Primer concurso de Escritura Creativa (Kuroshitsuji)

One shot 7: Mermelade (Richie Ness)

Título: Mermelade

Género: Estilo de vida

Autor: Richie Ness (Autor en Amor Yaoi)

Categoría: One-Shot

Advertencia: Lemon

Pareja: CielxSebastian

Sinopsis: Ciel es un Camporn que es descubierto en su trabajo.

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Sus dedos giraron la lente hasta lograr el encuadre de siempre. El escenario variaba dependiendo de lo que desearan sus espectadores, ayer fue la sala, tendido en la esponjada alfombra color crema. Anteayer fue en el cuarto de baño, al parecer muchos exigían verlo tomando una ducha, posiblemente una especie de fetiche que él amablemente aceptó cumplir. Hoy simplemente le apetecía estar sentado en su silla de escritorio. El reloj digital de la computadora marcaba cinco para las ocho, hora en que se levantaba el telón. Para ese momento muchos de sus fieles espectadores ya estaban conversando en el chat del programa, el número ascendía espasmódicamente; mil doscientos treinta, era el número de personas ansiosas de devorarlo con la mirada.

Dieron la ocho en punto y presionó en botón de inicio, el recuadro en negro se iluminó mostrándolo sonriente, diciendo las mismas palabras que siempre mencionaba al comienzo de cada transmisión en vivo.

—¡Buenas noches! Mi nombre es Mermelade —exclamó Ciel enérgico, —y sean bienvenidos a mi show.

El chat saltó de apasionadas y fogosas conversaciones, unas entre extraños que entablaron amistad, otras dirigidas a Mermelade incitándolo a realizar algo en específico, o recomendándole ciertas acciones depravadas. Sus ojos iban de un lado a otro intentando seguir el ritmo de las tantas charlas que desaparecían en la parte superior del chat, respondía escuetamente algunas preguntas o mandaba saludos.

Sin demorarse mucho y mantener la atención de cada par de ojos al otro lado de la pantalla, comenzó a deslizar lentamente la bata por el hombro derecho, una práctica que con la experiencia había convertido en casi un arte. Ese simple acto detonó entre las personas con comentarios exigiendo más. Su sonrisa coqueta fue el golpe fulminante, el contador de donaciones comenzó a subir sin parar, números de dos cifras ascendieron hasta duplicarse. Con eso, Mermelade se quitó la bata completa entre jugueteos de tela, morder una manga por aquí, lamer el cinto por allá. Su fino torso quedó expuesto, sus manos juguetonas pasaron de un lado a otro.

No demoraron en exigirle pasar la parte buena. Mermelade se levantó de la silla, en el cuadro de la cámara quedó en primer plano el pijama y, en medio, el abultado paquete. Sus manos se volvieron temerosas, disputaban si bajarse el pijama o no, un jugueteo que mantenía a los espectadores al filo de sus asientos. Sus largas piernas fueron desnudadas, firmes y atractivas a la mirada. Ambas manos sujetaron el pesado bulto, estrujándolo con placer. Para ese punto Mermelade ya se había excitado también. Las cifras de las donaciones salieron disparadas al cielo. Las palabras obscenas para aumentar la duración de cada masturbación resonaron en una orgía cibernética. Muchos pedían que se masturbara, pero Mermelade sabía que, una vez expulsado su semen, la energía decaería y no alcanzaría hasta las diez. Aprovechando el desenfreno, abrió el cajón del escritorio para sacar un dildo y lo recubrió de aceite. Su mano iba de arriba para abajo, lento, placentero, ese tentempié enardecía de nuevo la excitación al otro lado de la pantalla. Encuadró la cámara en un ángulo bajo, y apoyando las rodillas en la silla, enseñó el culo acompañado de ligeros movimientos de cadera. La imagen en la pantalla era, por lo menos, la cúspide de cada individuo adicto a Mermelade con la fantasía de cruzar al otro lado y penetrarlo, justo ahí, frente a cientos de personas que se masturbarían viéndolos. El sudor comenzaba a escurrir, su calor corporal ascendió a niveles apenas alcanzados cuando su mente quedaba en blanco. Un relampagueante grito marcó el final del acto, el dildo cayó al suelo en un estrepitoso golpe, sus fluidos esparcidos por todos lados despedían un dulce aroma a pasión, viscosos y tan apetecibles como sólo un verdadero amante al devoro comprendía