Capítulo Veintiséis

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26. 

Si Taehyung pudiera rebobinar su vida hasta el momento exacto en el que vio a Jungkook por primera vez, definitivamente lo haría. Simplemente para revivir la violencia con la que la constancia de su vida se destruyó. 

Era de mañana, el castaño no hacía más que perder el tiempo jugando al mismo videojuego de siempre, y se suponía que debía practicar su lección de saxofón; pero aunque no lo hiciera, sabía que podría hacerlo al día siguiente, o al que  sigue de ese, o de ese. Como una rutina que creyó nunca cambiaría.  

No tenía un propósito real, y después de tantos años, vivía sin utilidad, sin una razón de ser, sin que su vida tuviera relevancia alguna. Y estaba bien con ello, o al menos de eso se convenció. 

Taehyung escuchó a su padre llamándole, pero era poco lo que le importaba en realidad. Su vista permaneció hacia el frente hasta que la pantalla que lo entretenía se volvió negra.  Él gritó y alegó debido a la interrupción sin siquiera entender lo que estaba pasando, su existencia había sido igual durante los últimos dieciocho años.

Hasta que él apareció. 

Aquella expresión era dura, estoica. Sus hombros rectos, y su esencia completa parecía gritar rebeldía, sino es que libertinaje. Con su cabello oscuro ligeramente ondulado hacia atrás y la perforación de su oreja.

No lucía como los típicos guardaespaldas que rodeaban la casa, e incluso cuando Yoongi apareció a su lado no pudo evitar compararlos por los pocos segundos que su mente divago entre el pecho del temerario desconocido y su fuerte cuello. 

Su padre le dijo que debía marcharse con él, con la persona que se limitaba a verlo con curiosidad detrás de la espalda del mayor, como un peón más. 

Y es que durante mucho tiempo, después de entrar a la adolescencia, Taehyung se dedicó a cuestionar por la ventana a los socios que entraban a diario a esa casa. Hombres grandes y ostentosos que aparentan tener poder, y cientos, millones de billetes para respaldar sus enormes cuerpos; pero esta persona era algo totalmente diferente.

Era más joven que el resto, su ropa demasiado sencilla, oscura, como una sombra; y esos ojos, su mirada representaba lo contrario a él, pudo percibir el miedo cautivo que existía en ella desde el primer instante en el que vio esos grandes orbes negros. 

Estaba vacío; total y completamente necesitado de esperanza al igual que Taehyung. 

Ambos necesitaban saber qué había en el exterior, porque con el tiempo comprendió que ese hombre también había estado encerrado toda su vida; pero Jungkook a diferencia de él, lo estuvo dentro de sí mismo. Donde había creado una prisión para su alma y vulnerabilidad humana en el interior de su cordura.

Aun así, su sonrisa invadía breves instantes, soltaba suspiros contra su cuerpo, y el calor de su esencia se extendía entre ellos hasta apoderarse de su entero ser. Cada momento a su lado, la forma en la que Jungkook le veía cuando fingía estar distraído, como buscando descifrar sus pensamientos, e incluso su llanto cínico eran diferentes. 

Taehyung lo supo desde el primer instante. El mar, el cielo cambiante, cada ciudad, y cada estrella que conoció eran producto de su propia utopía junto a él. 

Incluso cuando él mismo se puso en peligro, cuando arruinaba las cosas una y otra vez, Jungkook seguía a allí para él. Esa mirada asustada desapareció, y se llenó de emoción, de palpable vitalidad, de deseos de experimentar en carne propia cada maldita sensación en el cosmos. 

Taehyung sabía que era por él, demonios que lo sabía. Siempre supo que lo había contagiado de su visión de las cosas, de sus ansias de aventura.

TRAFICANTE. 《KookV》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora