Bennie Fogder

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Quiero arrancarme el rostro, no me pertenece. Los rostros de los demás parecen tener una personalidad, algún sentido. El mío solo es la desembocadura de mis sistemas. Carne y facciones que exigen ser de alguien y que ese alguien no soy yo. Intento ver mis ojos, no hay nada hacia dentro, estoy vacío. Tengo recuerdos y cuándo intento recordarme solo veo a alguien en tercera persona con quién jamás cruce una palabra. Parecen ser recuerdos de alguien más, la vida de otro. Una catarsis que olvida pero no equilibra.

En mi álbum de fotos siempre aparece un cuerpo humano, una silueta, la figura de una persona que dice ser yo, que dice que ese era yo e intenta convencer, pero a mí no me convence. Ese no fui yo. Esa no es mi infancia.

Tengo vértigo, son demasiadas fotos. Busco un espejo, me miro, miro las fotos. La mirada es la misma. El rostro taciturno de un niño con ojos que observan el entorno a medias, con desgano, tratando de asimilar, pero no asimilan. Lo que ven es una ilusión, algo que no es real, que no sucede, un ensueño que intenta llamarse vida.

Mis ojos posan bajo párpados que me pesan. Los años me pisan con segundos que pasan. El peso de mis párpados me vence, todo es negro. Con un esfuerzo casi sobre humano los levanto. Es un efímero pestañeo, apenas perceptible para mí. Un abrir y cerrar de ojos de casi dos décadas. Con años que me son extraños. Años sin tiempo ni vida que dicen ser míos pero que jamás viví.

Por eso mismo yo no tengo edad. Tampoco nombre ni familia. Mucho menos amigos. El lugar de donde soy no existe. Intento ser nadie, un simple anónimo que camina en la inexistencia y en la soledad. Un cuerpo del que solo se sabe que escribe y sueña con ser poeta. Que avanza justo por en medio de la demencia y la cordura, cerca de la inefable sensación de muerte, pero no cede.

Escritos brevesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora