Mi Refugio

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Pasé a recoger a Roxin, pero me sentía completamente aislada del mundo que me rodeaba. A pesar de haberme levantado hace poco, una sensación de cansancio se apoderaba de mí, y un dolor punzante en la muñeca izquierda me molestaba constantemente. Mi amiga notó mi preocupación y, con una voz llena de comprensión, preguntó: —¿Otra vez vienes de malas?

— Es que tuve un sueño horrible —respondí, tratando de tranquilizarla—. Después te cuento —añadí, mientras seguía frotándome la muñeca en un intento de aliviar el dolor que sentía.

Sin embargo, Roxin no parecía dispuesta a dejarlo pasar tan fácilmente. —Ok, pero... ¿Qué te pasó allí? Parecen marcas —observó con atención y señaló mi cuello, dejando en el aire una pregunta que me hizo sentir aún más inquieta.

— No me digas que Charlie te invitó a cenar, o fue Max ¿cierto? —dijo Roxin, con un tono alegre y un toque de malicia en su voz, al pensar que las marcas eran el resultado de besos apasionados.

Mi ceño se frunció ante su suposición. — No, nada que ver. Mejor, cuando salgamos te llevo al restaurante al que siempre vamos y te cuento. Además, recuerda que hoy empiezan los preparativos para recordar, bueno, ya sabes qué —respondí con escaso entusiasmo, y toqué un botón que hizo aparecer un espejo tras el asiento. Me examiné el cuello en busca de rastros.

La sorpresa se dibujó en el rostro de Roxin. — Vaya... Mira, tienes más allí —indicó, señalando mi brazo izquierdo. Hasta ese momento, no me había percatado de que tenía más marcas en ese brazo.

— Son... como un tatuaje o algo parecido —respondí más para mí misma que para Roxin, mientras tocaba las marcas y estas desaparecían bajo mis dedos.

— Eso fue... extraño —respondió Roxin, su voz llena de curiosidad.

— Ni que lo digas —añadí, y continué buscando más marcas en mi piel, pero no encontré ninguna. La miré de nuevo, notando el temor que se reflejaba en sus ojos, así que decidí tranquilizarla—. En la salida te cuento, ¿de acuerdo?

— Está bien, pero espero que no sea algo malo —me contestó, aparentemente resignada. Luego, llegamos al instituto, donde los chicos ya nos esperaban en la entrada. Los saludé sin mucho entusiasmo, aún preocupada por esas extrañas marcas que habían aparecido en mi piel.

Por la tarde, el director del instituto ordenó a los alumnos decorar el edificio para la celebración que se avecinaba, y, como siempre, todo se llevó a cabo con eficiencia, lo que nos permitió salir temprano. Tomé la decisión de llevar a los chicos a un restaurante de comida rápida para celebrar y relajarnos después del trabajo bien hecho.

Cuando llegamos al restaurante, el entusiasmo de Diego se desató por completo al notar que estaban entregando figuras o algún objeto relacionado con un juego que le apasionaba. Su rostro se iluminó como el de un niño pequeño en Navidad.

— Oye, cálmate, eres más grande que yo y pareces un niño. Me das vergüenza —comentó Roxin, con una sonrisa apenada, tratando de calmar la efervescencia de su amigo.

— Es que no puedo evitarlo. Tengo que tenerlo. Además, tú eres mayor. No es mi culpa que seas una enana —respondió Diego, aún emocionado al observar todo lo que podría comprar.

— Hey... No soy enana —protestó Roxin, y le dio un golpe suave en la cabeza, en un gesto de complicidad y amistad.

Diego me miró de nuevo, con una expresión que dejaba claro que su emoción estaba alcanzando su punto máximo. — ¿Puedo tenerlo? —sus ojos brillaban de alegría. Como becado, sabía que nunca podría permitirse todo lo que se ofrecía a menos que yo se lo comprara.

Utopía Oscura (Saga Guardianes Oscuros)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora