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Ya había pasado un año desde qué el pecoso y su cuidador habían ido al palacio

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Ya había pasado un año desde qué el pecoso y su cuidador habían ido al palacio. Al pasar de los días, Izuku aprendía más sobre su nuevo hogar y se acoplaba de forma veloz.

Shota se encargaba del que el niño fuera feliz en su -ahora- casa, consintiendo de a poco al infante.

Este es un día como cualquiera Izuku había salido a jugar, o bueno, a curiosear.

El pueblo era tan calmado y pacífico que realmente no importaba si salía un rato, por lo que el pelinegro no vio inconveniente alguno.

El pequeño amigo de dientes filosos con el que hablaba Izuku estaba "trabajando" con su familia -si así se le llama al hecho de que el estaría jugando entre los caballos y cortando florecillas- por lo que el de ojos esmeralda no podría contar con el.

Como todo niño pequeño, Izuku jugaba tranquilamente en la fuente central del pueblo, con una roquita que tiene una sonriente cara pintada y un palo. Eso era lo que el disfrutaba.

—Hey, niño. ¿Qué se supone que estás jugando?

Preguntó bruscamente una voz infantil a sus espaldas.

Izuku no sabía el por qué de su actitud, sin embargo, respondió con educación.

—Bueno, en realidad no estoy jugando a nada...

—Si no estas jugando nada, ¡voltea a decírmelo a la cara, joder!

Gritó enfurecido el contrario, pegándole un coscorrón en la cabeza.

—¡Hey! ¿Eso era necesario?

Preguntó nervioso el peliverde, volteándose en dirección al desconocido.

—¡Claro que lo era! Solo así me harías caso idiota!

Volvió a gritar el infante, exasperado por la actitud del peliverde.

—¿Quién eres? ¡Yo me llamo Izuku!

Cuestionó el pecoso. El niño traía una larga capa oscura, tapando su cabello y parte de su ropa. A pesar de ser verano, portaba un tipo de bufanda en su cuello, la cual tapaba la mitad de su rostro, tanto así que solo se podían observar sus brillantes ojos carmesíes.

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