Siempre odié los funerales, por dos razones los he odiado: porque es donde se concentra la mayor cantidad de falsedad vista por la humanidad y porque en cualquiera de esas ocasiones te puede tocar a ti despedir a alguien para no verlo nunca más.
En mi caso, no pude verlo una última vez ni llorarlo.
De hecho, última vez que lo vi directo a los ojos fue hace cinco días, vía Skype, después de que la Administración Nacional de la Aeronáutica y del Espacio lo contactara para reconocimiento de terreno fuera de la Tierra; y el transbordador Transmission explotó en su reentrada atmosférica. Yo estaba ahí, en la base, esperando a que cumpliera su promesa de regresar a casa ileso como lo había hecho tantas veces antes. Yo estaba ahí, viendo cómo el transbordador caía a toda velocidad, atravesando el cielo como cometa infinita y estrellándose contra el planeta.
Había escuchado los pedidos de auxilio y a los técnicos gritarse uno al otro que algo andaba mal. Todavía tengo grabada la voz del director de la misión pidiendo que tuvieran preparados a los bomberos y los médicos forenses. Cuando alguien menciona tal cosa, no puedes evitar pensar: «De ésta no sale vivo».Los fallecidos ese trágico día fueron cinco, entre ellos, mi padre: Vincent Erittio.
Ni un tornillo se recuperó de la nave.Recuerdo que cuando fue su funeral, el funeral de los cinco, mientras las familias de los otros cuatro lloraban desconsolados... yo estaba quieta, sentada en el sillón de la casa velatoria, viendo cómo se abrazaban entre ellos. Consolándose, diciéndose que debían ser fuertes, que superarían eso juntos en familia.
Para mí no hubo más que yo misma ese día. Porque siquiera familia me quedaba.
Los tíos más cercanos vivían en Chicago. Para cuando llegaran yo tendría mis 21 años; tardarían una semana probablemente en acudir al funeral. La verdad es que no tenía ni un abuelo que palmeara mi espalda, diciendo que todo estaría bien, ninguno que me abrazara y llevara a casa después.Caminé sola hasta el cementerio, al frente con los demás afectados, pero sola. La pérdida más dolorosa la enfrentaba con mi sombra.
El abogado de papá fue quien me retiró del lugar y llevó a casa cuando la ceremonia acabó. Rechacé la invitación de los Gregson, realizarían una comida en honor a los caídos. ¿Quién podía tener apetito después de un desastre semejante? Todos excepto quien les cuenta esto. En fin, cada uno llora a su muerto como desee.
Yo lo lloraría en mi casa, en cuanto tuviera un instante a solas y me diera cuenta que, la muerte de mi padre, fue en serio.
El abogado, William Duncan, leyó el testamento de mi padre. Leyó su última voluntad y una carta que escribió en caso de que él no regresara con vida. Lo único que retuve en mi cabeza fue que iría a casa de mis tíos en Luisiana. Fue cuando presté mayor atención.
-¿A Luisiana? -pregunté mirándolo-. Ellos viven en Chicago...
-Así es -confirmó interrumpiéndome-. Dada su delicada condición, su padre delegó la tutoría a su tío Gales Erittio, ¿es correcto el familiar?
-Gales... sí. Sí, está bien. Pero él vive en Chicago.
-Vivía. Pude contactarlo hace unas horas por medio de su tía Patricia -agregó rápidamente-. Parece que él ya no vive en su casa de Chicago, aun así, ella accedió a recibirla allí y que él pasara por usted, ya que por suerte la visitará con motivo de firmar el divorcio al fin.
-Entiendo.
-Su transporte sale mañana. Por esta noche, pedí que la ambulancia y una patrulla policial estuvieran al pendiente de usted por su... por su...
-Por mi enfermedad.
-Eso mismo.
Mi enfermedad era toda una estrella de rock.
ESTÁS LEYENDO
LAVSKRA I: La cuna entre los astros © |✔|
Science Fiction- CIENCIA FICCIÓN - Laika Erittio perdió a su padre en la tragedia del transbordador Transmission en Ohio. Su vida dio un giro de 180 grados. Todo lo que conocía, desapareció. Con 20 años y cargando una enfermedad respiratoria, ha quedado a cargo...