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Apartado 5: "piezas rotas y sangrantes"









En la noche, el ruido del silencio caía sobre Louis como una avalancha. Todo era tan difícil.

Descubrió que su madre era la que había comenzado con las ideas sobre la revolución Alfa, lo había hecho con su hermano y lo había hecho con su consejero. Celosa de sus orígenes como Alfa y de su casi inexistente lugar en la Corte Real había anidado ideas herejes sobre su propia raza y había inyectado veneno en todo su gabinete, en todo aquél en el que Louis confió.

Le dolió, muy dentro de su pecho, el dictar las palabras para mandar a degollar a tres de sus ministros y a su madre. Tantos años, no habían valido nada para ella, no pensó dos veces para poner a todos aquellos en su contra, no le bastó su cariño, no le bastó nada de lo que él era ni había hecho. Para ella... él no era nada más que un Omega al que había que destituir del cargo; no era su hijo, no era Louis.

"Recientemente han salido a la luz nuevas y peligrosas ideas entre la gente. Aquellas que cuestionan, no sólo mi autoridad ni mis habilidades, sino las de todos los Omega."

Su padre estaría orgulloso de que pudo dictaminar la sentencia sin titubeos. No estaría orgulloso que pasara semanas despertando en medio de la noche por las pesadillas.

Tampoco estaría demasiado orgulloso de él por haber tenido un aborto.

"Ninguna raza es superior a otra, ningún ser humano debe sentirse capaz de menospreciar a alguien sólo por su raza. Estas ideas nos dividen y nos hacen cuestionarnos sobre la sociedad en la que vivimos. Hacen que seamos débiles en unidad.

No se lo contó a nadie, ni siquiera a Harry, que claramente era el padre de ese ser que yacía dentro de él. Figuraba que ante todo el caos nunca tomó sus hierbas anticonceptivas y dejó que ese pequeño se desarrollara, al menos lo suficiente para luego salir de su cuerpo a causa del estrés y la presión de su cargo. Se vio a sí mismo metido en una bañera llena de sangre, con un charco viscoso a su lado donde yacían sus ropas que luego quemó. Sus ojos fijos en la ventana donde se veía la suave lluvia empezar a caer como caía dentro de él e intentó evocar sus recuerdos a cuando sentía que era feliz. Los numeró; cuando su padre lo felicitaba, cuando aprendió a usar el arco, cuando besó a Harry por primera vez, cuando jugaba en las praderas, cuando sintió entre sus manos la suave nieve, cuando creyó que Harry en verdad lo quería, cuando él lo acariciaba, secaba sus mejillas y lo acurrucaba en su pecho.

"Los llamo a que recapaciten, que piensen que somos fuertes como uno sólo, como una sociedad unida, luchando por el mismo objetivo: la felicidad y equidad para todos".

Y lloró. Por su madre, por Harry, por su no nato. Y por él mismo.











Llovizna. Principios del mes décimo.


El invierno, crudo y taciturno, estaba sobre el pueblo al acecho. Louis yacía en su sitial leyendo sobre la historia de Villefranche hace muchos años. Harry estaba durmiendo en el sofá que allí había, había sido una noche ajetreada la anterior, Louis no podía dormir y le había pedido a su siervo que le sirviera centenares de tés relajantes que habían hecho efecto al alba, cuando los primeros rayos de Sol aparecieron sobre el pueblo. Durmió abrazado a Harry, aferrado a él con fuerza, como si con él pudiera rehacer su vida por completo.

Cerró su libro con cuidado y se levantó. Su túnica cayó con gracia sobre sus piernas, colgando detrás de él como un fantasma, sin hacer ruidos y sin molestarlo. Caminó con lentitud hacia donde yacía Harold y se sentó, sintiendo una adrenalina diferente al verlo, tan tranquilo y quieto, imperturbable y a la vez grande. Acarició sus cabellos y sintió a su Alfa despertarse, tomándose su tiempo para abrir sus ojos. Lo había extrañado tan tranquilo y despreocupado, tan hermoso, y sin arrugas de intranquilidad en su frente.

—Alfa.

—Omega...

Louis se sintió desfallecer, sus rodillas de pronto temblaron aún cuando estaba sentado y sintió la enorme necesidad de llorar de alegría, de dicha.

Con algo de dificultad dejó que Harry subiera sus ropas mientras se colocaba sobre él, era la primera vez en semanas que lo dejaba tocarlo de otra manera que no sea meramente platónica, creía que en la ocasión que él pusiera una mano sobre él iba a gritar, pero no fue así, se sentía como en una nube, tranquilo y en calma, porque sabía que era su Alfa. Aunque él intentara negarlo.

Sus manos suaves tantearon con delicadeza sus muslos, lo miraba atento en todo momento para descifrar lo que lo hacía sentir bien, lo que lo sosegara. Fue ahí donde supo que él mismo, como Alfa, era lo que lo hacía sentir pleno.

Sacó con lentitud su ropa de interior, mientras la túnica los tapaba a ambos. Quizás su Omega se merecía un lecho propiamente tal después de estar tantas lunas en el limbo, pero era lo que él quería, él mismo le daba el pase para seguir. Respiró en su cuello, jadeante, embelesado con el olor tan espléndido, tan vivo, tan regocijante, y enterró sus dedos en las nalgas exuberantes, levantándolo. Podía sentir el lubricante en la punta de sus dedos, cálido, como el mismísimo fuego, como agua acaudalada, como en una cascada o en una corriente. Pudo oír un pequeño quejido cuando sus dedos se acercaron peligrosamente a su hendidura. Impaciente. Louis cerró sus ojos al momento de levantarse sobre el cuerpo del Alfa. Harry no tardó en tirar de sus propios pantalones para liberar su erección, sintiéndose plenamente aliviado mientras intentaba alinearse. Conforme el Omega bajaba por su hombría, sus dientes rozaban la piel dorada de su Rey, tanteando el terreno mientras sus labios se cerraban. El Omega empezó a jadear, aferrandose de sus ropas para suplicar. Suplicar. Suplicar.

—Más...

—Omega.

Lo tomó por las mejillas, sus ojos verdes parecían brillar de júbilo; lo besó, buscó su boca con fiereza, mordió sus labios hasta saborear la sangre, metálica y dulce, suya. De ambos.

—Anúdame, Alfa. Se mío.

—Eres mi Omega.

—¿Eso qué significa para tí?

Ember of Villefranche ; l.sDonde viven las historias. Descúbrelo ahora