2. 𝕯𝖊 𝕸𝖆𝖉𝖔𝖓𝖓𝖆 𝖁𝖆𝖓 𝕭𝖗𝖚𝖏𝖆𝖘

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La Madonna de brujas
Miguel Ángel
Iglesia de Nuestra SeñoraBrujas (Bélgica)
Técnica: escultura (203 cm)

26 de septiembre 2014, 20 horas
Algún lugar del mundo

—¿Otro más? —Harry observa nada impresionado desde su silla el objeto que Louis sostiene. Le toma un segundo retractarse, pero está consciente de que ya es tarde, así que solo suspira —Lo siento. Es solo que no estoy interesado si lo quitaste de un cadáver.

—Sí es de alguien muerto. Pero esa no es la historia completa, espera a que la escuches. De seguro te encantará.

La sonrisa de Louis no podría ser más grande, inclinándose besa su frente con algo que Harry solo sabe leer como ternura, deleitado como si la inocencia jamás le hubiera sido arrebatada.

Como su Harry no se la hubiese entregado en cuanto se conocieron.

—Éste ha sido un regalo de agradecimiento —Louis aprieta un anillo entre sus dedos, el oro viejo aún brillante y una inscripción en el interior de dos nombres que le cuentan a Harry historias que preferiría no oír —Ahora te pertenece, como todo lo que es mío.

Es una promesa a Harry, más que eso incluso. Un juramento sellado con sangre ajena y propia, con tinta y sexo grabado en el fondo de su pecho, en cada centímetro de su piel. Pero Louis necesita asegurarse, desea una garantía porque han tentado demasiado su suerte y al tiempo.

Ambos lo saben.

—Ya tengo demasiados anillos, Lou —Asegura Harry.

Ignora la forma en la que su cuerpo cosquillea y se llena de calor. Aunque conoce a la perfección el hecho de que Louis nunca acepta una negativa, no empezará ahora.

—Lo sé, pero éste es distinto. Éste es de esos para casarse.

Louis continúa sonriendo, con un entusiasmo imposible de quebrar cuando se coloca sobre una rodilla y se lo ofrece de nueva cuenta. Harry pierde la respiración y decir eso es menos, es no contar aquel jadeo atorado en su garganta o de cómo está aferrándose tanto a la mesa que la punta de sus dedos se torna blanca, la electricidad recorriéndole las extremidades.

Y ama eso. Ama todo lo que Louis le provoca.

Así que le deja, le deja tomar su mano y colocarle aquel anillo dorado y antiguo, arriba de aquel con un rubí tan libertino encima que podría calificarse como un crimen simplemente usarlo y contrastan tanto uno con el otro que para Harry bien podría ser una alegoría de ambos pero decide no mencionarlo.

Le deja a Louis besar su mano, hundir sus labios perspicaces con lentitud en la tierna piel. Ahí, entre los nudillos y un poco arriba porque está consciente de los escalofríos que causan en Harry ese acto.

Y le deja luego tomar su boca, su cuello, su cuerpo entero también, amarlo como parte de una deuda que jamás era saldada, de la cual están tan conscientes que hacer la pregunta adjunta al anillo ni siquiera es necesario, es un desenlace que se lee entre líneas.

Van a casarse.

Han llegado a éste punto en el cual se comunican incluso en silencio, a través de miradas y las palpitaciones de sus corazones. Bailan bajo la misma melodía y parecen trazados con el mismo pincel.

Pero cuando la palabra es invocada siempre viene llena de millones de significados.

—Te he llenado de tantas joyas que si lanzará tu cuerpo ahora mismo al mar se hundiría, amor mío. —Le susurra al oído Louis —Y aun así nunca son suficientes para complacerte, lucen obscenas al lado de las perlas que tienes por dientes y las esmeraldas de tus ojos.

Baby I'm Gonna Leave You Drowning Till You Reach For My HandDonde viven las historias. Descúbrelo ahora