Capítulo 4. Jalea de fresa

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Capítulo IV. Jalea de fresa

Existen dulces que tienen rellenos diferentes, pueden ser de menta, chocolate, mora... pero el favorito de Steven era la jalea de fresa. Cuando apretaba aquellos caramelos y veía como el líquido se deslizaba por sus dedos, le daba placer.

Las personas estaban rellenas de jalea de fresa también. Cuando cortabas su cobertura con la navaja, el dulce salía a borbotones, no era sabrosa, pero tenía un resplandeciente color rojo que brillaba bajo la luz de la luna.

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—Este asesino adora la tortura y tiene un fetiche extraño por la sangre —comentó Bucky, luciendo unas ojeras más notorias y el cabello más desarreglado, al parecer ser padre no le estaba ocasionando ningún bien.

—¿Te encuentras bien? —en realidad no le importaba ni un poco, pero tenía que seguir la conversación como si fuera algo importante.

—Ser padre es cansino, pero bueno... ya debes saber más o menos cómo va la cosa, ya tienes dos niños a tu cuidado.

—Ah sí, el mono y el herrero.

—¿Qué?

—Nada. En realidad, solo es cansino cuando uno de ellos pregunta demasiadas cosas y el otro no deja de hacer ruido en su habitación. Es algo irritante.

—Bueno, al menos no los tienes llorando en la madrugada y llenándote de mierda las manos porque no sabes cambiar un pañal. —Bucky soltó una risotada y Steven imitó su comportamiento. Si analizaba aquella lógica podía estar de acuerdo en que no era tan terrible.

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La última víctima ha sido un joven, pero ahora la jalea no ha sido esparcida por todo el suelo. La firma de Steven sigue siendo el factor en común con cada uno de los homicidios, pero esta vez, ese rojo se ve impuro, ya no luce asombroso.

Al cambiarse de ropa se dirige a la enorme mansión de Anthony Stark y después de pasar por cientos de sensores, logra entrar. Observa a los chicles tirados sobre cojines de la sala, el mono tiene puesto un pijama de pequeñas arañas y el herrero sigue con el martillo en la mano.

Y Tony... Tony está desparramado sobre el sofá con una cobija de satín rojo cubriendo la mitad de su cuerpo, sus labios carnosos se han teñido de un leve color tinto a causa del vino. Steven detesta el licor, le trae malos recuerdos.

—Ah... Steve, volviste.

Le irritaba el apodo, ¿qué tan difícil era agregar una maldita «n» al final de la palabra? ¿por qué bebía? ¿qué le preocupaba tanto como para embriagarse? Pero lo más importante, ¿por qué le frustraba?

Una pequeña grieta se abrió paso a través de su máscara de normalidad y dejó que su autocontrol se destruyera. Tomó el rostro de Tony y lo besó queriendo succionar aquel veneno de su cuerpo, quería machacarle los labios, castigarlo por contaminarse de esa forma.

¿Acaso no entendía que al ser de su propiedad no tenía permitido hacer ese tipo de cosas?

El amargo y embriagante sabor del vino se mezcló con la saliva de Tony, produciendo un sabor nuevo, algo diferente. Cuando Stark lo empujó, el detective raspó los labios con sus dientes, provocando una herida en Tony, sangraba y derraba aquel líquido como un dulce manjar.

—¿Qué sucede contigo? —preguntó con tono angustiado, pero claramente ebrio.

—Cállate un momento.

Steven volvió a abalanzarse y probó la sangre de Tony en su lengua. Esta era diferente de la que horas antes había bañado sus manos, esta tenía sabor, era sabrosa como la jalea de esos dulces que adoraba exprimir.

Al parecer, en este momento... Tony era su jalea favorita.

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