Capítulo 6

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Recapitulemos: mañana trabajo. Y por la noche voy a la cadena Uno a la gala de presentación de la canción de Eurovisión. Debería estar tranquila, en mi sofá, tomándome todos los cambios con calma. Tocando un poco el piano o la guitarra, pintándome las uñas de los pies o dándome un buen baño relajante.

Y en vez de eso ¿qué estoy haciendo? Paso a buscar a Natalia para sacarla a pasear y que no se aburra. ¿En qué momento he dejado de tomarme en serio mi vida?

Escribo a la cantante para decirle que estoy esperándola abajo, y va y me dice que suba un momento. Que tiene un problema. Si supiera cuántos tengo yo...

Resoplo como un caballo y miro hacia la buhardilla. Qué especialita es la niña.

Subo.

Carmen me abre la puerta con un cuenco de ali oli que no deja de machacar.

—Vengo a ver a Natalia.

—Pasa, cariño. Ya sabes dónde es.

Le doy un beso en la mejilla y mientras ella desaparece hasta el salón y se dirige a la cocina machacando el mortero de cerámica amarillo con el mazo de madera, yo subo las escaleras hasta la tercera planta, donde está la buhardilla.

Golpeo la puerta con los nudillos.

—¡Motofy! —bromeo.

Oigo la voz de Natalia que grita:

—Está abierto. Entra.

Abro la puerta y me la encuentro con las piernas y las braguitas al aire. Tiene el vestido negro sobre la cabeza y alrededor del cuello, como si fuera una bufanda.

Su cuerpo está tonificado y esbelto, y tiene un bra negro que le sujeta el pecho. Nunca había visto a una chica con abdominales y con los oblicuos marcados. Y eso me impresiona bastante. En ella, potencia lo que ya es, no es para nada feo. En el lateral de las costillas, sobre la piel, hay algo escrito, que no puedo leer bien. Veo que asoma un ojo por la obertura del cuello del vestido, y este sonríe.

Sus ojos suelen sonreír, hablan alto y claro cuando quieren.

—¿Me estás mirando? —tiene que estar acostumbrada a eso. A que la miren, la piropeen y esas cosas.

—Impresiona verte reducida por un vestido.

—No es para tanto. No te quedes parada ahí y ayúdame —se sienta en la cama.

Llego hasta ella y le pregunto:

—¿Qué te ha hecho el pobre... Gucci? —pregunto advirtiendo la etiqueta.

—El vestido es el puto Bruce Lee. Me ha hecho una llave. Y me queda poco para rendirme.

Me coloco entre sus piernas y busco el origen del problema.

—Tengo el pelo enganchado en la cremallera.

—Ya veo —una de sus ebras negras está completamente pillada. Se lo ha cogido por completo—. Madre mía, menudo lío.

—Corta —me ordena.

—No voy a cortar nada, ¿estás loca? —ni hablar. El pelo es sagrado. Si se puede salvar, se debe salvar. Y el suyo es muy bonito y lo tiene siempre perfecto.

—Es solo un mechón.

—No. No es solo un mechón. ¿A ti no te han hablado nunca del equilibrio del pelo? —trabajo con mis dedos sobre la cremallera, retirando las hebras suavemente, sin tirar demasiado para que no se rompa.

—¿Lo dices por Sansón?

Yo sonrío.

—Más o menos.

Lo que nunca te canté. Cara A - AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora