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Querida Natasha:

Cuando escuché tu hermosa voz pronunciar mi nombre después de tantos años, no pude evitar llorar. Mi voz temblaba, tenía miedo. No quería que fuera un sueño, tampoco mi imaginación, quería pensar que de verdad eras tú.

"¿Natasha?"

Miré a mi alrededor, buscándote, temeroso de no ser digno de encontrarte. ¿Qué era ese lugar? Todo tenía un color rojizo y no se sentía precisamente cómodo.

No escuché tu voz.

"¿Natasha, eres tú? ¿No eres otro sueño?"

Nadie respondía, mi voz temblaba y mis piernas no serían capaces de mantenerme en pie durante tanto tiempo. Lo único que mi alma ansiaba era un abrazo tuyo, una última vez.

Caí al piso, de rodillas y, sin mantenerlo más, dejé que las lágrimas corrieran libres por mis mejillas. Estallé, no tenía ni idea de qué era todo eso que estaba pasando.

Sentí un leve cosquilleo en mi espalda, me levanté y me giré al instante, estabas en cuclillas, mirándome mientras tenías tu mano sobre mi espalda.

Apenas te vi, sonreí sin dejar de llorar y me tiré encima de ti. Te abracé y acaricié el cabello, me hundí en tu cuello mientras susurraba lo mucho que te amaba y te extrañaba, y que de corazón esperaba que eso no fuera un sueño.

Sentí cómo tus delicados brazos rodeaban mi ancha espalda, sentí tu respiración mezclarse con la mía y sin esperarlo ni un segundo más, junté tus labios con los míos en un intento desesperado de volverte a sentir.

"Steve, ¿Qué haces aquí?" Me preguntaste, con una sonrisa plasmada en tu rostro y lágrimas saliendo de tus ojos.

"No quería que estuvieras sola" te susurré, mientras acariciaba tu mejilla. Era real. Eras real.

Tu sonrisa solo aumentó y volviste a abrazarme. Ambos nos quedamos en la húmeda tierra, tú sentada encima mío y yo sosteniendo al único y verdadero amor de mi vida.

"¿Cómo es que estás aquí? La que se sacrificó por la gema fui yo"

"¿Estás viva?" Fue lo único que pude articular.

"Mi alma lo está, mi cuerpo no. ¿Tú estás vivo?"

"Supongo que solo mi alma está viva, al igual que la tuya. Nat... vine a buscarte y cráneo rojo me dijo que si quería volver a verte, si mi alma lo deseaba más que nada en este mundo, debía saltar para poder reencontrarme contigo"

No reaccionaste, solo llevaste una mano a tu rostro, tapando tu boca, y susurraste:

"¿Te suicidaste para volver a verme?"

"Claro que sí, y ahora estoy contigo, al fin estoy contigo."

Volví a sonreír, pero tú no reaccionabas.

"¿Qué te pasa?" Te pregunté preocupado, ¿acaso hice algo mal?

"No debías... no hacía falta" alcanzaste a susurrar.

No te imaginabas cuánta falta hacía.

"Claro que sí Natasha, claro que hacía falta, hora estoy contigo y nada ni nadie podrá cambiarlo. La espera ha sido más larga de lo que te imaginas..."

"Yo.... muchas gracias, te amo tanto... no sabía que serías capaz de hacer eso"

"¿Cuánto significa un minuto para ti, Romanoff?" Le pregunté sonriente, esto era mejor que un sueño.

Me sonreíste y cogiste mi rostro entre tus manos, plantando un beso en mis labios.

"Tengo que contarte tantas cosas..." susurré cuando nos separamos.

"Yo también, pero antes de todo... debes saber que si planeas intentar salir de aquí, es imposible. Lo he intentado, y ya me lo han dicho tres mil veces..." suspiraste agotada.

"Lo sé Natasha, no me importa. Solo quería estar contigo, y aquí estoy, a tu lado."

"Renunciaste a todo y a todos por mí..." dijiste incrédula, sintiéndote culpable.

"Tú eres mi todo y contigo sería más feliz que con todos los demás juntos" te dije acariciando tu hermoso cabello, el cual ahora estaba suelto.

"Podrías haber hecho tantas cosas..." dijiste apartando tu mirada de mí, apenada.

Con mi mano acaricié tu mejilla y te hice volver a mirarme con delicadeza. Cuando hicimos contacto visual, susurré con una sonrisa:

"Recuerda: yo nunca te dejaré ir".

Fin.

«I won't let you go» Romanogers.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora