Capítulo 11

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—¿No tienes nada mejor qué hacer? —Increpé. Brent se puso de pie, surcó sus labios en una sonrisa, se veía lindo, pero no provocaba nada en mí.

—¿Tanto te molesta verme aquí? —Repuso, lo miré dándole a entender que así era.

Ya llevaba un buen tiempo encerrada aquí, no podía decir con exactitud cuántos días transcurrieron, la habitación carecía de ventanas, así que no sabía si era de día o de noche, lo cual me estaba volviendo loca; necesitaba salir, ver a Hadrien, lo extrañaba como el demonio y era horrible sentir esa punzada de dolor en el pecho que me hacía saber sobre el sufrimiento de mi vampiro. Al estar separados el lazo se intensificaba, mas no para bien, sino para pronunciar la agonía con cada día que transcurría. Quizá nunca acabaría de comprender cómo funcionaban las almas gemelas; pasaba por diferentes etapas, en ocasiones cuando el dolor de Hadrien era demasiado —físicamente hablando— yo lo experimentaba como si fuese mío. Sin embargo, no siempre era así, podía cortarse, herir su mano o alguna parte de su cuerpo y en mí no causaba nada. Tal vez el lazo se intensificaba cuando el dolor era verdadero. Justo ahora la tristeza y la desesperación eran uno conmigo y resultaba complicado el saber diferenciar de quien eran esos sentimientos, si suyos o míos. Aunque sin duda, debían ser de ambos, lo echaba de menos. Porque a lo contrario de los deseos de Brent, mi anhelo por encontrarme con Hadrien era más fuerte que cualquier cosa, el lazo se no se debilitaba mucho menos mostraba un ápice de querer hacerlo, por el contrario, se estaba fortaleciendo.

Suspiré resignada.

Gracias al cielo Brent no se había tratado de sobrepasar conmigo, me trataba bien, demasiado a mi parecer, pero no logré que me otorgara ropa, lo más que pude conseguir fue que me trajera un sinfín de diminutos camisones que no cubrían absolutamente nada y que estaba más que segura que era para su placer, ya que eran demasiados sexis y provocativos; no obstante, los prefería a estar solo en ropa interior.

—Quería presentarte a una amiga —dijo ampliando su sonrisa.

—No estoy para socializar —dije con desdén.

Fui hacia el tocador que hace poco Brent había traído para mí, me senté frente al espejo y comencé a cepillar mi cabello húmedo, ignorándolo.

—Aun así —insistió encogiéndose de hombros.

Lo observé por el espejo mientras se dirigía a la puerta, caminó muy despacio, como si estuviese a punto de mostrarme una gran sorpresa y tratara de despertar la expectación en mí.

La abrió y momentos después entró a la habitación una joven, fruncí el ceño y me puse de pie, puesto que llamó mi atención.

La admiré por un instante; ella era de baja estatura, lucía como una niña, pero había algo en sus facciones que dejaba entrever que no lo era. Su piel era pálida y sus ojos de un color extraño, como si estuvieran mezclados con distintos colores, pero al final no sobresalía ninguno; llevaba su cabello peinado en varias trenzas y entre ellas había pequeñas flores de color rosa al igual que el vestido que usaba y caía libremente por su esbelto cuerpo como si fuera un camisón.

Parecía una muñeca, alguien de fantasía sacada de alguna película o libro, tan irreal y extraña, además de hermosa.

—¿Quién es? —Pregunté sintiéndome incómoda.

—Ella es Suzette... y es un hada.

Ahora entendía. No era precisamente como la imaginaba, quizá hubiese esperado a pequeñas y diminutas hadas con alas, desprendiendo luz y arrojando polvos mágicos.

Estúpida. No debí haber visto tantas películas.

Sin embargo, detuve mis cavilaciones y la furia comenzó a resurgir desde mi interior. Seguramente era ella quien hizo que solo la sangre de Brent fuera la que yo pudiera beber; me entraron unas ganas horribles de asesinarla, tal vez si lo hacía podría romper cualquier clase de hechizo que haya creado.

Quédate ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora