D I E C I S I E T E

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—¡Ya admitan que se gustan!— exclamó Hannah, haciendo que Tim y yo no pudiéramos segur viéndonos a los ojos

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—¡Ya admitan que se gustan!— exclamó Hannah, haciendo que Tim y yo no pudiéramos segur viéndonos a los ojos.

—Bu-bueno... Tim y yo... n-nosotros...— tartamudeaba, nerviosa.

¿Cómo negarlo? Tim tiene todas las cualidades que me gustaría que el hombre de mi vida tuviera: es lindo, educado, honesto, fiel, atento...

Pero al mismo tiempo, ¿cómo admitirlo?

—Niños, son más de las ocho, deben ir a dormir— evadió Tim, salvándonos el pellejo a ambos.

—Tiene razón, ya acuéstese— apoyé.

Sus quejas retumbaron pero al final logramos convencerlos de que se acostaran para arroparlos.

¿Por qué cuando uno es pequeño, no le gusta dormirse temprano? Luego, cuando crecemos y no lo hacemos por estrés o esas cosas, nos arrepentimos y anhelamos esas horas extras de sueño.

—No está mal que alguien te guste, Maddie— molestaba Hannah una vez en la cama.

Sonreí, negando con la cabeza.

—Descansa— deseé—. Y... deja el celular, es tarde para eso.

—¡Pero estoy hablando con Jay!— reprochó.

—¿De verdad?– asintió.

—¡Y él mandó el primer mensaje!

—¡Eso es genial! ¿Y de qué hablan?

—Nada, ya sabes. Una plática casual— explicó y la ví con los ojos entrecerrados—. Cinco minutos más, Maddie... porfis...

Rodé los ojos, rindiéndome.— Sólo cinco— asintió frenéticamente—. Y luego te despides.

—¡Trato hecho!

—No, yo pasé ese nivel luego de unos cuantos intentos— charlaba Jonathan con los niños—. Dicen que cuando tomas el amuleto secreto, eres absorbido por ellos.

—¿Quiénes?— al parecer estaban muy entretenidos en ese tema.

—Por los malos— exclamó abalanzándose sobre ellos de forma juguetona.

Todos rieron ante tal acto y, viendo que Tim y Jonathan se encargarían de los demás, me dirigí a la puerta.

—Oye, Maddie— llamó Belle, un poco adormilada.

Ben y Belle. Los mellizos de la casa. Sus verdaderos nombres son Anabelle y Benjamin, pero les decimos así de cariño. Ambos son escurridizos y parlanchines, además de que son cómplices en todas sus travesuras.

—¿Qué pasa, lindura?— comencé a acariciar sus pelirrojos rizos.

—Si eres hija de Stacy y Andrew, ¿por qué no viviste aquí desde pequeña?— su pregunta me dejó sin palabras.

Save Me ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora