Capítulo Veinticinco

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25.

Estaba deshidratado; después de pasar tanto tiempo encerrado, la intensa luz del sol parecía cegarlo. Su ropa sucia y desaliñada llamaba la atención de las personas que lo veían arrastrarse por la acera confundiéndolo con un indigente.

Su piernas débiles flaqueaban, mareado por la insolación y sin saber dónde estaba, SeokJin le rogó a una deidad con la que no tenía buena relación que lo ayudara a encontrar el camino indicado.

Todo había pasado demasiado rápido. Al ver la sangre del jefe Kim teñir la arena y la figura de Park Jimin acercándose, su instinto lo hizo moverse para sobrevivir.

Entonces corrió, corrió tanto y tan lejos como pudo intentando mezclarse con el alboroto que las personas asustadas causaron; aún respiraba, pero eso no significaba que no estuviese perdido.

Jin siempre creyó que la justicia divina no existía.

Lo supo cuando él y su familia morían de hambre en uno de ellos barrios más pobres de toda la ciudad, cuando a los dieciséis terminó en un club de tercera vendiendo su cuerpo a desconocidos por unos cuantos billetes. Sí, lo supo cuando todos esos hombres asquerosos y mujeres desesperadas le escupían en la cara mientras lo humillaban lastimando su piel, acabando con su inocencia y la poca estima que sentía por la humanidad; porque allí era donde había palpado la maldad por primera vez.

Pero una día, alguien le dio otra oportunidad. El mayor de los Kim le había permitido un nuevo comienzo, y a Jin no le importó tomar las responsabilidades que su nueva vida conllevaba, dejó de importarle la sangre que se derramó en su nombre.

Lo único que quería era no ser tocado por nadie, otra vez.

Ahora luchaba por no romper en llanto; porque había fallado como líder, y la impotencia de no poder salvar a aquellos que le sacaron de su miseria le quemaba tanto que su pecho se llenaba con recelo.

Estaba cansado, el pánico que se apoderó de él hizo que sus rodillas desistieran de sostenerlo. Y allí, en medio de una de las principales avenidas de la ciudad, se desmayó al atardecer.

El cielo, al igual que su alma de luto, cambió de un intenso naranja a un azul profundamente oscuro.

Un auto de modelo reciente, que lucía como un camaleón entre todos los vehículos de igual gama que corrían las calles a gran ciudad, se movía de camino hacia la playa en busca del paradero de los tres cabecillas de la organización de Daegu.

Hoseok veía por la ventana intentando encontrar el mínimo rastro de ellos, al igual que Jungkook, que nervioso se rascaba el cuello repetidamente.

Habían conducido por horas, y el alcohol en el sistema de Elliot lo traicionó cuando su vista se nubló haciendo que detuviera el auto abruptamente.

Sus dos acompañantes le vieron consternados por su repentina pausa; abrió la puerta del auto y se bajó de el velozmente al sentir en su garganta la necesidad de expulsar todo el veneno que ingirió.

Doblegó su abdomen, sosteniendo sus propias piernas comenzó a vomitar a un lado de la acera. Maldición, definitivamente debía dejar de tomar whisky para desayunar.

Hoseok le siguió, llegando hasta él poco después con agua. Elliot estaba ya demasiado viejo para el ritmo de vida que había llevado durante tanto tiempo.

Aunque no lo dijera en voz alta nunca imaginó que tendría que lidiar con los primeros signos de la vejez. Él siempre esperó morir joven, realmente le habría gustado; por eso no le temía a la muerte, sentía que ya había superado sus expectativas de vida.

TRAFICANTE. 《KookV》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora