VI - ¿De qué debo arrepentirme?

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Algunos días Matt se sentía como la persona más miserable y desafortunado de la ciudad, y quizás, tan sólo quizás, podría ser verdad.

—Hermana Maggy, no le esperaba —dijo Matthew apenas abrió la puerta con su querido Franco cargado con un brazo. Él aun no podía decirle mamá, sentía como si ese sustantivo fuese una bola de canela seca directo a su garganta... Simplemente no podía dirigirse a ella como lo que no fue sino hasta uno o dos años atrás, no podía, ni siquiera si el inamovible Jack Murdock salía de la tumba para suplicárselo. Y él sabía que ella lo entendía.

—No has ido a la misa semanal desde hace un mes, pensé que estarías agonizando —le respondió la monja de mantos negros y un rosario de hierro, bajando su mirada hacia la mascota felina que le observaba como si su llegada fuese una molestia. Por alguna razón le recordaba a alguien ausente en la vida de su hijo.

—Ya me ha visto hermana, últimamente he estado hasta el cuello por los casos que llegan a mi bufete, mis disculpas si no me he dejado el tiempo suficiente para ir a confesar mis pecados —habló sin intención de sonar tosco el pelirrojizo permitiéndole a Franco bajar de sus brazos para ir a hacer lo que un gatito como él quisiese hacer. Curiosamente, el pequeño malvado se colocó detrás de la puerta y fue cerrándola poco a poco, pero no lo consiguió, el pie de la hermana no lo permitió.

—Tienes una nueva mascota que es un tanto grosera. —le dijo la mujer que le hubo dado la vida abriendo la puerta de nuevo, Franco salió de detrás de la ella y le sostuvo una mirada a la señora que tenía un toque molesto. A Maggy enserio le recordaba a alguien, pero el nombre no se le venía a la cabeza del todo.

—Discúlpelo, a él no le gusta hacer amigos de inmediato, pero con el tiempo se vuelve muy amigable —Matt se permitió mentir un poco, Franco no dejaba estar a Foggy ni en el mismo sofá que él porque se le abalanzaba de inmediato para clavarle las garras... Y eso que ya llevaban meses de conocerse.

Mentirle a una monja, otro pecado a la lista.

—Ya veo, en todo caso, ¿me dejaras entrar y prepararte el almuerzo? —preguntó la mujer de oscuros cabellos ocultos sujetando con fuerza la bolsa de compras que había traído consigo y que hasta el momento mantuvo oculta detrás de sí, aunque supiera que eso era inútil cuando se trataba de Matthew.

—Adelante. —suspiró el pelirrojizo haciéndose a un lado aun cuando Franco le maulló y mordisqueó su tobillo como una pequeña muestra de su total desacuerdo con dejar pasar a esa mujer a su hogar, ¿pero qué le iba a hacer?, esa señora era su madre y, le gustase o no, no podía rechazar sus intentos por recuperar un poco del tiempo perdido.

—¿Te gusta el arroz con pollo?

—Me encanta.

¡MIAU!

—Shh, Franco, no seas así con la hermana Maggy.

Esa prácticamente fue la tarde de su domingo, sentarse a esperar a que su madre le cocinara como no lo hizo en su niñez mientras su felino mascota se sentaba en su regazo para regresarse contra él.

Tal vez Matt no era tan desafortunado.

(💀)

—¡Ah, maldita sea! — el gruñido de Matt resonó por toda la estancia al igual que el alboroto de sus bastones contra el piso de madera, pero ahí no terminó la cosa, ¡oh no!, no cuando se veía obligado a suturar a ciegas unas cuantas heridas abiertas que ya se habían pegado en parte a su ajustado traje rojo. Le dolía como el infierno. —¡Dios!

¡Miau!

Franco estaba a su lado, con su cola levantando como una antena llenado de un lado a otro sin decidirse a subir al mueble junto a su dueño, parecía entender demasiado bien que el pelirrojizo sufría desmesuradamente mientras se clavaba esa aguja curvada una y otra vez en su carne una vez que estuvo libre de su pegajosas prendas... Cosa que no fue fácil de conseguir.

—No, no, no, Franco, ándate para allá que estoy un poco ocupado —gimió entrecortado el justiciero estrella de la cocina del infierno bajando al minino del mueble en el que estaba descansando cuando este finalmente subió. Por lo menos sus costillas no estaban rotas, sólo tenía un montón de heridas que un amable ex-miembro de la desmantelada Mano se ofreció a hacerle con un simple machete. Por lo menos logró inmovilizar a todos los que estuvieron presentes en el encuentro que tuvo lugar apenas dos horas atrás, una de las dos la gastó en correr a su departamento con todo el cuerpo molido como lo tenía mientras que la otra la gastó haciéndose esos bonitos rasguños que se convertirían en cicatrices igual de bonitas y atractivas. Si, perfectas igual que la lógica de su portador. Matt no pudo evitar reír con un tiene doloroso y cansado. Hastiado.

—Nada mal para alguien que no es Daredevil, ¿verdad, Franco? —el gato volvió a subirse al asiento para hacer lo que siempre hacía cuando sentía a su dueño cerca de un derrame emocional; acurrucársele, pero Matt no lo dejó y volvió a bajarlo.

— ¿Sabes?, mi buen amigo, tienes el nombre de un... Una persona muy importante en mi vida que no veo hace mucho tiempo, demasiado como para esperar a que regrese...

¡Miau, miau, miau!

—Pero no me importa, amo con el alma a esa persona aun si ya no desea retornar a mí, pequeño Franco, porque eso es el amor —Escupió Matthew levantándose de su asiento para ir en busca de una botella de vodka que mantuvo durante mucho tiempo escondida detrás de unas tablas en el piso. Lista para echar su líquido sobre sus heridas y, de paso, rellenar la boca del ciego abogado. El grito que escapó de los labios del justiciero casi despertó a los vecinos. — ¡Porque eso es lo malditamente bello del amor...! No importa cuanto lo pisen, humillen, escupan, atropellen, descuarticen, aplasten, demuelan, sofoquen, golpeen, derritan, ahorquen... El amor siempre va a permanecer latente, regocijando a las personas con todos los recuerdos que éstas mantienen llenos de él.

Los ojos perdidos de Matt se hubiesen nublado por las lágrimas que querían tomar sus mejillas como toboganes, pero de igual forma él no les permitió hacerlo.

—Pero el amor no siempre llena a todas las personas, a veces se vuelve unilateral hasta un punto que no solo duele, sino que también atosiga y deshumaniza. Es por eso que muchos ya no creen en él, porque su ciencia es más complicada que la matemática y casi nadie la entiende... Y él que la entendió murió por su causa.

¡MIAU, MIAU, MIAU!

—P-por eso estoy feliz de no entender la ciencia del amor, agradezco tanto a Dios por ni siquiera entender si fui atrapado en un amor unilateral o simplemente lo perdí en alguna maldita masacre digna del irascible Frank Castle.

Miau.

— ¡Quizás sólo me ilusioné, caí por quien no debía y ahora estoy aquí! Solo, triste y herido hasta la carne, sin nadie más que tú para acompañarme en mi desdicha.

Matthew acarició tiernamente la frente del oscuro mínimo con una mancha blanca en su pecho y un agujero en su oreja.

—Sigo sin entender por qué algo tan bueno como tú fue a parar al lado de alguien como yo, el maldito diablo de la cocina del infierno.

Miau, miau.

Finalmente Matt rompió en llanto, susurrando en su desvarío el nombre de aquel que tanto amaba sin parar de temblar sobre las tablas salidas del suelo, permitiendo ahora sí que Franco se acurrucara en su regazo.

—Si sigo así, esta se convertirá en otra forma de morir a causa del amor, ¿y sabes qué? No me arrepiento.

Miau...

[antepenúltimo capítulo]

Quod diaboli Cattus  [Fratt]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora