Walter vs Jesy

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Consigna: Un mundo post apocalíptico.

Walter:
EUTANASIA:

Las explosiones comenzaron a aparecer por doquier, había luces en el cielo, la tierra se resquebrajaba y los edificios caían cual fichas de dominó uno empujando al otro en un  ridículo espectáculo que se llevaba a miles de vidas incapaces de hacer nada para salvarse. Las personas más afortunadas eran tragadas por la tierra que abría la boca dejando ver su garganta de magma y llamas, devorándolas en un santiamén, cegando sus vidas sin que se percataran de que estaba aquí, que había llegado sin previo aviso. Era la muerte y no tocaba la puerta antes de entrar.
Nadie sabe exactamente cuál era la causa específica que comenzó y perduró la destrucción, nadie tiene una idea concreta sobre el origen de los cielos verdes que suplantaron a los celestes o de las lenguas de aire caliente que azotaban las calles y freían al desgraciado que tenía el infortunio de pasar justo por allí. En la mente de todos la tierra era eterna o no estaríamos vivos para ver el momento en que nos pasara factura. Dicen que cada pequeña acción conlleva a sucesos importantes, esta frase suele ser utilizada en películas de navidad o en campañas de caridad, pero nunca es tan real como cuando se utiliza para describir lo que le hicimos a nuestra tierra; cada emanación de contaminantes, cada caza indiscriminada de especies, cada nueva empresa al lado del agua o cada mísero papel arrojado al suelo… cada pequeña acción conformó lo que marcó el final de la civilización como la conocíamos.
Antes, desde los romanos en su época, el hombre se paseaba con su miembro en la mano, creyéndose poderoso y dueño de cuanta cosa tocaba. Nada más tóxico y corrosivo que la creencia de que uno es especial sobre los demás. Cegados de poder entonces no nos preparamos para el estipendio de nuestros malos servicios; una agonía eterna que no se curaría ni con el método científico. Un retroceso que se llevó al setenta y cinco por ciento de la humanidad.
El mundo hoy es desértico desde el mar del norte hasta el gran mar del sur. Ya no hay peces ni animales y nos comemos entre nosotros en las montañas. Yo por mi parte me he dedicado a cultivar porquerías que puedo vender a pesar de no ser conservadas como lo eran antes. Los tomates tienen todo el sabor a tomates, pero no son enormes y naranjas como lo eran, tampoco duran mucho antes de descomponerse, pero ya no brillan en la oscuridad como lo hacían antes junto con las lechugas. Temía despertarme durante la noche y ser cenado por un vegetal en el pasado, otra cosa que no extraño de la “civilización”.
Decían que los hombres mutarían con el ataque de la radiación y la pérdida de las cadenas morales que se imponían a algunos en el mundo antiguo y que era algo referente al sentido común para otros; pero la verdad es que solo cambiaron aquellos que estaban controlados antes. Ahora son los mismos hombres, pero con la libertad de matar por placer y defecar en el lugar.
No hay organizaciones gubernamentales y las pocas culturas que tenemos aún son las de formar tribus y festejar que la primavera ha llegado… aunque no viene con ninguna flor y lo mejor es ocultarse de la lluvia, porque es ácida.
Los “carroñeros”, como les llamamos a los hombres que aman comerse a los demás, pero son lo bastante cobardes para no matar a otros, sueles agruparse en manadas y viajan a media tarde, cuando pueden atrapar a algún incauto y con un golpe en la cabeza desmayarlo para empezar a devorarlo aún vivo. Cosas de las que uno jamás se acostumbra, los gritos y ver que las noches son verde oscuro, ya no azuladas y llenas de estrellas. Ahora solo se ve una que otra estrella y la luna, siempre enorme.
―Los infelices carroñeros se han tragado al bastardo cuando descolgaba la ropa― dijo el líder de mi tribu. Ya no usamos los términos antiguos, solo sabemos que es el líder ahora, pero puede dejar de serlo en cualquier momento. Las instituciones como el liderazgo o el matrimonio han desaparecido junto con la antigua era.
―Están cada vez más agresivos ―acoté mientras tomaba la pala para enterrar al pobre hombre, no había forma de reconocerlo más que porque sabíamos cual era su labor, su cuerpo prácticamente había sido comido hasta los huesos. Se habían bebido hasta los ojos.
―Me están hartando. Convocaré a una junta para ver qué haremos ―dijo mirando al horizonte vacio y seco.
―Lo que sea que haya que hacerse debes decírselos. La cobardía es la nueva procrastinación de nuestra época. Si los dejamos no harán nada… a las personas jamás les sobra tiempo. Pasaba antes y pasa ahora, la gente necesita una figura que los mande.
―Te dije que lo hicieras tu ―me dijo tomando la otra pala.
―Yo también carezco de tiempo. Además sabes que me iré pronto.
― ¿Sigues con el sueño de volar más allá de los mares? Te dije que si nadie descubrió nada durante la civilización, menos lo harás tu terminada ésta.
―Nadie había construido mi máquina.

A las horas era la nueva media tarde y otra persona moriría si no nos preocupábamos lo suficiente. Por suerte no pasó, los carroñeros no aparecieron, pero en su lugar algo peor sucedió.
Mentiría si dijera que los autos dejaron de existir, en el medio del agua hay miles de fosas de petróleo, así que para un pueblo tan pequeño el combustible abundaba, lo que no abundaba era la comida y por ende no podría existir la sobre población.
Autos. Comenzaron a aparecer por doquier y nos rodearon.
―Soy el nuevo alcalde de la ciudad ―dijo el hombre robusto y barbudo, algo así como un motoquero, pero en un auto y bastante más sucio.
―Aquí no hay alcaldes. Según las últimas noticias de hace una década estamos en el fin del mundo ―dijo nuestro líder, no me reí porque sabía que otros lo harían y que eso aumentaría la densidad de los humores que veníamos manejando.
―Según el nuevo orden, implantado por Dios, quien me dio la autoridad por ser su legitimo hijo; yo soy el nuevo alcalde y Dios es nuestro presidente.
―Escucha, hijo de Dios… aquí no somos muy creyentes.
Mi amigo, el líder, siempre fue una buena persona, de esos que te apoyan y protegen en cualquier momento. Por eso él era el líder, pero carecía de sentido común y de supervivencia y esas palabras fueron las últimas palabras que oí salir de su boca. Al segundo un cuchillo enorme le había atravesado el cuello y el tórax. Y aquí las razones por las que no fui el líder jamás: yo no soporto ser el perdedor. Con el mismo cuchillo que había dado muerte a mi amigo empecé una carnicería que alentó a los demás a ayudarme. Durante toda nuestra existencia habíamos tenido que pelear con esas armas. Ahora sé que existen armas de fuego y agradezco que en mi mundo no se hayan descubierto.
Tras haber impulsado la rebelión y la tan conocida violencia huí del lugar, oyendo como se mataban unos a otros y viendo pasar a los carroñeros al lado mío, como guiados por el olor a sangre hasta la matanza. Llegué a mi taller y ultimé los detalles de mi máquina voladora. No sabía si se prendería fuego o si siquiera volaría, pero todo era mejor que seguir viviendo de tomates y con el miedo de que un demente me golpeara la cabeza y mientras perdía el conocimiento éste saboreara mi cuello. Comencé a andar a paso rápido, todo marchaba bien y la máquina suicida ya remontaba vuelo.
El peor miedo de los seres humanos es a lo que se aleja de nuestra naturaleza y volar no estaba en ésta. Volé durante horas sin poder siquiera parpadear, los ojos me ardían y con razón. El miedo de estrellarme o de que explotara el motor me sobrecogía y el frío me pinchaba los huesos. Recordaba las palabras de mi amigo, las que me advertían que todo era una locura, que no había más tierra que la nuestra, pero mi deseo de viajar era mayor. Era mejor morir en el infinito mar que quedarse a ser comido y vivir huyendo.
Ya me estaba por rendir, todo era oscuridad y mar, mar y más mar. El combustible seguía repleto, como si no me hubiera movido nada. Mi motor funcionaba a la perfección, si tan solo lo hubiera inventado tres décadas atrás podría haber marcado la diferencia y haber evitado la destrucción del mundo… pero cuando comenzaba a lamentarme por la tierra destruida, por los cielos verdes y el aire podrido lo vi.
Primero el amanecer, el cielo era celeste. Esto me llevó a dar una enorme bocanada de aire y lo sentí, estaba fresco. Y al mirar al suelo lloré, la oscuridad me dio la sensación de seguir en el mar, pero estaba sobre un espeso bosque verde. Seguí volando hasta llegar a algo parecido a la civilización. Era toda gente de tez negra y a penas me entendían. Todos estaban emocionados por mi máquina voladora y me sonreían y contaban cosas que no entendía. Me llevaron hasta algo muy primitivo, algo que se asemejaba a nuestros proyectores de tres dimensiones, pero que solo era de dos, una “televisión” dijeron. Y allí aprendí que la tierra era más grande de lo que creía y que aún no era tarde. 
Para alguien como yo había solo una solución… debía exterminar a la humanidad antes de que destruyeran al planeta y llegaran a mi mundo de apocalipsis o debía enseñarles a cuidar la tierra para que no sucediera lo mismo. Sabía mucho de la naturaleza humana y quizá lo primero era lo más piadoso. Una eutanasia si se quiere.

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