Sabina, la mujer que nos amó y odió a todos. La mujer de la que todos hablaron pero que nadie conoció está con nosotros, por poco. Sabina llora. Esta noche lloró, con sollozos fúnebres que invadían la vitalidad de mi habitación. Un llanto que parecía venir más de un ataúd que de la cama donde yacía.
Te llevamos al hospital muy temprano, solo por moral, porque esperanza nadie tiene. Ya nada te salva excepto tú, que te aferras a esta vida, a este siglo que no te pertenece.
Yo cargo tus delgadas piernas en el auto de Enrique, mi abuelo tu cabeza mientras el sueño te gana, por fin te duermes. A pesar de venir dormida me cuesta verte, me atrevo a mirarte por un segundo sólamente, ya no eres la misma. En tu cuerpo inmóvil se ve otra época, años, historias que desconozco, todo, menos tú. Ahora solo eres un bultito de carne que apenas si sostiene su cabeza. Un cuerpo que sufre pero un alma que no teme.
Todo se paga en esta vida pero ella parece no rendirse. No se achica ante la muerte ni cede a los últimos sufrimientos. Bien dicen que "hierba mala nunca muere" pero ella no muere, ni vive.
Sabina, tú que nos hiciste tantos disgustos disfrazados de alegrías. Groserías que parecían elogios. Tú, que siempre llegabas de imprevisto a nuestras casas ahora te marchas, la muerte pide tu cráneo pero hasta ella es presa de tus burlas, la haces esperar. Maldita seas Sabina, con la muerte no se juega. Con la muerte no.