3. Carbón · · ·

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Yacía plácidamente metida en la incómoda cama.
De no ser porque estaba realmente agotada, siquiera me hubiera atrevido a utilizarla.

Tío Gales roncaba en la suya, agotado por el viaje, los nervios y la ducha. Por mi parte, conciliar el sueño me estaba costando un poco en las últimas horas. No sólo por el constante goteo del lavabo, ni porque me molestara el ronquido de mi tío; porque la música en los oídos refractaba aquello —aunque pudiera oírlos en las pausas instrumentales o al finalizar la canción—. No, de hecho no podía dormir porque estando en reposo, tenía la horrible sensación de que alguien estaba observándome, vigilando cada cosa que hacía, escuchaba o leía. Juro que sentía como si se arrimara a mis espaldas y respirara sobre mi hombro. Temía hasta de mirar por la ventana que daba al estacionamiento.
Lo escuchaba incluso con el volumen alto. Lo que fuera que estuviera allí, me provocaba miedo y escalofríos.

Abandoné la cama para asegurarme que no se trataba del aire acondicionado o de una falla que el Adaptador pudiera estar teniendo. Al revisarlo lo encontré funcionando normalmente, con su batería cargada. Revisé la estufa a medio desarmar, las orillas de la ventana, bajo la puerta... hasta los vértices del cuarto. Nada, sólo estábamos tío Gales y yo.

Cargué conmigo el aparato y eché un vistazo al exterior, haciendo a un lado las cortinas enmohecidas por partes... No había más que la camioneta de mi tío.
Por el rabillo del ojo, noté un destello bajo la puerta. Como si alguien con una linterna estuviera alumbrando, pero su luz era color amarilla o anaranjada. Oía murmullos al otro lado de la madera, retrocedí varios pasos. Corrí sigilosa a mis pertenencias, buscando el espejo portátil de bolsillo. El espacio entre la base de la puerta y el suelo era suficiente como para ver quien se atrevía a acercarse así.

Tomé valor, fui acercándome despacio e hice uso del objeto, colocándolo en un ángulo suficiente para ver lo de afuera.
La luz cesó breve, dejando de reflejarse en el espejo. No hubo nada en ese instante que resultara sospechoso o anormal; seguía escuchando los murmullos, las tenues risas y pasos pesados, sonaban como sopapas despegándose delicadamente.
No entendía lo que hablaban. Podían ser rusos, eslovenos y hasta malayos. No los comprendía aunque quisiera.

Las manos y el cuerpo me temblaban, la respiración agitada ya no podía evitarla. Era incontenible, parecía sufrir asma mas que desoxigenación.

Sentí el tacto veloz del induviduo y el espejo se escapó de mi mano y salió por debajo de la puerta. Algo me lo había arrebatado.
Grité con fuerza al tiempo que caía sentada y seguía evadiendo lo que fuera aquello. Lloré de terror, jalando los cobertores de Gales. Mi tío despertó de inmediato, sobresaltado y viéndome confuso.

—¡Laika! ¡Laika! —Vino a mí—. ¡¿Qué pasó?! ¿Por qué estás en el suelo?

—¡Hay algo al otro lado de la puerta! ¡Algo me quitó el espejo! —rugí echándome más hacia atrás—. ¡Algo me lo quitó!

—¿¡Qué!? —se apresuró a salir y examinar el exterior—. Debió de ser algún pervertido... ¡Te voy a encontrar asqueroso! ¡Y cuando lo haga te haré pedazos!

Salí tras él, usándolo de escudo.
En definitiva, allí afuera no había nadie, ni una señal de que alguien huyera siquiera. Sentí un cristal crujir bajo mi peso, al agachar la mirada encontré el espejo hecho pedazos, y mientras mi tío revisaba el piso inferior, ganándose la reprimenda de los otros inquilinos; tomé mi espejo quebrado y lo contemplé en silencio. Lo pasaba de una mano a la otra tratando de comprender y hallar una respuesta lógica a lo que había pasado esa noche.
La mano de tío Gales reposó en mi hombro, haciéndome volver en sí.

—Entra —pidió en voz media. Obedecí y él cerró la puerta tras de mí—. Afuera no hay nadie.

—¡¿Qué?! —exclamé—. Tío, te juro que había alguien al otro lado de la puerta. Hubo una luz brillante y cuando... cuando asomé, me quitó el espejo.

—Revisé cada cuarto y los inquilinos, además de enojados, pues no parecían tener nada que ver —explicó y suspiró—. Tal vez fue la luz de un coche.

—Escuché voces —interrumpí frustrada. Gales frunció el ceño—. Murmuraban entre ellos y ahí fue donde me quitaron el espejo —le mostré el objeto—. Estaba al otro lado, te juro que ahí estaban, ¡hasta se reían! Por favor, dime que me crees.

Tío Gales ladeó los labios y se rascó la cabeza, tal vez intentaba asimilar tanta información en poco tiempo. Le costaría trabajo por estar medio dormido.
Negó leve con la cabeza y me miró nuevamente.

—Mira Laika, las personas pueden creer ver algo y resulta que no es lo que pensaron. Quizás te afectó mucho la muerte de tu padre y te sientas desprotegida. En serio lo entiendo.

—¡Había alguien afuera! ¡Lo que sea eso me quitó el maldito espejo y lo lanzó afuera! —estallé haciendo que se sobresaltara. Mostré el objeto—. Estaban murmurando entre ellos. ¡No me trates como si estuviera loca!

—No lo hago, Laika. Es sólo que... ya revisé afuera y no hay nada ni nadie. Ni una señal de alguna linterna que hubiera alumbrado.

—Tampoco hay auto nuevo en el estacionamiento, ¿verdad? —bufé cruzándome de brazos. Él no hizo nada, sólo bajó la mirada—. Tal vez tengas razón, tal vez me siento muy desprotegida e invento cosas por eso mismo. Tal vez sea la medicación, sus residuos farmacológicos... puede que necesite antipsicóticos...

—Laika, no exageres. Yo no dije eso.

—Olvídalo —bufé regresando a mi cama y cubriéndome hasta la cabeza.

Bajo los cobertores escuché a tío Gales suspirar hondo y luego meterse en la cama también.
El viaje hasta Texas en cuanto saliera el sol sería muy largo con este incidente y discusión.

Es que en verdad lo había visto.
Lo que fuera que hubiera del otro lado, fue real, demasiado real para haberlo inventado en pocos minutos. Alumbré el espejo roto con la linterna del celular, ni una huella pude extraer de él para investigarlo.

En el plástico contenedor que lo rodeaba, ahí encontré una ligera pizca de algo negro. Su textura se asimilaba al carbón, hasta manchaba como eso; lo deslizaba entre mis dedos y más se dispersaba. Más manchaba.
Entonces, según entendía, lo que tocó mi espejo había estado en contacto con el mineral. No llegué a creer en la posibilidad de que estuviera hecho de ello, era imposible e ilógico.

Busqué en internet sitios cercanos a nosotros para tratar de tener una idea mejor armada del sujeto que vino hasta Luisiana. No hubo resultados válidos. No había minas o lugares donde se concentrara el carbón.

La minas más cercanas estaban a uno o tres estados de distancia. Entonces, ¿de dónde había salido aquello? ¿De dónde venían esas criaturas que espiaban bajo la puerta? Demasiadas preguntas, muy pocas respuestas para responderlas a todas.
Resignada, y con dudas dándome vueltas, apagué la linterna de mi teléfono, me di la media vuelta y cerré los ojos. Ya tendría tiempo mañana para averiguar bien del asunto.

LAVSKRA I: La cuna entre los astros © |✔|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora