Capítulo 6

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Apenas he dormido cuando la fuerte brisa me despierta.

Son las nueve, y el sol brilla con fuerza. Me incorporo y mis manos cubren mi cara. No tengo resaca. En la fiesta de anoche bebí, pero cuando llegué aquí ya no lo estaba. Bueno, supongo que al fin y al cabo es algo bueno no tener resaca por la mañana después de la noche movidita que tuve ayer.

Dejo a un lado las cosas extrañas de este sitio y pulso el botón de la energía.

Tras horas y horas de caminar, no puedo más. Me dejo caer al suelo y descanso hasta que mi respiración se vuelve a normalizar.

Tirada boca arriba contemplo el cielo, pero el cielo no es el mismo que el de la tierra. El cielo es anaranjado y las nubes son rosadas tono chicle. Se mueven rápido para el poco aire que hay, y entonces me recuerdo que esto es manipulado. Hay una salida.

Me pongo de pie e intento escalar los muros. He tenido algún que otro traspié, pero por fin llego a ponerme de pie en el muro de tres metros por lo menos.

Las vistas son espectaculares y quedo maravillada al ver los miles de caminos que se extienden por todas partes. Un poco más adelante, a la derecha hay un camino con un cartel que me llama la atención. Memorizo el camino con mi memoria fotográfica y bajo haciendo saltitos agarrándome en cada enredadera. Corro antes de que se me olvide. Dudo algunas veces de si tirar por un camino o por otro, pero en menos de tres minutos tengo el cartel delante de mí.

<< τίποτα πηγαίνει>>

Está en griego. No sé mucho de griego, pero las clases diarias del instituto habrán servido para algo. Me absorto en la frase griega y al fin termino de traducirla.

<< τίποτα πηγαίνει. Todo es válido.>>

¿Todo es válido? ¿A qué se refiere? Paso el cartel caminando y meditando las palabras griegas. Algo me dice que no es nada bueno y noto como el temor se va apoderando de mí.

Sigo caminando unos cuantos metros más cuando algo cruje debajo de mí. Huesos. No puedo evitar llevarme las manos a la mandíbula y abrir los ojos como platos. Que sean de animal... que sean de animal...

Me acerco a los huesos, la verdad es que no puedo distinguir si son de animal o de humano. Levanto la vista al frente y encuentro lo que no quería encontrar. Un cráneo con huesos alrededor. Avanzo unos pasos. El cráneo es grande, como el de una persona. No consigo adivinar si es fresco, o de hace años. En todo caso aparto la mirada y sigo adelante.

El color de mi piel cambia de rosa a blanco pálido en cuestión de segundos. Ahora no es un cráneo, ni hay huesos. Es un cuerpo. Un cuerpo humano.

Me acerco corriendo al cuerpo. Tiene un brazo arrancado y un orificio en la frente de una pistola de rayos X.

Alguien lo ataco con la pistola formando así una muerte instantánea. Pero el brazo arrancado no sé cómo ha podido ocurrir.

Un ruido me saca de mis conclusiones. Intento adivinar de donde viene y quien los produce y por eso dejo el cuerpo y escucho con precisión. Otro ruido. Está vez más fuerte. Parece un animal y no de esos pequeños.

Me tapo los oídos al oír el siguiente gruñido. Es fuerte. Muy fuerte. Tanto que hasta con los oídos tapados me duele.

Quien le ha arrancado el brazo ha sido la bestia que está gruñendo. Corro con rapidez al oír a la bestia acercándose hacia mí. Está en el otro lado del pasillo de la derecha. Si corro como nunca podre pasar antes que él.

DISTRITO 100Donde viven las historias. Descúbrelo ahora