Flor vs Richard

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Consigna: después de tanto...ella regresó a casa.

Flor:
LA MANSIÓN REEVON:

Los Robson fueron advertidos de las extrañezas que sucedían en su casa poco antes de comprarla, pero hicieron caso omiso a todas las advertencias, en su lugar cualquiera hubiera hecho lo mismo, la mansión Reevon era exquisita, una auténtica joya inglesa con extensos terrenos, dos plantas enormes con habitaciones cálidas y bien amuebladas, sus antiguos dueños habían fallecido muchos años antes y nunca nadie más había comprado su casa, los vecinos conocían las leyendas que rodeaban aquella propiedad y los niños del pueblo se habían encargado de inventar las historias más locas en torno a sus jardines.
El señor Robson llegó al pueblo con mucho dinero, pero entre los vecinos se decía que aquella familia en realidad jamás había tenido fortuna, todo era parte de una herencia que llegaron a gastar intentado tener una vida de lujo, aunque sus modos al hablar y sus modales mostraban otra cosa, la cultura no se compra decía una anciana mujer cada vez que veía a alguna de sus vecinas en el mercado.
A pesar de todo los Robson se instalaron en su mansión pocos días después de visitarla por primera vez y la señora no perdía ocasión para mostrar sus nuevos vestidos, creían que la envidia hablaba por sus vecinos y quizás no estuvieran tan equivocados, pero también era cierto que una vieja propiedad está llena de secretos que a veces es mejor no descubrir.
―Todas están invitadas a tomar el té esta tarde ―decía la señora Robson a sus vecinas dos días después de mudarse― mi mansión tiene una hermosa galería de cristal en el jardín.
Las tres mujeres se miraron buscando excusas, ninguna se atrevería a pisar esos terrenos, y debían tener cuidado con sus nuevos propietarios, no fuera cosa de que estuvieran poseídos.
―Lo siento Catherine, suena increíble pero ya tenemos planes. ―Dicho esto las señoras se alejaron susurrando.
Los días pasaban y la pareja estaba aislada pero feliz, ya tendrían oportunidad de presentarse con las demás familias, pero mientras tanto disfrutaban la soledad, el señor Robson pasaba el día delante de su escritorio con sus “papeles importantes” y reclinándose en su silla mientras observaba la enorme biblioteca del otro lado de la oficina, llena de libros del antiguo dueño de la casa; por su parte, la señora Robson caminaba de un lado al otro de la casa, subiendo y bajando la escalera con una sonrisa inconfundible, estaba orgullosa de ser dueña de todo eso, el resto de la tarde se quedaba en el jardín, en su nuevo sitio favorito, un árbol de pálidas hojas que se ubicaba justo en el centro del terreno.
Pasaron semanas para que el señor Robson, Wade, saliera de su oficina y pasara un poco de más tiempo con su esposa, quien ahora tenía una nueva afición, la cocina, había encontrado bajo la sombra de su árbol favorito varios hongos que le interesaron para hacer un poco más originales sus comidas, aunque su marido no pensaba lo mismo, detestaba que su mujer saliera de la rutina, incluso le tiró el plato cuando vio que este llevaba hongos.
Catherine estaba entusiasmada con las fiestas que celebraban sus vecinos por aquella época del año, por cortesía ellos también estaban invitados aunque no los conocieran, ahora tenía oportunidad de mostrarse en sociedad e inventarse una vida interesante, al menos hasta poder conocerlos lo suficiente como para invitarlos a su propia casa.
―El señor Robson y yo viajamos a América el año pasado, fue maravilloso….ya queremos ser padres, no vemos la hora de agrandar nuestra familia…pensamos comprar una casa para el invierno, este clima no es apropiado para mi salud. ―Eran algunas de las cosas que decía, y su marido ya no podía soportarlo.
Aunque la señora Robson tuvo razón en una de esas cosas, según el médico que la visitó unas semanas después de la última fiesta, se encontraba muy enferma, quizás fuera el clima, los aires fríos y húmedos de la zona, o quizás fuera algún virus, los síntomas no eran precisos pero el anciano hombre consideraba que eran signos de una intoxicación.
El señor Robson se mostraba calmado pero el miedo lo embargaba por completo, su querida esposa llevaba semanas en cama, pálida y completamente débil, hasta que el fatídico día llegó, un mes después de comenzar la enfermedad, su cuerpo ya no podía mantener su frágil alma unida a él y exhaló su último suspiro sin siquiera despedirse, el señor Robson la encontró a la mañana siguiente, con tranquilidad en el rostro según lo describió, como si la muerte le hubiera besado dulcemente los labios.
La mansión estaba demasiado vacía, y callada a excepción de los ruidos que una vieja casa puede hacer por su cuenta, como si respirara pausadamente, el señor Robson estaba desolado y ni siquiera le abría la puerta a sus vecinos, los cuales dejaron de lado sus supersticiones para llevarle su pésame al nuevo viudo del pueblo. El hombre detestaba sus despreciables palabras, ni siquiera habían querido conocer a su mujer y ahora llegaban con su lástima y sus lamentos, no eran más que hipócritas.
Con el pasar de los meses y la vuelta a la rutina el hombre empezó a hablar solo, lo tomó como costumbre, le servía para no sentirse tan abandonado, pero poco a poco creyó escuchar respuestas que no venían de sus labios y eso lo atemorizó, hasta que un día lo escuchó con más claridad. Sin duda alguien contestaba a lo que decía, era la voz de una mujer pero se escuchaba como lejana, separada por un velo, ahogada, delicada como la de su mujer, tenía esperanza, ahí estaba ella, ella era quien le hablaba, había vuelto, después de tanto ella había regresado a casa, aunque no pudiera verla, estaba seguro.
Comenzó a interesarse por las leyendas de las que hablaban sus vecinos aunque eran tonterías comparadas con su situación, si tan solo ellos supieran; le llevó un par de días comunicarse fluidamente, al principio no contestaba sus preguntas ni seguía un diálogo, pero con el tiempo sintió la voz cada vez más cerca, menos quebrada, más firme, más viva. Pronto hablaban antes de dormir, y por la mañana al despertar, en la cocina y en la ducha, él quería verla pero siempre que se lo pedía ella se quedaba callada, decía que aun no era momento pero que no faltaba mucho, él estaba fascinado.
Una tarde mientras estaba en su oficina creyó ver una figura deslizarse por el pasillo pero al seguirla se había desvanecido, esa misma noche deseó con todas sus fuerzas poder verla de nuevo y así sucedió, justo en la silla frente a su cama, casi transparente pero sin duda más viva que antes, una figura de mujer, delgada, pálida, sonriente, pero no era su misma sonrisa, ni su mismo cabello y sin duda no era sus manos, Wade se asustó, esa mujer no era su esposa, era otra persona, más joven, más atrevida.
―Cambia la cara, parece que viste un fantasma ―rió la joven que no superaba los veinticinco años.
― ¿Quién eres? No te acerques a mi ―gritó temeroso retrocediendo en la cama.
―Oh, vamos Wade, no parecías tan asustado cuando era el fantasma de tu esposa quien hablaba, mi nombre es Jade ―contestó la mujer acercándose al hombre, quien la miraba asustado al notar que traspasaba con su cuerpo las cosas.
―¿Qué hiciste con ella?
―Realmente lo siento, sabes, yo no quería matarla pero es una ley de espíritus, lo sé, pura burocracia ―dijo rodando los ojos mientras miraba sus uñas despreocupada.
―¿Tu la mataste? ¿Dónde está? ¿qué ocurrió?
―Sí, yo lo hice. Es necesario asesinar a un vivo para poder tomar su lugar en la tierra, como fantasma claro.
―No lo entiendo. ¿Dónde está ella? Quiero hablarle.
―Nunca hablaste con ella, solo la imité, me diste pena, tan triste y cabizbajo. Me la hizo fácil, no creas que es fácil matar a un vivo cuando una solo es pura energía suelta por ahí encerrada en estas paredes ―dijo haciendo un ademán― pero entonces se emocionó con los hongos y fue ideal, hice crecer algunos un poco más especiales y entonces sucedió, me permitieron tener un cuerpo, bueno, si esto puede llamarse cuerpo.
El señor Robson la miraba perplejo, mientras ella observaba sus manos y sus piernas con emoción, él no podía creer que su mujer hubiera sido asesinada y todo para poder ser un fantasma, ni siquiera un cuerpo humano, solo una masa transparente y más ligera que el aire mismo.
―Quiero que vuelva, ahora ―dijo firmemente.
―Hey, recién nos conocemos, podríamos divertirnos un poco ―contestó el fantasma acercando su mano al rostro del señor Robson para acariciarlo, pero este se apartó.
―La quiero ahora.
―Lo siento, no es posible, a menos que un vivo muera, entonces ella podría tomar su lugar.
―Entonces me mataré.
―No funciona así, un espíritu debe hacerlo.
―Hazlo.
―No lo haré, me caes bien ―dijo despreocupada y se marchó.
Por unos días no la volvió a ver pero cada tanto aparecía y él le pedía lo mismo, jamás lo escuchó, no le importaba su sufrimiento, y no quería compartir su casa con otro fantasma. Los meses pasaron y la veía con más frecuencia pero siempre se negaba a su pedido, hasta que un día simplemente dejó de pedírselo y se volvió una compañía frecuente, dejó de salir de la mansión y empezaron a circular historias de que se había vuelto loco o de que había desaparecido, pronto se convirtió en parte de las leyendas.
Wade y Jade tenían una vida feliz y pronto el egoísmo de Jade se volvió cariño por Wade, una razón más poderosa para darle su negativa si alguna vez volvía a hacer su pedido, no quería dejarlo y no quería conocer a su esposa. Así pasaron los años, maravillosos años juntos, era una vida tranquila pero solitaria, a veces Jade desaparecía y Wade siempre le preguntaba cosas acerca de ese otro mundo pero ella permanecía callada, es una ley de los espíritus mantener el secreto, le decía, pero él odiaba los secretos.
Jade lo amaba profundamente pero él jamás había dejado de amar a su esposa, aun tenía la esperanza de verla y luego de años de no nombrarla empezó a nombrarla cada vez con más frecuencia, Jade notó que ya no era suficiente para Wade, y aunque la quisiera jamás la perdonaría, ni por matar a su esposa ni por no cumplir su pedido de morir, así que con toda la pena del mundo decidió servirle los mismos platos que la señora Robson había preparado antes de morir, las semanas pasaron y fue una larga y tierna despedida, Wade estaba agradecido y ella se sentía feliz por él.
Pasado un mes de enfermedad, Wade abandonó su cuerpo y en su lugar un fantasma más habitó la casa, sería mentira decir que los fantasmas se odiaban, lo cierto es que se volvieron grandes amigas y vivieron felices algunos años hasta que pudieron llevar a cabo un plan que venía rondando en sus cabezas.
Un nuevo plato de hongos prepararon, y una linda tarjeta de bienvenida escribieron, para que el buen hombre que compró los terrenos de la mansión Reevon diera su vida para traer de vuelta al amor de sus vidas, si es que vidas puede llamárseles. Fue una suerte que alguien más omitiera las advertencias de los vecinos y comprara la mansión, en especial luego de todas las cosas raras que habían pasado los últimos años en aquella casa.
Un nuevo fantasma llegó en cuanto un alma vieja dejó su cuerpo y esta vez procuraron los tres quedarse solos, el pueblo se llenó de nuevas leyendas y nadie más fue tan ingenuo como para comprar aquella mansión, mas los fantasmas vivieron una feliz existencia, esta vez juntos e inseparables.

Richard:
LUISA:

Yo la quise, la quise mucho. Fue sin duda mi gran amor, y en mis incontables desvelos recodaba sin parar su nombre que para mí era melodía.
Nunca me dijo por qué se fue, sucedió todo de repente, sin ningún aviso ni señal de su parte. Tampoco advertí señales de que fuera a dejarme. Solo desperté un día y su lado de la cama estaba vacío, en su lugar había un papel con unas palabras garabateadas a lo rápido.
“me voy, no me busques”
Fue todo lo que decía el papel. Ninguna explicación ni pista de a donde se había ido.
Como era natural comencé a buscarla por todas partes, pero nadie sabía de ella. Parecía hacérsela tragado la tierra.
No dejaba de preguntarme por qué me había dejado, por qué se había ido así de repente si éramos tan felices. Hasta ayer decía amarme con toda el alma. Hasta habíamos hecho planes de ir al cine a ver el último estreno.
Entonces ¿Qué pasó?  ¿Por qué se fue? ¿Por qué me dejó?
Intenté buscar entre mis recuerdos algún motivo por el que me haya dejado, pero por más que indagaba no lograba encontrar nada, ningún atisbo de engaño o algo raro.
Su partida era sin duda todo un misterio.
Lo más extraño es que se llevó absolutamente todo, desde su cepillo de dientes hasta su fina lencería que le compré en el centro comercial.
¿Dónde estás, Luisa? ¿Dónde y por qué te has ido?-
En su improvisada partida se ha llevado hasta nuestras fotografías, no hay recuerdos plasmados de los momentos que vivimos juntos.

Los días pasaban y su ausencia me volvía loco, en las noches me era imposible dormir y las horas del día se volvían eternas sin su presencia.
Convertido en un despojo de ser humano sin la compañía de Luisa me hice adicto a las bebidas alcohólicas y consumí todo lo que había en la casa.
El exceso de alcohol me hizo olvidar el rostro de Luisa.
Se borraron de mi mente todas sus facciones (Otrora motivo de idolatría para mí) Tal fue lo mejor y así ya no tengo que lidiar con su recuerdo.

Sin embargo no podía quitarme la pena de encima y con cada día que pasaba me angustiaba el no saber noticias de ella porque además, en mi interior sentía que había algo más detrás de todo esto, algo que no podía recordar.

Abrumado como estaba me volví una especie de zombi que deambulaba por las calles del pueblo.
La gente me miraba con cierto temor, como suelen ver los niños a los monstruos que tanto temen.
Rogué al cielo para que apartara de mi mente el nombre de Luisa y así terminara mi agobiante tormento.

Sin embargo una noche al volver a casa vi que las luces estaban encendidas.
¡Luisa!-
Mi corazón dio un brinco y me precipité sin dudarlo hasta la casa.
Al fin ella había vuelto a casa, después de tanto tiempo ella volvió o eso creí porque al entrar en la casa no la encontré, solo habían dos policías.
Los vecinos les habían avisado sobre alguien que gritaba en las noches, como si lo estuvieran matando.
Les permití revisar la casa, pero no encontraron nada.
Cuando los policías se marcharon los recuerdos se abalanzaron sobre mi mente; había sido yo el que gritaba, llamaba a Luisa, le pedía a gritos que volviera.
Fue tras esa avalancha de recuerdos cuando me di cuenta del lugar donde estaba; la casa estaba en ruinas, como si hubiera estado abandonada hace mucho, los muebles estaban envejecidos y carcomidos por las termitas y el inexorable paso del tiempo.
-¿Qué pasa aquí?-
Una haz le luz me sorprendió; la policía había regresado.
-¡Fuera de mi casa!- les grité
-¿Tu casa? Esta no es tu casa, este lugar ha estado abandonado por más de quince años-
Y la triste verdad se abrió paso entre mis recuerdos; claro que aquella no era mi casa, yo había entrado a ella huyendo de mis perseguidores, dos hombres vestidos de blanco.
En cuanto a Luisa, ella jamás existió, fue solo un invento, un ardid que mi trastornada mente inventó en alguna larga jornada dentro de las blancas paredes de mi habitación del manicomio.
  

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