El once titular I

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Avanzaba con el cuero bajo su dominio, dejando atrás a todas y cada una de sus compañeras que vestían un peto de un color distinto al suyo. No necesitaba apoyarse en ninguna jugadora, ella sola podía llegar al área y rematar todo el trabajo anterior.

Busca el hueco entre las defensas, toma como punto de apoyo la pierna izquierda y remata con fuerza con el empeine, esperando pacientemente a que el balón quede encajado en la escuadra izquierda.

Lamentablemente pasa a bastantes metros del larguero y choca contra la reja que rodea el campo de entrenamiento.

— ¡Lacunza! ¿¡Cómo puedes fallar algo así!? – Recriminó la entrenadora algo molesta.

¿Para qué quiere esas piernas tan largas y musculadas si luego no las sabe usar? Menudo desperdicio de cuerpo, joder. Maldecía en su fuero interno. Cálmate Alba, te llama la atención porque hace magia con los regates, no por la manera en la que se le marcan las venas de los brazos mientras corre. Intentaba convencerse a sí misma sin mucho éxito.

— Perdona, no sé qué me pasa, nunca he fallado estos tiros, tú más que nadie lo sabes. – Se defendió la morena.

— No me valen escusas, te estás preparando para un Mundial, estás ocupando el puesto de una chica que podría estar utilizando esta oportunidad, no hagas que deje de convocarte.

Tras esto, Alba pensó que había sido demasiado dura con ella, pero a la vez utilizó esa pequeña bronca para desahogarse de todo lo que gritaba su interior, y pensó en aprovechar esa oportunidad.

— Puedo mejorar, solo estoy teniendo unos días algo flojos, doblaré los entrenamientos, incluso puedo prescindir de los días de descanso, pero no permito que se te pase por la cabeza no convocarme.

— Claro que vas a doblar los entrenamientos. ¡Chicas, descansad! Id a los vestuarios y os quiero en el hotel en media hora. – Ordenó la rubia mientras se colocaba con los brazos cruzados delante de Natalia. – ¡Tú! ¿Dónde te crees que vas? No hemos acabado, de hecho, esto recién ha empezado. – Advirtió a la morena mientras el resto de jugadoras abandonaban el terreno de juego totalmente agotadas.

— Pero... esto... yo... el día ha sido muy largo, creo que me vendría bien descansar y darme una ducha.

Sí hija, te vendría bien una ducha porque esa camiseta tan ceñida por el sudor me está provocando una embolia. Pensaba la rubia mientras intentaba mostrarse lo más seria posible.

— Tendrás tu ducha cuando te la ganes. Estamos aquí para jugar y demostrar lo que valemos. Por muchos spots para los que te busquen, eso solo te convierte en una cara que vende. Demuestra lo que vales en el campo, Lacunza, demuestrame que eres más que una cara bonita.

El discurso de la entrenadora pareció hacer mella en Natalia, pues no pudo evitar ruborizarse ante sus palabras.

— No tengo nada que demostrarle a nadie, ponme a dar cien vueltas al campo pero no te metas en mi vida. – Rugió la morena haciendo que Alba sintiera una leve punzada en el pecho.

— ¿Desde cuando tienes esa falta de disciplina? ¿Quién te crees para hablarme así? Creo que todo este año se te ha subido a la cabeza. – Escupió la rubia.

— Quizás lo que se me ha subido a la cabeza es la forma en la que me miras. – Vaciló sonriente.

Alba enmudeció.

— ¿De que estás hablando? A ti se te va la cabeza.

— Venga, ahorra los esfuerzos en disimularlo, que luego no te importa ser tan obvia. ¿Me vas a decir que me miras como a las demás? – Picó Natalia.

— Eres una más de la plantilla.

— ¿Una más? Pues para ser una más, conmigo limitas tus interacciones a soltarme sermones sin mirarme a los ojos, si te descuidas ni siquiera me enseñas las plantillas de las jugadas y soy delantera titular. – Rió.

— Pareces muy segura, ¿no serás tú la que se pasa el día observándome e interpreta cosas que no son? – Intentó darle la vuelta la valenciana sin mucho éxito.

La morena aprovechó ese minuto de valentía de la pequeña para subir un nivel el juego, pasando el centro del campo directa al área más peligrosa del rival.

— Dime que no has recorrido un centenar de veces mis piernas desde la lejanía, dime que no te sabes al dedillo cada uno de mis tatuajes visibles. – Inquirió Natalia.

— Te recuerdo al fútbol se juega con los pies y yo soy tu entrenadora. Parte de mi trabajo consiste en mirar cómo mueves las putas piernas.

La morena rió.

— Venga ya, y ¿qué me dices de los vestuarios? Nunca te ha despertado curiosidad acercarte a hacerme una visita todas esas noches en las que me quedo haciendo definición ¿no? Nunca nos has imaginado, desde luego que no.

Alba había quedado fuera de juego hacía mucho rato, ni siquiera sabía cómo habían llegado a aquella situación, solo sabía que había sido demasiado obvia y que negar aquello solo haría que la evidencia fuera aún más clara, pero, ¿acaso Natalia había pensando también en aquello? ¿Algún día mientras se duchaba había esperado que en un acto de valentía Alba se atreviera a darse una ducha en la mampara contigua a la suya? A decir verdad, más de una vez había notado su oscura mirada sobre su nuca, y ella nunca había pensado más allá.

— Se acabó por hoy, haz lo que te plazca, no voy a perder más el tiempo contigo. – Concluyó Alba tratando por todos los medios de alejarse de aquella situación tan surrealista que estaba viviendo, y sin más preámbulos, abandonó el campo para dirigirse a los vestuarios y volver a casa lo antes posible.

Natalia mientras tanto, desistió de su idea de seguir picando a la rubia y decidió proseguir con series de burpees para mejorar la resistencia anaeróbica.

Una vez en los vestuarios, Alba se deshizo de su equipación y no pudo aguantarse la necesidad de darse una ducha antes de llegar a casa, por lo que cambió su rutina y está vez se dirigió a las duchas provistas para las jugadoras.

Encendió el grifo y dejó que el agua hiciera el resto, dejando la mente totalmente en blanco mientras se soltaba el pelo.

Estaba tan sumamente abstraída que tampoco notó que llegó un momento en el que dejó de estar sola en aquella estancia, pues mantenía los ojos cerrados y su cuerpo estaba posicionado de espaldas a la puerta de cristal que permitía el acceso al cubículo.

Unas manos recorriendo sus hombros y unos labios catando la textura de su cuello la sacaron de su inopia.

— Puede que tú no lo hayas pensado nunca, pero te aseguro que yo no puedo dejar de imaginarlo. – Sentenció la morena mientras giraba su cuerpo para atacar con fiereza su boca.

Le estoy cogiendo el gusto a esto de los relatos cortos, y además me río muchísimo en la elaboración.

Creo que el trabajo visual de las fotos en cada capítulo merece un aplauso jajajaja.

Contadme que os ha parecido este, os leo.

Besos.

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