05.

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La luz de la mañana golpeó el rostro de Castiel con tanta brutalidad que, por un segundo, temió quedar completamente ciego, sin embargo, cuando sus ojos se acostumbraron pudo mantenerse acostado en la cama, con su mirada fija en el techo y un solo pensamiento en su mente: la boda.

La sentía muy cerca, cada vez faltaba menos y eso, en cierta manera, lo ponía un poco nervioso. Aún no había escrito los votos. Ni siquiera había pensado en algo, su mente estaba sumamente en blanco. Ya se le vendría algo a la mente, estaba seguro.

Nathaniel no se encontraba a su lado. A pesar de todas las vueltas que habían dado sus vidas, tanto juntos como por separado, la fascinación (o debería llamarle obsesión) del rubio por la literatura jamás se había ido, por lo tanto pasaba cada mañana en la biblioteca.

El pelirrojo se levantó finalmente de la cama luego de estirarse un poco, tratando de quitar por completo lo que quedaba de cansancio en su cuerpo. Unos jeans, una camiseta y unas zapatillas fue lo más adecuado para quedarse en casa hoy. Y claramente lo primero que había encontrado sobre la silla de la habitación. Tenía el día libre, por lo que decidió preparar algo para cuando el rubio llegara de su habitual desayuno de libros.

Nathaniel se había propuesto una meta. Quizá algo alocada, pero en su mente era fabulosa, y la había tenido allí desde sus seis años.

Cada día acudía a la biblioteca y trataba de leer, por lo menos, un libro. De principio a fin. Si elegía uno bastante corto entonces debían ser dos libros. Si elegía uno bastante largo tenía permitido terminarlo en dos días.

Llevaba una buena racha, y debía considerar que aquella tarea lo mantenía relajado, al igual que los paseos en bicicleta para llegar e irse del lugar. Podría decirse que la lectura era su yoga.

Cerró el libro que había terminado de leer aquella mañana, lo devolvió a la bibliotecaria y, en pocos segundos, ya se encontraba con el viento golpeando suavemente su rostro mientras sus pies pedaleaban entre los autos. No estaba distraído, no había cruzado sin mirar, ni se había salteado ningún cartel. Sin embargo no logró ver el camión que venía hacia él, simplemente no lo vio venir, y cuando lo hizo se percató de que era demasiado tarde como para hacer algo.

No era tan malo en la cocina como él pensaba. De hecho era bastante bueno, y hasta pasó por su mente la idea de, quizá, dedicarse un poco más a eso. Había terminado de preparar el almuerzo y ahora tan solo estaba ansioso por la llegada del rubio.

Había tenido algunas ideas en mente, frases sueltas que vagaban por su cabeza pero que aún no lograba juntar para poder, al menos, comenzar a escribir sus votos. Tenía una clara idea de lo que quería decir, de lo que quería expresar, pero aún no sabía cómo ponerlo en palabras.

Su celular comenzó a sonar, algo insistente, y frunció el ceño al notar que era de un número desconocido. No sabía por qué lo llamarían, pero por su mente pasó la vaga idea de que quizá podría tratarse de algo con respecto a la boda, por lo que atendió sin prisa aquella llamada.

— ¿Hola? —preguntó, aún un tanto confuso. Escuchaba una sirena del otro lado, podría tratarse de una ambulancia o la policía, cualquiera de las dos opciones lograba que su piel se erizara por completo. Pero sus piernas comenzaron a temblar al oír lo que decían al otro lado. Su cabeza solo pudo retener las palabras "Nathaniel", "accidente" y "grave", lo que simplemente no quería decir nada bueno.


Sabía que estaba tendido en el suelo. Sus ojos apenas se mantenían abiertos, pero por aquella rendija podía ver el cielo, y algunos que otros rostros lamentándose. No estaba seguro de lo que sucedía. Había mucho ruido a su alrededor y todo le dolía. No podía seguir manteniendo los ojos abiertos. No tuvo idea de lo que pasó después, solo supo que la imagen de Castiel fue lo que pasó por su mente antes de dar su último respiro.

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