Mis parpados se abrieron dulcemente al compás de las olas, el agua acariciaba mi cuerpo y el sol tostaba mi piel, un dulce sonido arrullaba mi alma, haciéndome querer regresar a mi sueño; pero no quería dormir, lo que veía era más hermoso. La arena rosada resbalaba entre mis dedos, se deslizaba y caía formando pequeñas colinas que yo moldeaba a mi antojo.
El color suave del cielo, las nubes esponjadas tintadas de un rojo delicado que las salpicaba como oleo aceitoso y delicado, el olor a fruta recién cortado inundaba mi cuerpo, justo como lo hacía la espuma del mar que me acariciaba como ningún hombre lo había hecho jamás.
Aquel era mi lugar, lo sabía mi cuerpo y alma, lo sabía mi espíritu quien sentía como el agua me tocaba llamándome por mi nombre, lo sabían mis ojos que no podían dejar de ver el lejano horizonte donde las aguas y el cielo color de rosa alcanzaban el borde, lo sabía mi piel que sentía la arena como el más suave de los abrazos, lo sabían mis oídos quienes escuchaban como la mareaba cantaba canciones escritas únicamente para mí.
Metí los dedos en la arena y giré para poder mirar el cielo, las nubes color de rosa formaron un sinfín de figuras que tardé horas descifrando; hasta que después de un rato, cerrando mis ojos de nuevo, entré al mundo del sueño.
Cuando volví a despertar no estaba en mi playa, sino en un petate de mimbre sobre el suelo de una cabaña hecha con palma y madera, froté mis ojos y miré a mi alrededor en busca de respuestas, estaba sola. Me puse de pie y alcancé el exterior donde un par de cabañas más se encontraban repartidas entre las palmeras, busqué señales de movimiento, pero no parecía que hubiera alguien, así que me acerqué en silencio a la cabaña más cercana y fisgoneé por la ventana, Bloem estaba recostada ahí, sobre un petate igual que el mío, ella parecía tranquila, dormía sin más.
—¿Nirali? —escuché una voz gruesa y volteé para encontrarme con mi padre quien se acercaba con un racimo de pescado colgando de un par de anzuelos.
Sonreí, él pescaba cuando fácilmente podía sacar cualquier cosa del océano.
—Papá —dije acercándome, él me abrazó suavemente y se alejó un poco pedirme que lo acompañara al centro del circulo de cabañas donde prepararíamos la comida.
—¿Cómo dormiste? —preguntó él.
—Bien —contesté sentadome sobre un tronco y tomando un caso con agua cuando me lo tendió— ¿Qué fue lo que pasó? ¿Cuánto tiempo estuve dormida?
—Solo un par de horas —contestó él descamando el pescado— eres la primera en despertar, aunque los demás no tardaran mucho.
—¿Los demás? —pregunté— ¿Cuántos son?
—Únicamente pude salvar a quince de ellos, me hubiera gustado ayudar más pero no me fue posible.
—Agradezco que nos hayas ayudado, de no ser por ti no se lo que hubiera pasado.
Él me sonrió.
—Soy tu padre, estoy cuidándote todo el tiempo.
Le devolví la sonrisa.
—¿Sabes algo de los demás? Estoy... muy confundida.
Papá suspiró y asintió suavemente.
—Los dioses pudieron huir, siguen en el océano, se exactamente dónde, se dirigen a aguas internacionales; como la isla ha sido descubierta, deben ir a un lugar seguro, y eso solo lo encontrarán lejos de aquí.
Me mordí la mejilla y miré con ojos tristes el cuenco con agua en el cual tenía que lavar los pescados antes de dárselos a él para que les quitase las escamas.
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Tempestad de primavera
FantasíaLa leyenda de las estaciones 3 Después de una inesperada revelación, Jennifer se encuentra en un barco rumbo a una isla secreta perteneciente a una logia de la que ahora forma parte. Durante su estancia en dicho lugar, se da cuenta de que toda la si...