándolo hablar tan... normalmente.
—Vaya —musité llevando un bocado de comida a mi boca—, eso no lo sabía.
—Hay muchas cosas que ignoras. Y bueno, mi vida como vampiro y Gobernador no me desagrada —agregó.
—Aunque ahora Harry lo parece más que tú —murmuré y seguí comiendo. No sabía lo que era, pero estaba delicioso y mi estómago lo agradecía.
—Quizá le ceda el puesto —dijo, me tomó desprevenida... De nuevo.
—¿Es en serio?
—Sí, Gabrielle. Realmente deseo disfrutarte sin tener tantas obligaciones sobre mis hombros. Además, quiero estar junto a ti durante todo el proceso de tu embarazo. No pienso perderme ni un sólo momento de este milagro que crece en tu vientre —susurró posando la mano sobre él.
—Un milagro —musité, dejé mi mano sobre la suya. Suspiró.
—Tú lo eres, tú eres mi milagro, Gabrielle.
ESTÁS LEYENDO
Quédate ©
VampiroSEGUNDA PARTE DE "A TU LADO" Gabrielle descubría su nueva vida vampirica siendo la esposa del Gobernador de los vampiros, pero duras realidades se presentaban frente a sus ojos. ¿Puede un corazón bueno ser corrompido? Mientras lo miraba descubría q...