7. Chorreandito

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Las pequeñas olas del río Tórax bamboleaban el bote. Eran movimientos suaves, delicados. Alba cerró los ojos y elevó su cabeza buscando que el sol también la acariciara. Respiraba con más calma que nunca, abandonando su habitual estado de estrés continuo. Y en esa paz tan necesaria, deseó quedarse a vivir el resto de su vida.

-Y tú no querías vení... -murmuró por lo bajini Natalia, mirando de reojo la cara de repleta felicidad que mantenía Alba.

-Dios, hacía tanto tiempo que no me sentía tan... -resopló-. Lo necesitaba. El silencio... la calma...

A la granjera se le escapó una sonrisa. Quería ayudar a esa enigmática chica fuera cual fuera su problema. Cada vez que conseguía verla disfrutar, se sentía tremendamente satisfecha. Ni siquiera entendía por qué lo hacía, por qué se empeñaba tanto en ayudarla o arrancarle una risa. Quizás porque se sentía útil. Quizás porque se sentía mejor persona.

-¿Quieres probá? -volvió a ofrecer por quinta vez Natalia, mordiendo el palillo que sostenía su boca con los dientes del lado derecho.

-Ya te he dicho que no... -suspiró Alba, que no quería interrumpir su descanso.

-¡Uno grande! -exclamó de pronto, levantándose del sitio y haciendo que el pequeño bote se agitara bajo sus pies. La urbanita se agarró a su instinto de supervivencia, abrazándose al borde de la embarcación-. ¡Es gordízimo! ¡Anda que no peza ná!

-Qué susto, joder-se quejó la rubia mientras Natalia recogía el carrete de su caña. Un pez verde y largo mordía el anzuelo, agitándose de un lado a otro-. Qué feo.

-Más fea eres tú y no te digo ná-vaciló la granjera, soltando el animal en un cubo con agua. La chica se movía por el pequeño espacio aguantando el equilibrio con una facilidad que dejaba planchada a Alba.

-Así que... soy fea-bromeó, cruzándose de brazos mientras la seguía con la mirada. Estaba impresionada por la increíble estabilidad de Natalia. Y también por lo bien que le sentaba aquel peto caqui medio despintado. Y ese palillo en su boca. Y ese gorro de paja con unos mechones azabaches asomando por sus laterales.

-Feízima-rio, dedicándole una mirada divertida que la hizo temblar por un momento.

-Eh... y... ¿sigue en pie la propuesta?

-¿Quieres pescá?

-Si me enseñas-sonrió, dejando que el brillo de sus ojos convenciera a Natalia al instante. La granjera colocó un nuevo cebo en la punta de la caña sin contestarle, y luego se la cedió con una mueca amable-. ¿Qué hago con esto, cariño? -preguntó confundida, girándola hacia el interior de la barca. La morena puso una mueca asustadiza agarrando el hilo antes de que el anzuelo la alcanzara.

-A mí no me tienes que pescá, loca.

-Ya me gustaría -vaciló con una descarada sonrisa. Natalia no la comprendió, ignorándola. Condujo la caña fuera del bote y se colocó detrás de Alba. Se agachó y, rodeándola desde atrás, le colocó los brazos en la posición correcta. La rubia se tensó, admirando las marcadas venas de la chica. Las manos de Natalia guiaron a las suyas con una suavidad inusual. Unos movimientos lentos y delicados que nunca antes había visto en la granjera. Estiró su cuello buscando que su mejilla chocara con la de ella. Cuando lo consiguió, la nube de su olor natural y el contacto de sus pieles terminaron por desconcentrarla del todo.

-¡Arba! -exclamó, separándose inmediatamente y doblando su cuerpo hacia fuera del bote para alcanzar la caña. Sí. Alba había perdido el control de su fuerza, haciendo que el utensilio se resbalara de sus manos y se precipitara al río-. ¡Estás apaguatá!

-Perdón, perdón, perdón-reaccionó, abrazando las piernas de Natalia para ayudarla a recuperar la caña. Sin pretenderlo, apoyó la cara en su trasero. Para cuando se había dado cuenta, la morena ya había vuelto con su preciada caña y tuvo que soltarla. Joder, coño. Qué oportunidad tan mal aprovechada.

Girazoles - (1001 Cuentos de Albalia)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora