3. Cremita de verduras

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El concurso favorito de Manolo y Natalia comenzó minutos antes de que empezaran a cenar. Él se sentó apresuradamente en la silla, subiéndole el volumen hasta niveles causantes de sordera. Su mujer le ordenó que lo bajara un poco mientras terminaba ella solita de poner la mesa y servir la crema. Pura rutina, pero algo amarga esta vez.

-Podrías echarme una manita de vé en cuando-se atrevió a decirle, haciendo caso a las palabras de Alba antes de que saliese corriendo-. ¿Qué te cuesta poné dos vazos, hijo?

-Ay, niña, no estoy pa' chuminás ahora, ¿eh? -dijo sin mirarla, rascándose la espalda por dentro de la camisa y sin perder de vista la bata de cola que traía su concursante favorita-. A vé lo que me canta esta hoy.

Pero Natalia no contestó, molesta por la reacción que había tenido. Permaneció en silencio ante los intentos de Manolo por comentar el programa y sacarle alguna palabra. Dura y fuerte, mantuvo aquella actitud durante toda la cena.

-Joe, hija, qué zoza estás esta noche-resopló. Natalia levantó las cejas, y él entendió enseguida el mensaje-. Bueno, po' ahora quitaré yo la meza-se rindió al castigo de su mujer, haciendo que esta elevara sin querer su comisura derecha-. ¿Por qué no le llevas un poco de cremita a la Arba? Tiene que está enmayá. Yo fregaré, anda, tira.

-Pero que me viá perdé la copla, muchacho-refunfuñó mirando la televisión, pero a los pocos segundos recordó la imagen sonriente de su nueva inquilina, apiadándose de ella-. Ojú, venga.

Natalia estaba a punto de salir de la cocina con la olla entre sus brazos cuando Manolo le preguntó qué líquido debía usar para fregar. Ella se rio estrepitosamente. ¿Cómo podía ser tan inútil? Y tras explicarle brevemente la faena, cruzó los pocos metros que la separaban de su antiguo hogar, ahora convertido en una bonita casa rural. Llamó a la puerta a cabezazos, pues no podía sostener la pesada olla con una mano. Después de notar el dolor en la frente pensó que podría haberla apoyado en el suelo.

-¡Hola, Natalia! -sonrió Alba, tan feliz como cuando llegó por la mañana. Llevaba una camisa de tirantes negra y un pantalón rosa palo bastante corto.

-Te traigo un poquito crema pá cená.

-Ay, ¿de verdad? No hacía falta. Yo... yo estoy de alquiler, no de pensión completa-bromeó-. Pasa, pasa. Muchas gracias, Natalia, en serio. ¿Te has traído la olla entera? Como eres...-echó a andar hacia la cocina con la granjera tras ella, que llevaba la olla a cuestas-. Cenas conmigo, ¿no? -preguntó, girando el cuello para mirarla de forma adorable, haciendo uso de sus encantadores y perfectos dientes.

Natalia barajó la proposición, incluso cuando acababa de meterse un buen plato de crema y postre. Aquella dulce voz y ese atractivo que no era capaz de descifrar se unieron a las palabras de Manolo después de que la rubia saliese corriendo esa misma tarde. Le había pedido que fueran amigas, que se llevaran bien. ¿Y qué mejor acercamiento que cenar a solas con ella?

-Por zupuesto, moza-aceptó sonriente, incapaz de negarse a sus pensamientos. Su estómago emitió un leve quejido, pero no le hizo ni caso.

Natalia insistió en que le echase muy poca, ya que, como era obvio, no tenía ni hambre ni ganas de repetir. Al principio gobernó el silencio y unas miradas de incomodidad. A Alba se le daba genial eso de socializar, capaz de sacar cualquier tema de conversación con desconocidos. En su trabajo era esencial, y muestra de su habilidad era el éxito que tenía su negocio. Sin embargo, la situación extraña que vivieron por la tarde le dificultaba la tarea.

Pensará que estoy loca. Seguro. Encima de que salí corriendo como una tarada, sabe que soy paciente de su prima. Que estoy aquí de terapia. Terapia. Tera...pia. A saber la de cosas que se le estarán pasando por la mente.

Girazoles - (1001 Cuentos de Albalia)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora