Capítulo 8. Chocolates envinados

354 60 16
                                    

Capítulo VIII. Chocolates envinados

Al pasar un mes decidió ir a buscar a Tony, si no se acercaba al magnate, estaba seguro de que su disfraz de normalidad se derrumbaría como las torres gemelas.

Después de investigar, se enteró que los chicles se habían ido a un maldito campamento de verano, así que no lo fastidiarían, si tenía que obligar a Tony a que lo aceptara, lo haría.

Pasó por todos los mecanismos de seguridad sin ningún embrollo, por lo visto Stark no había cancelado la orden de dejarle pasar, eso era una buena señal. Al entrar a la enorme mansión buscó con la mirada cualquier rastro de Stark y lo halló en el bar de la sala, de nuevo estaba embriagándose hasta perder la conciencia, ¿por cuántos días había continuado con esa conducta destructiva?

—Rhodey, ¿volviste?

Tony no se había volteado a ver a su visitante, pero ya había encendido el fuego de los celos en Steven, este caminó silenciosamente hasta el pequeño hombre que revolvía sus entrañas.

—Lo siento, no soy él. Parece que sentías más emoción de verlo a él que a mí. —con un susurro escalofriante soltó sus verdaderos pensamientos al oído de Stark.

—¿Q-qué? ¿Steven? ¿Qué haces aquí?

—Vine a ver cómo estabas, pero veo que sigues siendo un desastre Tony.

—Wow, ahora sí dices lo que está en tu mente, ¿eh? —comentó sarcástico, sorbiendo lo que restaba del whisky de su vaso —¿Eres mi madre o qué?

—¿Qué piensan tus hijos de esto?

—No me sermonees que te largaste y no han dejado de preguntar por ti, tuve que mandarlos a un campamento antes de que me volviera loco —se quejó.

—Quién lo diría, eres el maldito papá del año —se mofó.

—¡BASTA! ¡¿SOLO VINISTE A BURLARTE DE MÍ, A REGAÑARME?! Ya tengo suficiente con mis hijos, solo detente Steven.

Tony terminó la conversación con un azote en la barra. Steven observó lo demacrado que se había puesto durante un mes ausente, no lucía como el despampanante Anthony Stark que salía en la televisión, se veía diminuto y lamentable. Le recordaba a su madre, pero con una enorme excepción: le molestaba verlo sufrir.

—¿Por qué lloras Tony?

—Ya te dije que no... —Stark no pudo terminar su oración porque fue arrinconado contra la barra y en los ojos de Steven pudo sentir la furia asfixiante. Esos ojos eran de rabia absoluta. La máscara del asesino había sido eliminada y quedaba expuesto el demonio.

—No lo volveré a repetir Tony, ¿por qué estás llorando? ¿Por qué bebes? ¿En quién demonios piensas que te agobias? ¿Quién ocupa tus malditos pensamientos? ¿Quién es? —con cada pregunta, el tono de Rogers se volvía más y más amenazador.

—¿Estás celoso Rogers?

—¿Y qué sí lo estoy? ¿Vas a contestar o tendré que forzarte?

—Oblígame.

Como si algo se hubiera quebrado en su interior, el demonio se liberó. Steven quien se había limitado a ser un «novio comprensivo» dejó salir toda la tensión sexual reprimida a lo largo de los meses que había estado con Tony. Le sacaría la verdad costara lo que costara, porque el cuerpo era más honesto que la boca.

Tomó la cintura de Stark y lo alzó sentándolo sobre la barra, Tony no podía reaccionar normalmente ya que su ebriedad lo ralentizaba.

—¿Q-qué?

—Cállate, solo habla si me vas a decir la verdad. —ordenó, rompiendo su camiseta en dos. Tony podría haber gritado miles de palabras altisonantes, pero se quedó pasmado por la fuerza y virilidad de Steven. Los gélidos dedos del detective recorrieron su pecho desnudo, examinándolo mediante el tacto. La temperatura de Tony iba en aumento con cada toque.

Steven pegó más su cuerpo y lamió el cuello de Tony, oliendo su aroma mezclado con el whisky irlandés, ese aroma que odiaba desde pequeño... lo estaba excitando. Mordió el hombro de Stark como muestra de posesividad y sacó un gemido sonoro que se percibió en toda la habitación.

La piel de Tony era dulce y embriagaba, no podías tener suficiente con una probada porque te volvías adicto a la sensación. Tony Stark era un afrodisiaco. Les recordaba a los chocolates envinados que su padre le dio a probar cuando cumplió dieciséis años.

Cuando la temperatura iba aumentando, sentía cómo se derretía en sus brazos.

—St-Steven... detente.

Ya no lo escucharía, esta noche le haría suyo sin importar las consecuencias.

—Steven... si hacemos esto, no quiero que me vayas a dejar, ¿entendiste? —aquellas palabras demandantes logran sacarlo de su excitación. Observó aquellos ojos nublados por la lujuria y sonrió cómplice.

—No te dejaré ir, aunque quieras Tony.

Y con esa amenaza, el destino de Anthony Stark quedó sellado. Se había vuelto una adicción para Steven.

CARAMELOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora