Capítulo 8

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Me levanto lentamente, pero vuelvo a caer de rodillas por el dolor. Era mi amiga, mi mejor amiga. Me duelen los ojos de tanto llorar, pero tengo que seguir adelante, necesito seguir adelante. Por ella y por mí. Cuando acabo de formar mis pensamientos me levanto con grandes esfuerzos y me pongo en marcha.

Todo parece gris ante la tenue luz de la luna. Son las 4.03 de la mañana y maldigo porque aún queda para que amanezca.

Sigo los pasillos con la mente en blanco, sin pensar en nada. Un ruido aparece. Hago caso omiso. Otro ruido de ramas rotas. No hago caso.

Mis ojos se fijan en una sombra delante de mí. No es una sombra cualquiera. Es la de un objeto. Un trozo de madera o acero en forma de arco doblado hacia dentro y a cada extremo se coge una cuerda fina y tensa. Un arco.

Después un palo extremadamente estrecho cuelga de la cuerda hacia afuera, hacia un triángulo puntiagudo. Una flecha.

No miro atrás. Ese arco no es el mío. Es el de otro candidato.

Antes de que la flecha salga disparada me escondo en la esquina de un matojo de hierba pegado a la pared.

Lanza la flecha y se clava en la pared de enfrente rozando el matojo.

Me quiere muerta. Trago saliva. Miro por el rabillo del ojo.

Es un chico. Demasiado alto y tiene el cuerpo de un fideo.

Se acerca. Sin bajar el arma.

<<no me obligues a sacar la pistola. No me obligues a... >>

Saco la pistola justo cuando está a diez metros de mí.

- Si tiras la flecha morimos los dos -mí voz es firme.

Se ríe, pero no dispara. Aún no.

- Muy bien -su voz es aguda. - A la de tres dejamos las armas en el suelo -su sonrisa es obvia. ¿se piensa que soy tonta?

Asiento con la cabeza y cuenta hasta tres. Los dos bajamos el arma. Hasta que él la sube de golpe. Yo soy más rápida y disparo dos veces. Una y dos. Fuera de combate.

El cuerpo yace boca abajo con los orificios a flor de piel. Suelto el arma. Lo he matado. He matado a una persona. Las lágrimas ruedan por mis mejillas y no paro de visualizar lo que acaba de pasar. Cuerpo. Pistola. Muerto.

Corro hacia la dirección opuesta al cuerpo. Las lágrimas mojan mi cara. <<¿Qué he hecho?>>

Tengo la mente en blanco y solo quiero que esto acabe y esperar a que sea un sueño.

Tropiezo con una rama. Caigo al suelo. Primero los pies y luego las manos. Me quedo boca abajo unos segundos mientras las lágrimas no cesan. Me incorporo cuando el dolor empieza a acechar. Me miro las manos que ahora tienen cortes y magulladuras leves.

No puedo seguir. Hoy no. Me repito a mí misma.

Vuelvo a estirarme, pero esta vez mirando el cielo.

Es increíble lo bonito que está el cielo con esos colores negros y azulados oscuros. Y lo aterrador que esta tierra firme en estos momentos.

- ¡Ivy aguanta!

- No te pienso soltar

- Es inútil Lilith

- ¡No me digas esto Ivy!

- Te quiero, Lily.

Has matado a dos personas en una noche. Ivy Jennigns está muerta por no salvarla. ¿Qué pensaran sus padres de ti al ver que su hija está muerta por ti?

<<no me obligues a sacar la pistola. No me obligues a... >>

- Si tiras la flecha morimos los dos -mí voz es firme.

- Muy bien. A la de tres dejamos las armas en el suelo

Una y dos. Fuera de combate.

Has matado a una persona igual que tú. Asesina.

Pego un chillido y me levanto muerta de miedo. Estoy sudando y siento que no he pegado ojo en todo este tiempo. He visto a Ivy. He visto una y otra vez su muerte. Y luego está el candidato. La pistola en mis manos y los agujeros en su pecho, no paraba de recordar quien lo había matado... Ha sido la primera pesadilla.

Son las casi las seis. El sol no tardara en aparecer. Los ojos me escuecen. Y el cuerpo me pesa. Me espera un día largo.

La oscuridad va desapareciendo a medida que el sol va apareciendo. El sol es liloso y se planta en lo alto del cielo rosa chicle. Subo por las paredes como las otras veces, aunque está vez me cuesta más debido a los rasguños de las manos.

Una vez arriba calculo lo que voy a tardar en llegar al círculo y me pongo manos a la obra.

No bajo de donde estoy. Será más fácil encontrar el círculo des de arriba. Camino dado saltitos entre ramas, piedras y hierba seca. Me voy acercando poco a poco pero no creo que llegue hasta el mediodía. Así que me lo tomo con calma.

En algunos tramos he resbalado y casi me voy hacia abajo, pero he sabido manejarlo con equilibrio. A los tres años empecé a hacer danza clásica y toda mi infancia ha sido el Ballet, hasta los doce años que decidí cambiar de deporte. Supongo que todos esos años me dio suficiente equilibrio para volver me a poner de pie si resbalaba.

Ha pasado un buen rato. Me paro y me siento a reposar. Estoy agotada. No he podido dormir y dudo en si podré hacerlo estos días o el resto de mi vida.

No he visto a ningún candidato. Es una buena señal. Podré ahorrarme otra escena como la de ayer. Las bestias también han desaparecido por completo. No hay ruidos mortíferos, ni sombras grandes por los pasillos. Es extraño. La última vez, estaba rodeado de ellos y ahora nada.

Le doy al botón de energía y vuelvo a caminar. Es un milagro que aún siga viva. Todo esto es algo que parece irreal. ¿Por qué a mí? Si estuviera muerta todo sería más fácil. No estaría aquí en un laberinto sin salida y sin seres mutantes. No recordaría nada de lo que ha pasado. Ni las bestias, ni el candidato ni a Ivy... Acordarme de ella me estremece y unas lágrimas salen sin querer.

Siempre había tenido una vida normal, con amigos y familia. Y es increíble el giro que dan las cosas. Amigos muertos, y un mundo patas arriba.

Por un momento desconecto de la realidad. Hay algo que me observa.

Está situado a unos 100 metros de mí, y se esconde entre las plantas que hay arriba del muro. Parece un animal.

Se acerca y se para. Recorre unos pasos y se detiene. Me observa como un suricato. Atento y astuto. No tiene pelo, pero si escamas. Las escamas de la cabeza son de color rojo coral, las del cuerpo son verde esmeralda y las de las cuatro patas son de un lila violeta. Es precioso. Tiene unos ojos saltones entre negro y gris oscuro, aunque en el centro hay un amarillo dorado.

Me mira con curiosidad, como si fuera algo nuevo que nunca ha visto.

Estiro la mano. Él retrocede. No aparto la mano, solo la bajo. Da unos pasos hasta que sus escamas frías como el hielo tocan mis yemas. Estoy encantada con este animal. Es increíble.

Juega con mis manos y va soltando aullidos pequeños, pero el último no lo es. El último es fuerte y arrogante. Me tapo las orejas hasta que segundos después se detiene.

Abro los ojos con miedo y poco a poco veo como suben por las paredes cientos de ellos. De los mismos colores. De la misma medida, iguales al anterior. Son clones. 

DISTRITO 100Donde viven las historias. Descúbrelo ahora