11. Imara

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Dos días pasaron antes que el verdugo eligiera su próxima víctima. El procedimiento era el mismo, una bella joven era seducida nuevamente por el galán para la ritual noche de pasiones. Esta vez, se tomo la molestia de conocer el nombre de su víctima. Imara fue igualmente sometida como su antecesora, atada de manos y pies a la misma silla metálica. Fue dejada encerrada en aquel nefasto sótano y Azazel se convenció de que cada vez se convertía aún más en el. La maldad corría por sus venas.

Su torturador no tardo mucho en regresar, Imara no dejaba de gritar angustiada en suplica de ayuda, y nuevamente Azazel no podía dejar que esto pasara, le molestaban los gritos y para acallarlos, selló su boca con cinta aislante autoadhesiva. Luego, con un gotero, comenzó a verter lentamente gotas de ácido hidroclorhídrico. Es irritante y corrosivo para cualquier tejido con el que tenga contacto.

Vertía una gota en diferentes partes del cuerpo. La piel se derretía en efervescentes charcos de sangre y el ácido avanzaba lentamente hasta corroer la carne. El ácido era aplicado en las piernas, brazos, manos. Por supuesto evitando grandes venas o arterias para evitar que la joven mura desangrada.

Los gritos enmudecidos por aquella cinta no se hacían esperar, el dolor y sufrimiento de la joven eran más que evidentes.

Hecho esto, la encarnación de la oscuridad la tomó por la cabeza y con un par de grapas, le clavó los parpados al cráneo haciéndole imposible el poder cerrar los ojos, esos bellos ojos azules. Azazel no pudo con esto, la pena y culpa lo corroían y decidió acalmar sus impulsos.

Tomó nuevamente el gotero lleno de ácido y sosteniéndole fuertemente la cabeza, le dejo caer un par de gotas en cada ojo. No hace falta decir que Imara se retorcía de dolor; sus ojos comenzaron a derretirse al contacto con el ácido, aquel hermoso color azul cielo, puro igual que zafiros, desaparecía cuando un liquido blanquecino mezclado con sangre bajaban lentamente deslizándose por sus mejillas, espeso y viscoso al igual que baja la cera derretida al calor de la llama de la vela. Imara comenzó a convulsionar, el dolor era demasiado abrumador para ella. El ácido que había caído en sus ojos estaba muy cerca de su cerebro.

Poco a poco, su luz interior, sus fuerzas y su alma fueron desprendiéndose de su cuerpo. Su hermosa y larga cabellera miel yacía muerta sobre su cabeza. Imara era su segunda alma torturada y el escape de la oscuridad de la muerte para Azazel.  

Para suerte de Azazel, había sido una muerte mucho mas rápida que la de su primera víctima.


OscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora