Capítulo 15

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El brazo de Hadrien rodeó mi cintura con firmeza, me sostuvo cuando mis piernas flaquearon por el impacto de aquella noticia. Me hallaba en estado de shock al tiempo que las lágrimas salían sin ningún permiso de mis ojos, sangre derramándose, manchándome el cuerpo, mis manos, las mismas en las que llevaba la sangre de Dean.

El dolor en los ojos de la madre de Dean era inconmensurable. Aquel rojizo parecía contener el mismo infierno, ese que ahora la atormentaba desgarradoramente.

Me aparté súbitamente, hui al interior del castillo. Era tanto el dolor en su mirada que no lo pude soportar más, lo sentía como el mío propio. La impotencia, el enojo, la rabia se presentaron en mi corazón; me abordaron un sinfín de sentimientos negativos.

—¿Quién era su hijo? —vi a Hadrien detrás de mí, no estaba dispuesto a dejarme sola. Sus brazos me rodearon de nuevo, me aferré a su camisa y grité con fuerza, llena de impotencia mientras él se sentaba conmigo en uno de los sofás.

—¡Fue mi culpa! —Declaré— Él me dijo que no lo abandonara, que conmigo se sentía seguro y ¿qué hice? Dejarlo solo.

—¿Cómo ibas a saberlo? Nada de esto es tu culpa, Gabrielle, entiéndelo —aseveró.

—Era solo un niño, Hadrien —mi voz se quebró, el llanto se desbordó de nuevo. Me sentía sensible—. Le prometí que nadie iba a lastimarlo y no cumplí mi promesa. ¡No lo hice!

Levanté el rostro. Hadrien no sabía qué hacer conmigo. Sus ojos contraídos por la impotencia sondeaban en los míos encontrando únicamente dolor.

Tragó saliva. Acunó mi rostro con ambas manos, despacio comenzó a limpiar mis mejillas, sus pulgares se deslizaban suavemente sobre mis pómulos una y otra vez como un sutil masaje mientras que de sus labios salían murmullos que buscaban tranquilizarme. Ciertamente estaba funcionando.

—Lo siento, lo siento tanto, Gabrielle —murmuró sincero.

—Voy a matarlos —siseé enardecida. La rabia comenzaba a hacerse presente, siendo más fuerte que el dolor.

—Tranquilízate, debes pensar con la cabeza fría —aconsejó. Negué.

—No me pidas eso —exclamé decidida.

—Antes que nada, escucha a la madre de Dean, no creo que los cazadores sean los únicos culpables —sugirió. Apreté las cejas, pensativa. Enseguida supe que se refería a Brent.

Asentí despacio. Hadrien depositó un beso en mi frente. Me incorporé volviendo hacia la madre de Dean, permitiendo que la ira manejara mi cuerpo para no abrirle paso a las emociones que me doblegarían y harían titubear mi fortaleza.

La encontré mirando las estrellas, sus labios se movían ágilmente pronunciando palabras que no comprendí. Me dio la impresión de que estaba rezando.

—Tienes que decirme qué fue lo que sucedió —hablé y ella se giró a verme totalmente devastada. Me dedicó un asentimiento de cabeza de forma casi imperceptible.

Le indiqué que me siguiera al interior del castillo. La llevé hasta el despacho de Hadrien, quien se quedó hablando con los guardias, dando órdenes quizá.

—Pasa —murmuré apagada, me hice a un lado y permití que entrara—, ¿cuál es tu nombre?

—Vera —contestó apenas en un hilo de voz.

—Toma asiento por favor —le pedí señalándole uno de los sofás que adornaban el despacho.

Se sentó, cada movimiento que realizaba era forzado, lucía como un autómata, sin una pizca de vida. Yo no tenía ni la más mínima idea del dolor que la atravesaba, pero podía hacerme una idea.

Quédate ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora