Capítulo 10

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Es mi acto de irresponsabilidad más grande. El más injustificado moralmente hablando. Soy de las que siempre ha creído que si se tiene cuerpo para salir hasta las tres de la madrugada, también se tiene cuerpo para levantarse a las siete e ir a trabajar.

   

Pero no me ha dado la vida.

   

El dolor horrible que invade mi cabeza no tiene compasión conmigo.

   

Creo que he echado por la boca hasta lo que comí en mi comunión. Y que casi me sale un derrame en el ojo.

   

Julia me ha llamado. Ella está fresca como una rosa. «Años de práctica», me ha dicho. Mi amiga me ha contado que todos hablan de mí en el colegio, que lo hacen emocionados y orgullosos de tener a la autora del tema eurovisivo de este año como profesora de música, y que eso les dá caché. Ella les ha contado una milonga para explicar mi ausencia. Les ha dicho que estaba muy mala antes de la gala, y que en cuanto acabó, nos fuimos para casa porque teníamos que trabajar al día siguiente, pero que yo empecé a vomitar ya en el coche. Diagnóstico: un virus gastrointestinal.

   

Incluso Loli me ha llamado para decirme que si necesito un justificante de un médico que ella me lo da sin problemas, porque uno de sus mejores amigos es médico de cabecera.

   

Estoy rodeada de piratas.

   

Nunca he faltado al trabajo. Hoy es mi primera vez, y no voy a fustigarme, porque ya lo hace mi resaca por mí.

   

No me he movido de la cama excepto para ir al baño. Ahora estoy tumbada en el sofá, con mi camiseta negra de Los Ramones que uso para dormir y unos shorts grises. Tengo las persianas de las ventanas enormes de mi salón bajadas. Y son ya las doce del mediodía.

   

Me he tomado dos ibuprofenos. Y he bebido dos litros de agua. Y ahora no hago más que ir al baño a hacer pipí. En uno de mis viajes me he dado un golpe muy fuerte en el dedo gordo del pie... como si no tuviera suficiente con los martillazos que tengo en la cabeza.

   

No bebáis. No bebáis jamás. Alcohol malo.

   

Tengo diez llamadas de mis padres y bastantes mensajes suyos rebosantes de orgullo. Pero ya hablaré con ellos más tarde. Cuando no tenga el Infierno desatado en mi cabeza, por ejemplo.

   

Sé que me ha escrito muchísima gente sorprendida por verme en la tele y desconocedora de que a mí siquiera me gustase componer. Imagináos, amigos de hace años de los que no sé nada y conocidos... supongo que son cosas que suelen pasar.

   

Pero no pienso responder ni atender a nadie. No soporto la luz de la pantalla del móvil. Solo rezo porque esto se me pase.

   

Y entonces timbran a mi puerta. No a la de abajo, del portal. No.

   

Acaban de hacerlo en la puerta de mi casa. Así que me veo invadida por el Grinch y me levanto del sofá como puedo.

   

Llego a la puerta blanca de la entrada, y miro a través de la mirilla. A ver quién es el que me está tocando las narices.

   

Lo que nunca te canté. Cara A - AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora