Capitulo VII

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Mire su rostro, tenía sus ojos rojos e hinchados de tanto llorar, mire su cuerpo, era delgado, pequeño y tembloroso; su cabello ya no tenía dirección alguna, pues, su coleta, que, me imagino, hacía unas horas había estado perfectamente en su lugar y sin cabellos  sueltos, ahora era un total desastre.
Había pasado tan sólo medio día, pero ella ya había sufrido lo de semanas.

Y entonces reaccionó. Carlos Díaz, jamás había tenido que obligar a una chica para que se acostase con él, por el contrarío, había veces que ellas le rogaban tan solo por besar sus labios.
En Mazatlan, Tijuana, Ciudad de México, Acapulco y todas las malditas ciudades de México donde era conocido, las mujeres deseaban estar en su cama.
Obligar a una chica para tener sexo con él, era muy poco hombre, incluso para él, que estaba acostumbrado a tenerlas una noche y después botarlas.

— Tranquila, no te haré daño, solo quiero asegurarme de que no saldrás corriendo — conteste. De un momento a otro su rostro y su postura cambio completamente, ya estaba más tranquila.
Me miro en silencio como esperando indicaciones mías.
— Hay agua caliente y limpia, por si quieres tomar un baño — señale la puerta pequeña que estaba a un lado del balcón.
Ella continuó mirándome sin decir una sola palabra o hacer cualquier movimiento.
Reí.
— Ven, sígueme — camine hacia la puerta del baño y la abrí para que pudiera verlo.
Al momento me percaté de que el ventanal que estaba a un lado de la tina de baño no tenía protección como lo tenían las demás ventanas de la habitación.
Maldita sea, no podía dejarla sola aquí.
Tenía que pensar en algo rápido.

Me giré hacia ella; miraba sorprendida el interior de la ducha desde la puerta.
El tamaño de este baño podría tener fácil la mitad de tamaño que toda su casa, tal vez eso era lo que le sorprendía tanto.

Una tina de baño con terminados de mármol adornaba el centro de la pared del fondo, a la derecha una regadera, un baño de vapor y de lado izquierdo el tocador.
Sin duda alguna era bastante amplio y elegante, además, había algunas plantas artificiales que lo hacían lucir fresco.
— Quítate la ropa — ordené.
Su rostro se giró sorprendido nuevamente hacía mi.
— No no, tranquila, no te veré — levante mis brazos en defensa. — Me pondré en esta esquina y me giraré. — respondí — Tendrás que soportar mi presencia mientras te duchas, no puedo arriesgarme a que intentes escapar — me encogí de hombros.
Ella tan solo me miro callada, había estado tomando una postura bastante sumisa, lo que hacía más fácil toda la situación.

Sofía

Daniel Hernández, 17 años de edad, hijo único, estudiante de bachillerato y ayudante en la tienda de abarrotes de su familia en horas libres.
Llegó de la escuela y lo primero que vio fue a sus dos padres asesinados en la entrada de su casa, minutos más tarde, unos hombres lo tenían sujetado y lo subieron a su camioneta sin darle tiempo si quiera de reaccionar.

Eso era lo que le había contando hacia unos momentos el chico que tenía sentado a su izquierda.
Era tan joven, tan inocente y tenía toda una vida por delante, el único que error que había cometido, al igual que ella, era haber estado en el lugar equivocado a la hora equivocada...
— Tranquilo. — trató de calmarlo.
Había estado sollozando desde hace treinta minutos que los habían dejado solos.
— ¿Qué vamos a hacer ahora? — preguntó el chico mientras se secaba las lágrimas del rostro con el brazo.
— No lo sé. — agacho la mirada. — lo único que sé que no haremos será rendirnos ¿está bien? — Al ser más joven que ella, sentía la responsabilidad sobre sus hombros, no podía dejar que sintiera que su mundo estaba acabado, aunque así lo fuera.

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⏰ Última actualización: Oct 12, 2019 ⏰

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