1.Azazel

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Azazel, un joven de 20 años sin propósito en la vida. Siempre había sido un niño rico, consentido, obtenía todo lo que le venía bien, pero para colmo, había crecido para ser un hombre hermoso. Cabello negro que la luz de la luna le otorgaba un tono violáceo, ojos celestes, facciones angulosas pero delicadas.

Azazel no era sólo una cara bonita, si no también el heredero de una gran fortuna que le había otorgado su abuelo, Radna Umbra. Esta herencia incluía una casa antigua, de fuertes y gruesas paredes, llena de esculturas, cuadros, relieves, pinturas; y una gran fábrica que aún producía mucho dinero y que Azazel, al ser un gran empresario, sabía manejar.

Este hombre (si es que se le podía seguir llamando de esa manera) se definía como prepotente, egoísta, impetuoso y extremadamente atractivo, belleza infinita... e inalcanzable. Un rostro digno de ser retratado. Todas estas características que el llamaba virtudes, lo animaban a acrecentar su egoísmo y avaricia al punto en que todo resultaba hecho para un único beneficio propio, sin importar por quien tuviese que pasar sobre, sin tomar en cuenta la dignidad humana de aquellos pobres que se interpusiesen en su camino.

Su porte superficial y vanidoso le atraía a personas similares a quienes apenas podía llamar sus "amigos". Siempre estuvo rodeado de gente, pero no podía contarlos como personas de afecto. Desde los 18 años, cuando tuvo la edad de valerse por sí mismo, lo hizo. Dejó a sus padres de lado, se distanció de quienes entonces eran sus amigos y nunca volvió a ser el mismo de antes. Con esto, lo único que logró fue convertir su libertad en un libertinaje.

Asistía y otorgaba fiestas todas las noches, el único tiempo libre donde se podía dar el lujo de distanciarse de su trabajo y malas compañías. El objetivo de cada fiesta era tener una conquista nueva. Azazel elegía siempre una mujer atractiva, pues su manera ruda y machista las atraía bastante. Se pasaba la noche entera seduciendo mujeres alardeando de sus riquezas y buen físico, ya que poseía una belleza poco común, ofreciéndoles un amor eterno que no podía otorgar. Todas sus conquistas lo seguían ciegamente y siempre terminaban la noche en su apartamento o algún lujoso hotel cercano compartiendo la cama con una nueva desdichada joven cada noche.

Sin embargo, a pesar de su rudeza y desinterés que parecía ser su única faceta, le gustaba tomar fotos de aquellas chicas que llevaba consigo, cuando las veía dormir, delicadas e indefensas en su cama. Le gustaba poseerlas, si, sentirse dueño, pero aquello era sólo para cubrir su sensibilidad ante las mujeres: no podía quitarse aquella coraza que dejara ver cuanto su corazón había sido destrozado.

Esta actitud que dejaba entrever cuando nadie podía realmente apreciarla, por supuesto que cambiaba drásticamente al amanecer. A pesar de su soledad, desechaba a estas doncellas como basura, les advertía que su aventura era sólo eso, que no lo llamaran jamás porque el nunca las querría. Y así terminaba su velada con estas chicas de las cuales decía que nunca se acordaba el nombre.

OscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora