Capítulo 1.

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Los diez días de viaje en aquel barco fueron algo que disfruté bastante, descansé en una cama muy cómoda, comí de la mejor comida hindú, miré las estrellas en el cielo durante las noches y disfruté de agradables conversaciones con Agastya quien ahora me enseñaba hindi para que yo pudiera entender todo lo que me decían los tripulantes del barco, quienes resultaron ser bastante amables y respetuosos, no eran simples marineros, eran parte de esta nueva logia de la cual sabía prácticamente nada.

Cuando llegó el decimo día nos detuvimos en alta mar y abordamos un yate muy elegante que era unas veinte veces más pequeño que el buque en el que habíamos abordado en un principio. Este nuevo navío nos llevaría a la isla secreta donde se alojaba la organización, así que el buque era demasiado llamativo y no podía continuar más allá de aquel límite invisible que al parecer los marineros veían en el inmenso océano. Durante el viaje había estado la mayor parte de mi tiempo en la cabina con la tripulación, me gustaba estar ahí viendo como trabajaban, disfrutaba mirando los radares y practicando el poco hindi que Agastya me había enseñado. Además, estando ahí no tenía que lidiar con Invierno ni con Otoño quienes vagaban por el barco ayudando ocasionalmente a la tripulación de vez en cuando.

Durante el trayecto ignoré la existencia de ambos chicos, al grado de terminar flirteando con un chico hindú que trabajaba en la cabina del capitán y a quien veía todos los días. La cosa había sido superficial y por diversión, él no veía a muchas chicas en alta mar y yo me sentía como una adolescente tonta vacacionando en un crucero. Claro que esto no era un crucero y los encuentros entre Arun y yo no eran tan románticos porque terminábamos besándonos entre contenedores de metal y luego huyendo si escuchábamos a alguien venir. Ninguno de los dos queríamos que nos vieran con el otro, cosa que ambos parecíamos haber acordado en secreto.

Cuando fue momento de dejar el buque no fue necesaria una despedida especial, un simple asentimiento con la cabeza era necesaria, ambos habíamos obtenido lo que habíamos buscado y cada uno podía seguir con su vida sin problema. La cosa era que yo me sentía un poco extraña por esa necesidad tan impetuosa que sentía de cariño, era como si estuviera todo el tiempo buscando que alguien me quisiera de esa manera. Eso no me hacía feliz, al menos no después cuando podía pensar al respecto. Estaba consciente de que no necesitaba de nadie, pero de cualquier manera me gustaba sentir el contacto humano, y si era de un guapo chico hindú no me podía negar.

Todavía me sentía extraña cuando me encontraba con Anjay, lo que había pasado con él había sido más autentico y esporádico, pero después de su reacción después de ese día con Kali todo parecía diferente, él mantenía su distancia y yo prefería dejarlo así porque no quería mirarlo y sentir esas ansias de tocar con las yemas de mis dedos su piel morena. Me atraía, eso no era un secreto, incluso Invierno lo sabía. Él y yo habíamos hablado en un par de ocasiones y él había terminado sacándome la información, era curioso, como ahora que él ya no tenía el poder del invierno se había convertido en una persona más cálida y amigable. De cualquier forma, tampoco lo veía mucho, él parecía querer estar solo y yo respetaba eso.

Pasamos dos días más en el océano, hasta que por la noche del segundo día un enorme risco se divisó en el horizonte. Llegamos a la isla a las doce de la noche, el lugar se veía discreto en un inicio, pero conforme nos adentramos en el canal me di cuenta de que era una auténtica guarida secreta, el rio de pronto se abrió en dos ramas, seguimos la de la izquierda hasta llegar a una cascada y pasamos debajo de ella adentrándonos en la montaña; el yate era ya demasiado grande como para seguir, así que descendimos para posteriormente abordar botes más pequeños los cuales nos llevaron hasta una entrada monumental tallada en piedra, Agastya se adelantó y un par de guardias nos revisaron antes de mover una inmensa piedra con un mecanismo para dejarnos entrar. Del otro lado había un gran recibidor elegantemente iluminado con luz amarilla que le daba a la piedra una tonalidad casi rojiza que me recordaba al fuego, los muebles, cuidadosamente escogidos, parecían ser parte de una composición hecha por los mismísimos dioses.

Tempestad de primaveraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora