Capítulo 11.

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Bloem y yo nos sumergimos en el agua tomadas de las manos, ella parecía nerviosa; quizá eso se debía a que la experiencia resultaba completamente diferente a la que yo tenía, no había modo de saber exactamente lo que ella experimentaba, por lo que podría ser cualquier tipo de sensación.

—¿Lista? —pregunté con una sonrisa un poco vaga pero sincera.

Ella asintió y yo cerré mis ojos para dejar que el agua se metiera en cada una de mis venas, me llenara por completo y nos fundiera en uno con el elemento. Centenares de burbujas estallaron en mi interior y cuando emergimos hacia la superficie mis pulmones de pronto rogaron por aire y una intensa bocanada impregnada de instinto me hizo jalar una enorme cantidad de aire. Abrí los ojos, mi amiga estaba tosiendo, ella todavía tenía sus ojos cerrados y luchaba por mantenerse en la superficie mientras se quitaba el agua de la cara.

—Vamos —dije una vez parecía recuperada y nadé hacia la orilla.

El rio no era demasiado grande, pero era profundo y la corriente parecía querer jalarnos de regreso; por lo que ambas luchamos contra la furia del rio hasta que, agotadas, alcanzamos el borde. La ropa mojada se me pegaba al cuerpo y mi cabello se sentía pastoso y helado, no habíamos traído una cambia ni nada por el estilo, únicamente una mochila con algo de comida en bolsas de plástico y lo necesario para realizar el hechizo. Sin embargo, tal vez, podía sacarnos el agua de encima.

—¡Dios mío! —exclamó una señora que se acercó corriendo desde unas mesas de picnic en la orilla— ¿se encuentran bien?

Bloem me miró, yo observé cuidadosamente a la mujer, no era muy joven, traía un atuendo descuidado y el cabello atado en un chongo que estaba deshaciéndose, sin embargo, si rostro era de preocupación genuina.

—No puedo creer que no me di cuenta de que estaban ahí ¡Lo lamento! Mi hijo me dijo que había dos chicas en el agua, pero él es un pesado, no le creí...

—Estamos bien —contesté sonriéndole a la mujer con la intención de hacerla tranquilizar— de verdad, no se preocupe.

—Oh, lo siento mucho —continuó lamentándose— ¿necesitan algo?

Apreté mis labios en una línea por un par de segundos y luego los solté haciendo un curioso sonido de pop.

—¿Tendrá un mapa?

—¿Mapa? —ella parecía confundida, posiblemente no era lo que esperaba.

—El rio nos arrastró quien sabe que tanto —mentí— me gustaría saber dónde estamos.

Sus ojos se abrieron como si se hubiera dado cuenta de lo estúpida que había sido su respuesta.

—déjenme buscar —contestó sacando su celular del bolsillo de su pantalón y enseñándonos nuestra ubicación exacta en el GPS.

La buena noticia era que estábamos en Hope, la mala, que no le había especificado a Becky exactamente donde buscarnos.

—¿Me dejaría hacer una llamada? —pregunté amablemente.

Aquella mujer nos miraba de forma extraña, como si supiera que habíamos aparecido de la nada a la mitad de un rio, sin gritar, sin pedir ayuda.

—Por supuesto —balbuceó y me entregó el celular.

Tecleé el número de mi amiga, me lo sabía de memoria, antes nuestras llamadas eran tremendamente regulares.

—¿Quién habla? —contestó una voz masculina al otro lado de la línea.

Tempestad de primaveraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora