"En este mundo hay una poesía que existe especialmente para cada persona". Acababa de leer en un texto sin título de un libro sin nombre, y yo, emocionado por esa frase busqué una para mí, una que me fascinara tanto y que al recitarla pudiera sentirla. Me la sabría de memoria, la escribiría y leería por todos lados, se la recitaría a mi madre incontables veces, a mis libros, al atardecer, a la noche y a la nada; porque sería mía, porque sería mi poesía.
En búsqueda de aquella combinación de palabras escrita para mí, abrí bastantes libros, compendios de poesía, un sinfín de hojas con palabras impresas en forma de versos que rápidamente descartaba, y a cada hora los poemas eran menos y después uno y al final ninguno. Ninguno me pertenecía, jamás conocí esa poesía perfecta, -"Tal vez aún no ha sido escrita" pensé intentando consolarme en esta idea. Me gustaba la poesía, de eso estaba seguro pero si no había una, solo una que pudiera sentir en todo mi ser, el seguir leyendo palabras versificadas resultaba insípido.
Cuando la esperanza y el anhelo morían y la resignación tomaba vida me crucé con ella, me di cuenta que la había encontrado, sin buscarla estaba ahí, en mi salón de clases. Eras mi poesía, o al menos eso creí.
Tomé las mejores palabras de ti, las mejores frases, las expresiones más lindas, los gestos más agradables, hice una selección y te estructuré en una poesía ocultando el texto que quedaba de ti, con rayones y tinta sobre las partes que no me gustaban o que incluso llegaba a odiar. "¡Que poesía tan perfecta!" Me decía a mí mismo, orgulloso a la vez, creyendo que de varios a los que habías abierto tus delgadas hojas y mostrado la desnudez de tus metáforas era yo el único que había podido entenderte, sentirte y recitado como nadie más lo había hecho.
Vivir tenía gracia si me matabas a versos, versos que se formaban con palabras entre tus labios y los míos y que solo cuando estos se juntaban la rima era algo posible. Fascinado estaba con tu lectura pero tú no querías un buen lector y eso me hacía dudar. Tu perfección me hacía dudar, y cuando intenté recitarte una vez más, empezaron a aparecer palabras en ti, en tus frases, la hoja se llenó y tu forma de verso comenzó a parecer más el de una prosa y esa prosa en un texto, en un simple texto.
Siempre supe que eras mi poesía, sí, pero una poesía irreal, inventada por mí, creada por mí, soñada por mí, hecha a mi manera, y así, así no podía recitarte más porque tú no eras tú, eras una idea, un recorte de aquel texto qué se volvían versos muy forzados. Tú no eras mi poesía, eras un simple texto, ¿Cómo diablos me atreví a tomar partes de ti y creer que podías ser poesía, mi poesía?.
Hoy te leo en su totalidad, sin rimas, sin metáforas, sin métrica, sin sentirte. ¡Qué gran texto!, al menos me queda decir de ti y la expresión de "Qué poesía tan perfecta" seguirá siendo más un sueño que una frase. Diez veces te leí pensando que eras poesía, diez veces creí en esa mentira inventada por mí y que yo, ahora, dueño y creador de mi sufrimiento sé que eras texto, texto y no poesía.