IV - ¿Hasta dónde lleva esto?

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Franco era sin duda un animalito lleno de energía agresiva, aunque con Matt fuese un verdadero amor este no podía "hacerse de la vista ciega" -como quien dice- e ignorar que ese felino gozaba peleando hasta con su propia cola. Franco era un sanguinario experimentado que casi siempre se iba unas cuantas horas durante la noche para pelearse con cualquier otro igual sin importarle en lo mas mínimo que en la mañana el abogado invidente se diera cuenta de esto por el terrible olor a sangre y tierra con el que llegaba.

¡Miau, miau, miau!

—No, Franco, no puedo dejarte estar así. —le había dicho el pelirrojo en la mañana siguiendo su regaño con un bostezo largo. La pequeña bestia llegó como si la pelea de la noche se hubiese llevado a cabo dentro de un contenedor de basura y se había revolcado contra la espalda de su dueño como siempre le hubo gustado... Aunque esto obviamente irritó terriblemente al pelirrojo, decidiendo darle un baño con agua tibia a su querida mascota antes de ponerle crema recetada por la veterinaria en las muy posibles heridas que trajo consigo junto a su victoria en su encuentro nocturno. —Agh, eres tan incorregible y tan despreocupado por tu bienestar.

Miau, miau, miau.

Matt acarició nostálgico esa carita mojada donde podía sentir la pequeña marca que Franco llevaba en su nariz. Era como si se torciera un poco, eso hizo sollozar al solitario Murdock.
Extrañaba tanto a ese idiota descuidado que desaparecía tan rápido como aparecía, pero Matt ya no estaba seguro sobre querer que él volviese.

Miau...

—Eres un completo idiota, Frank, uno de la peor clase; egoísta, como yo.

Franco se dejó bañar y cuidar sin lloriquearle más a su dueño, algo que este agradeció enormemente a la hora de curar sus heridas dado que la crema recetada ardía bastante y ponía al minino muy irritable, pero lo bueno era que esa crema era muy eficaz a la hora de cerrar las heridas del gatito.

—Adiós a mi ultimo juego de sábanas limpio—suspiró el castaño cuando le tocó limpiar el desastre de Franco. El pelirrojo se puso a pensar seriamente si el cortar las uñas de su gato y el cerrar las ventanas sería la mejor opción para detener tanto destrozo hacia su casa -más específicamente su habitación-, sin embargo, él mismo se detuvo con una simple oración que se guardó para sí mismo.

—Si no lo hice con Frank mucho menos con Franco.

(💀)

—A veces desearía que volvieras... Para así patearte en las bolas con todas mis fuerzas — dijo el ebrio Matt Murdock tocando una foto que el idiota de Frank Castle le hizo jurar siempre llevar consigo en el fondo de su billetera, el ciego invidente sintió una dolorosa mezcla de irritación y gracia al recordar lo que su amado imbécil le dijo en esos momentos donde aún podía abrazarlo y sentir su calor alejando toda fría oscuridad de su enredada cabeza.

—"Para cuando tarde en regresar"... Si, como no. —se burló Matt al limite de la ebriedad tratando de imitar la voz del pelinegro sin lograrlo en lo más mínimo, él definitivamente estaba llegando a su borde con esto de no tener ni una sola noticia del tan temido castigador que le destrozaba y arreglaba teniéndole completamente gustoso por ello.

A veces Matthew se odiaba por amar tanto a ese brutal hombre sin la más mínima pizca de fe, pero por lo menos ya no estaba él solo en su departamento enfrentando su dolor con todo el alcohol guardado, ahora tenía a Franco, el pequeño minino al que el pelirrojo ebrio le gustaba más contarle sobre Frank y el dolor que experimentaba aun cuando sus amigos le ayudarían sin importar el como ni el cuando... Ah, pero en ello existía una letra chica; no esperarían ni un segundo para recriminárselo. Recriminarle por haberse fijado en el castigador, el perfecto contrario de su álter ego.

—Ay, Franco, si supieras cuanto es lo profundo de mi amor por él... Hasta el mar enrojecería de la pena por ser tan minúsculo. —Matt en verdad que sufría horriblemente esta separación que no entendía muy bien qué podría significar o qué debería significar para él, y no lograba saber si a Frank le estaría pasando lo mismo. Matt se mortificaba pensando en las típicas preguntas que un enamorado se corazón roto se haría.

«¿Está cuidándose debidamente?»

«¿Estará pensando en mí?»

«¿Será que volverá pronto?»

«¿Encontró interesante a otra persona?»

—Si él lo hiciese, Franco, si él volviese sólo para dejarme... Lo aceptaría con tal de terminar con mi angustia y finalmente tener noticia de él.

Miau, miau, miau.

—No hay rastro de él, gatito, ni siquiera la agente Madani tiene la más mínima idea de a donde fue a parar —una pequeña, casi inexistente y rota, risa triste logró brotar del invidente abogado. —Según ella, es muy posible que esté cruzando una frontera de formas poco legales.

Miau.

El pequeño Franco rodeó varias veces al intoxicado Matthew, maullando de vez en cuando y otra veces deteniéndose a mirar fijamente al pelirrojo y sus acciones, como si es eso fuese algo sumamente intrigante para su ser, y a Matt obviamente no le importó en lo más mínimo, lo único era perderse del asco por ingerir tanto alcohol. Pero el minino fue astuto y se lo impidió saltando encima de la mesa de centro donde las botellas se encontraban de forma que estas se cayeran con un efecto domino.
Aunque Franco no pudo evitar que la cerveza se derramase encima del apenas concierne Matthew.

—Franco... Mis cervezas, Franco —intentó balbucear el abogado invidente sintiendo el estropicio que ahora era su encharcada pijama. Matt estaba intoxicado y mojado en su sala sin tener nada de control sobre sus acciones, abrazándose a sí mismo por el repentino frío, viéndose tan vulnerable a la vista con sus sonrojadas mejillas, sus finos labios rosas que cualquiera desearía morder y su desordenado cabello rojo.

Matt era como una pecaminosa manzana aun en su peor momento, y estaba solo. Sin nadie que apreciase su divinidad.

Quod diaboli Cattus  [Fratt]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora