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"No prometo darte el cielo y las estrellas, porque ellas no me pertenecen. Quizá tampoco pueda darte mis ojos porqué no podría verte... quizá solamente pueda darte mi alma para que hagas con ella lo que te plazca. ¡Oh amor mío! Quisiera que te llevaras mi alma, ese pedazo entristecido de mi existencia que te ama, sólo ama y enséñame a vivir con las caricias de tus mejillas enrojecidas y apenadas por las noches entre sábanas"



La tarde siguió a base de risas y chistes por parte de la mayor y un chico que había llegado a pedir empleo, mientras que el pálido sonreía castamente. La gente había sido poca, hasta ahora solo algunas personas habían llegado a tomar algo.

— Entonces le dije que me gustaban las chicas —soltaron unas risas sonoras y miraron al pelinegro el cual se limitaba a mirarlos fijamente — ¿No te causa gracia lo que estoy contando? — le cuestionó con una ceja alzada

— No es que no sea gracioso — centro sus ojos gatunos en la puerta de entrada — Es sólo que no me interesa — se puso de pie y apretó el nudo de su mandil — Iré a la cocina — finalizó

Estaban a unas horas de cerrar el pequeño local, más sin embargo un grupo de jóvenes adultos entró con amplias sonrisas llamando la atención de todos los presentes.

— Buenas tardes — la pelirosa les regaló una amplia sonrisa — ¡Min, ha llegado gente! — alzó la voz, mientras que el pálido maldecía internamente.

Los jóvenes optaron por subir a la planta alta, mientras que Min YoonGi quería asesinarlos con sus propias manos al elegir dicha opción.
El mencionado tomo su libreta y se encaminó a tomar las escaleras, arrugando así su pequeña nariz y negando frenéticamente asegurándose que nadie lo observará.

Frunció sus labios y dejó salir un suspiro silenciosos para así acercarse a la mesa de aquellos jóvenes. Los pasos que quedaban era escasos, y la piernas del pálido comenzaron a fallar cuando se dio cuenta, que en esa mesa se encontraba la persona que le había hecho tanto daño. TaeHyung se encontraba sentado a lado de un joven de cabellos rojos y piel blanca.

El corazón del mayor latía de una manera inexplicable, sentía sus manos apretar aquella pequeña libreta y como sus piernas flaqueaban.

— Oh, hola YoonGi — su voz, la voz que lo hacía perder la razón y por la cual estaría dispuesto a dar su vida, lo estaba llamando de nuevo. Ahí estaba el chico que lo había traicionado.

— Buenas tardes — hablo tembloroso, intentado sonar de lo más normal posible — ¿Qué van a pedir? — evitó cualquier contacto visual con el peliazul.

— Quiero un té verde — un chico de cabellos castaños habló, atrayendo todas las miradas — Por favor

— Yo, quiero una malteada de fresa —.sonrió — Por favor — los oyuelos del chico era bastante marcados y su piel trigueña brillaba de manera linda.

— JungKook y yo queremos un té helado, de limón — mordió su labio inferior — Por favor, YoonGi — mostró una sexy sonrisa que le regaló al mayor. Sus mejillas se encendieron tiernamente pero evitó que los demás las observaran.

YoonGi quería llorar, el nudo en su garganta le impedía siquiera alzar la vista; el mundo se le volvía a caer encima.

¿Por qué apareció? ¿Por qué hoy? ¿Por qué ahora? ¿Acaso hizo algo malo?
No, no lo sabía, y tal vez jamás se daría cuenta de ello; solo tenía en cuenta algo... TaeHyung había regresado y no estaba solo.

El pelinegro dejo el pedido en el mostrador y suspiro sonoro.

— Sigue atendiendo la mesa 12, por favor Sarah — hablo con la voz apagada — Mañana te explico todo —

— Bien, estaba por preguntar — sonrió — pero esperaré —

Tal vez YoonGi exageraba, y muchas personas creían que era así; pero no todos saben lo terrible que se siente que entregues todo en una relación y te paguen de esa manera.

YoonGi dejo su mandil a un lado y se concentró en mirar aquel recuadro de fotografías; el aparecía en muchas de ellas, mostraba su sonrisa ampliamente cuando TaeHyung estaba con el, pero cuando el menor se fue con su actual pareja, mostrar su sonrisa ya no tenía sentido.
Estaba tan cansado de aparentar ser feliz cuando no lo era, estaba cansado de querer que alguien lo amará por lo que era, pero seguía resigandose a estar solo.

Despeino su cabello y soltó un suave suspiro.

— YoonGi, debes irte a descansar — sonrió ladina la mayor —. Yo cerraré el local, y nos veremos más tarde o tal vez mañana — el pelinegro asintió y tomó las llaves del apartamento.

Sin oponerse a lo que la mayor le ordeno, salió del local y se encaminó a su hogar. El clima era fresco, el sol estaba por ocultarse y el cabello del YoonGi bailaba gracias a la ligera brisa del atardecer.

— ¿Jamás podré ser feliz? —. Se preguntaba — Yo no merezco esto, yo no soy mala persona — ,se decía mientras se hundía en sus pensamientos — tal vez la vida no me quiere, ¿o será que me tiene algo preparado para después? —.

Su sonrisa apareció a medias al darse cuenta que estaba platicando con el mismo; agradeció que nadie lo estuviera escuchando.

— Que tonto eres YoonGi, tan tonto —. Entró al apartamento y soltó un suspiro.

La inmensidad de la noche comenzaba a consumirlo y el sueño no tardó en hacerse presente.

Había sido una tarde agotadora, y esperaba que mañana todo se volviera un cuento de hadas. Un lugar mágico donde los sueños caminan descalzos entre nubes preciosas y los querubines se abrazan diciéndose al oído cuanto se aman.

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𝐸𝓁 𝒸𝒽𝒾𝒸𝑜 𝒹𝑒 𝓁𝑜𝓈 𝒸𝒶𝒷𝑒𝓁𝓁𝑜𝓈 𝒹𝑜𝓇𝒶𝒹𝑜𝓈 Edición Donde viven las historias. Descúbrelo ahora