cap. 10 Llegó Navidad

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En casa de sus padres .

El liquido bajó por su garganta, dejándole un agradable sabor dulce al que ya se estaba acostumbrado. Después de siete vasos cualquiera se acostumbraría.

Y pensar que el primer trago le pareció lo más horrible del mundo, por el característico picor del ron.

Se permitió echar un pequeño vistazo a la sala, en donde Sean jugaba alegremente con sus sobrinos con unos instrumentos de juguete, simulando cantar la canción que en esos momentos salía de los altavoces del radio reproductor ubicado junto el televisor. Estaban sentados en el sofá junto al que habían colocado el árbol de navidad, un frondoso pino natural decorado con luces multicolores y bambalinas, en el que habían dispuesto los regalos que abrirían al día siguiente.

Junto a la mesa del ponche se encontraba su hermano junto a su esposa. Christopher parecía estar teniendo problemas de coordinación para llenar su vaso con ponche, y ya Ariana lo estaba mirando con cara de pocos amigos.

Lauren sabía cómo terminaba esa historia. Dos vasos más y su hermano sería arrastrado lejos de la mesa del ponche, posiblemente para sentarse junto con Sean a jugar con sus hijos, o al menos a hacer el intento.

Un poco más allá, cerca de la cocina, estaba su papá Michael, enfundado en un precioso traje color vino que resaltaba su color de cabello, y que, por lo poco que podía detallar Lauren, hacía que su mamá Clara se sonrojara hasta la punta de la nariz.

"Par de tórtolos" pensó la ojiverde, mientras le daba otro sorbo a su ponche.

Quizás si le hacían falta un par de días como esos. Junto a su familia, lejos del estrés del trabajo, viéndolos a todos tontear como niños con sonrisas en sus rostros. Era inevitable contagiarse con su alegría.

Pero su mente estaba en otro lado. No sabía si por el alcohol del ponche, o le afectaba el hecho de percibir tanto amor en el ambiente. Lo más probable es que ya trajera la cabeza hecha un lío desde hace algún rato.

Dirigió nuevamente su vista al patio, divisando a lo lejos un par de fuegos artificiales solitarios que explotaban en un haz de colores, y llenó sus pulmones con la fría brisa que golpeó suavemente sus mejillas.

Los árboles que con mucha paciencia ella y su mamá Clara habían plantado también se encontraban decorados con luces, las cuales brillaban iluminando de manera tenue el área. ¿Brillarían tanto como su brazalete?

Bajó la mirada hacia su muñeca, detallando nuevamente el brazalete dorado con  triángulos de zafiro esmeralda que se mantenía allí, cómplice de sus pensamientos. Desde el día en que Camila se lo obsequió se lo había puesto todo el tiempo, apenas quitándoselo para ducharse o dormir. Quizá era una suerte de que el condenado brazalete fuese dorado y combinara prácticamente con todo su vestuario, o que su masoquismo le impidiera aceptar que se encontraba más lejos de Camila que lo que ella quería creer, pero se negaba a resignarse. Se negaba a creer que la única persona de la que se había prendado a primera vista se le escurriera entre los dedos, como si tan solo hubiese sido un encuentro efímero y no uno predestinado.

¿A quién engañaba? Ya estaba bebiendo demasiado.

Unas manos sobre sus hombros la hicieron sobresaltarse. Al girarse se encontró con su madre, Clara, quién le acariciaba el cabello amorosamente, casi de manera protectora, como si aún fuese una niña pequeña asustada por su primer día de clases.

LA PEDIATRA Y YODonde viven las historias. Descúbrelo ahora